La modista ajustó el corsé con manos hábiles, apretando un poco más de lo que hubiera preferido. Un suspiro escapó de mis labios sin que pudiera evitarlo. Mientras me miraba en el espejo, algo dentro de mí se revolvía. ¿Por qué no podía sentir la emoción que se supone que debía experimentar en un día como este? La mirada de mi madre, siempre tan firme, se mantenía fija en mí, como si pudiera leer mis pensamientos. Sabía que estaba distraída, pero no sabía cómo poner en palabras lo que me atormentaba. El desconocido de la playa, aquel hombre que no recordaba bien pero cuyo calor y presencia aún me abrasaban por dentro, estaba dando vueltas en mi mente como un eco persistente.
Mi madre se acercó, me tocó el hombro y me dio un apretón. La expresión en su rostro era la misma de siempre: una mezcla de autoridad y calma. No podía dejar de pensar en cómo nuestra vida estaba a punto de cambiar para siempre.
—Te ves hermosa, Valeria —dijo con voz suave, aunque sus ojos no dejaban de evaluar ca