Capítulo 2

La Elección de Valeria

Me miro al espejo una vez más antes de salir de la habitación. El vestido verde pálido que elegí resalta mis ojos, como siempre me dijo Sierra. Mi cabello, castaño claro, casi rubio, cae suavemente sobre mis hombros, con un brillo que nunca he tratado de alterar. La fragancia que he rociado es suave, casi imperceptible, pero para mí es suficiente. Hoy no se trata de destacar, se trata de ocultarme, de desaparecer dentro de todo lo que está ocurriendo.

La verdad es que tengo miedo. No de lo que voy a hacer, no exactamente. Sino de lo que no sé.

Leo... No sé qué me pasa con él, pero algo no cuadra. Cuando mi hermana me dijo que no podía confiar en él, esas palabras no salieron de su boca, pero se instalaron en mi mente. Ahora, todo lo que hago es pensar en lo que oculta, en lo que no me ha dicho. Y eso, eso es lo que me atormenta.

Vivo en un pueblo pequeño llamado Assos, ubicado en una ciudad de Grecia, uno de esos que los turistas llaman encantador. No sé si es por la tranquilidad de las montañas o por la estabilidad que todos creen que tenemos, pero siempre he sentido que este lugar es un tipo de cárcel. Aquí nadie pierde la casa, nadie sufre por falta de comida. Todos se conocen y se ayudan. Nos hemos acostumbrado a esa comodidad, y al menos en lo que a mí respecta, nunca quise quedarme.

Siempre he soñado con algo más allá de estos límites.

Pero aquí estoy. Atrapada por las circunstancias.

Assos es un pintoresco y pequeño pueblo costero ubicado en la isla de Cefalonia, una de las islas Jónicas de Grecia. Este encantador pueblo está rodeado por una impresionante belleza natural y es conocido por su atmósfera tranquila, sus calles empedradas y sus vistas espectaculares.

Vienen turistas de vez en cuando. Las personas se cuidan entre sí. A veces hay uno que otro chismoso, como en todo pueblo pequeño, pero no cambiaría esta estabilidad por nada.

Y menos para casarme con un Vanderweed.

—Valeria, Leo está aquí —la voz de mi madre me saca de mis pensamientos. Mi corazón da un vuelco. El miedo se instala como una presión en mi pecho.

Voy hacia la sala. Leo me espera allí, con su camisa blanca remangada hasta los codos. Es un hombre atractivo, con un aire de confianza que siempre me tranquilizó. Hasta ahora. La preocupación no desaparece, y mis piernas parecen moverse solas, obligándome a enfrentar la realidad.

—¿Valeria? —su voz es suave, pero la noto tensa—. Estás hermosa.

Sonrío, pero es una sonrisa vacía. ¿Cómo puedo estar hermosa cuando siento que mi mundo se está desmoronando? Me acerco a él y sus labios tocan los míos, pero el beso me sabe a despedida.

Leo es atractivo. No espectacularmente atractivo creado por los dioses, pero tiene buen físico.

—Tenemos que hablar —le digo, y mi voz suena más firme de lo que me siento.

Leo se detiene. Sus ojos, normalmente llenos de cariño, ahora se oscurecen con la incertidumbre.

—¿Qué pasa, belleza? —pregunta. Su tono preocupado me revuelve el alma. Lo odio y lo amo al mismo tiempo.

Me siento frente a él. La sala está en silencio, y el peso de lo que tengo que hacer cae sobre mis hombros. No sé si soy capaz de terminar con él de esta forma. De todo lo que podría ser nuestra vida juntos, es ahora cuando entiendo que nunca existió. Solo era un sueño. Y los sueños, como todos sabemos, no son reales.

—Estuve hablando con Sierra —murmuro, y sus ojos se agrandan.

La tensión en el aire se puede cortar con un cuchillo.

—¿Qué…? —balbucea, y de pronto su nerviosismo se hace palpable. Se levanta y empieza a caminar por la habitación—. Sobre... Mira, cariño, tu hermana con eso de su viaje en septiembre está muy loca. Ya lo sabes... No sé qué pudo haberte dicho, pero ya sabes cómo es Sierra.

Yo lo observo en silencio, esperando que se decida a decirme lo que no quiere. Mi corazón se acelera. Sé que no estoy preparada para lo que va a venir, pero no puedo dar marcha atrás.

Su forma de hablar, criticando a Sierra de inmediato, me hace entender que algo malo ha hecho.

—¡Perdóname, Valeria! —de repente, se lanza a mis pies, su voz quebrada. ¿Qué está haciendo?

—¿Qué sucedió? —mi pregunta es apenas un susurro, pero en mi interior estoy estallando en pedazos—. ¿Qué pasó?

Leo me mira, desesperado, con los ojos desbordados de lágrimas.

—Fue solo una vez —balbucea—. Te juro, fue solo una vez. No sé qué me pasó, no sé qué hacer… Fue un error, pero jamás volverá a suceder.

¿Es esto una confesión de infidelidad? No sé si estoy tan en shock que no lo puedo procesar o si, en realidad, no quiero creer lo que mis oídos están escuchando.

Nosotros no teníamos una vida sexual muy activa. Viviendo él en casa de sus padres y yo en el segundo piso de la casa de los míos, compartiendo espacio con Sierra, no teníamos mucha privacidad. Pero al menos una vez al mes nos veíamos.

Según Sierra, no teníamos sexo ni romance suficientes, pero para mí estaba bien. Él siempre estaba ocupado. Era reportero turístico. Siempre viajando de ciudad en ciudad.

Ahora, nada de eso me parece casualidad.

Ahora pienso que todo tiene que ver con el hecho de que dice haber cometido un error.

Una sola vez.

—¿Qué hiciste, Leo? —espero una respuesta, pero solo hay silencio.

Mi mente está en un caos absoluto.

Justo en ese instante, se oye un leve golpecito en la pared del pasillo.

Sierra aparece desde la penumbra con los brazos cruzados, deteniéndose a pocos pasos de la puerta. Su figura, firme como una estatua, proyecta una sombra alargada en el suelo. Tiene el mentón en alto y el ceño fruncido.

Parece que ha esperado ese momento durante mucho tiempo.

—¿Sierra? —pregunto, desconcertada—. Dímelo tú entonces. ¿Qué es lo que está pasando?

Ella avanza un paso. Se nota que está conteniéndose.

—No fue algo que vi, sino algo que supe —responde ella con voz apagada, casi quebrada—. Lo siento, cariño. Este desgraciado no te merece. Y no tiene los cojones de decírtelo de una vez.

Me siento helada. Algo en mi interior me dice que algo horrible acaba de salir a la luz, pero no quiero creerlo.

—¿Qué sucedió? —exijo saber. Y entonces ella, con un susurro, confiesa:

—Lo vi con la vecina. La de la casa de enfrente. Estaban charlando muy cerca, muy... ya sabes cómo. La conocemos de toda la vida. Fue hace un par de semanas, y me enteré porque ella misma me lo contó. Leo le juró que no lo diría a nadie, pero me amenazó. Me dijo que si le contaba a alguien, se desharía de mí. Me dejó tan aterrada que no supe qué hacer… No quería que lo supieras, Valeria. No quería que te hiciera daño.

El odio crece en mí como un fuego que quema, y mis manos tiemblan de rabia. No puedo quedarme callada.

Peor aún. Más que la infidelidad... ¡amenazó a mi hermana!

—¡Amenazaste a mi hermana! —grito. La furia consume cada palabra. Me lanzo hacia él y le doy un golpe tan fuerte que siento el impacto en todo mi cuerpo.

Leo se tambalea y retrocede, pero no me importa. Lo único que quiero es que se vaya, que deje de ser parte de mi vida.

—¡Te odio! —le grito, mientras tomo un retrato del desayunador y se lo lanzo a la cabeza. Él aúlla de dolor y veo cómo la sangre baja por su frente—. Eres un maldito desgraciado infiel —grito, cada vez más alto.

Sierra me abraza y me pide que me calme.

—¡No te atrevas a volver por aquí nunca más! —le ordeno, con la voz quebrada pero firme—. ¡Vete ya! ¡Lárgate de mi casa!

El miedo y la confusión se reflejan en sus ojos. Al fin y al cabo, Leo ya no es el hombre que pensaba que era. Ahora es solo un extraño. Un traidor.

—¡Nada pasó! ¡No la manipulé! Es una niña tonta que no sabe lo que dice —grita, como si esas palabras pudieran cambiar lo que hizo—. Ella no sabe lo que te está diciendo. Fue una vez. Nada más. Mariah... —dice, mencionando el nombre de la vecina—. No debió decir nada...

—¡Esto no es culpa de mi hermana ni de Mariah por contarlo! ¡Cómo puedes excusarte en eso!

Le doy otro empujón, con toda mi fuerza, y finalmente sale de la casa, derrotado y humillado. Mi hermana está abrazada a mí, llorando en silencio. La miro y le acaricio el cabello.

—Perdóname. Perdóname por no haberme dado cuenta antes. Perdóname por no haberte prestado más atención.

—Tú no tienes la culpa de que él sea un perro infiel.

—Creí a ciegas en él.

—Todos lo hicimos.

—Pero tú fuiste más hábil. Te diste cuenta. No dudaste. Tú...

—Y tú estás enamorada. Esa es la diferencia. El amor es ciego.

Las palabras de mi hermana menor me dejan pensando fuertemente en cuánta verdad tienen.

El amor es ciego.

Y no hay más ciego que el que no quiere ver su realidad.

Y la mía es bastante clara.

Es oficial. Me voy a casar mañana.

La idea me golpea con fuerza.

A lo largo de los años, nunca pensé que terminaría con Leo.

Y mucho menos con Pietro, el hombre que ni siquiera elegí.

Quizá casarme con un desconocido no es lo más terrible...

Lo terrible fue creer que conocía a alguien que no dudó en traicionar todo lo que éramos.

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