Pasaron varias semanas después de aquella cena. Pietro no volvió a mencionar a su padre, y yo no pregunté. Entendí que para él, el silencio era a veces una forma de cerrar capítulos. Y aunque no sabía si Kalos volvería a nuestras vidas, tampoco me sentía lista para pensar en ello. Por primera vez, la casa se sentía como un hogar.
Mis mañanas eran más tranquilas. Las náuseas se habían calmado y el embarazo avanzaba con normalidad. Pietro se mostraba cada vez más pendiente, más amoroso. Me acompañaba a las citas médicas, preguntaba por cada detalle, me sorprendía con comidas caseras que no siempre salían bien, pero que comía con gusto solo por verle sonreír. Dormíamos abrazados. Leíamos juntos. Empezábamos a compartir una cotidianidad que me hacía olvidar cómo habíamos comenzado.
Hasta que sonó el teléfono.
Era una mañana tibia de sábado. Yo acababa de salir de la ducha cuando vi la llamada perdida de mi madre. No era algo común. Ella no llamaba tan temprano a menos que algo estuviera m