Capítulo 8. El peso de las palabras.
Al terminar el almuerzo, los niños salieron al patio a jugar con unos autitos. Liam los vigilaba sentado en un sofá de la sala, mirándolos a través de la pared de vidrio que dividía las estancias mientras compartía un café con Emma y sus suegros.
—Es hermoso ver a los niños tan alegres —comentó Camila—. Aunque pienso que lo estarían más si tuvieran a alguien que pudiese compartir con ellos más tiempo.
Liam apenas movió un músculo en su rostro ante aquellas palabras, sabía que los reclamos iniciarían en cualquier momento.
—Los niños están bien —respondió, con un tono neutro.
—Claro que están bien, pero ellos necesitan una presencia constante. Una figura que los acompañe todos los días, no solo cuando el trabajo lo permite.
Emma percibió cómo la mandíbula de Liam se tensaba. Bajó la vista a su taza dudando si intervenir o no. Le parecía injusto todo lo que decían.
—Los niños pasan mucho tiempo con la niñera —agregó Julián—. Y no me malinterpretes, Liam, pero ¿qué clase de infancia es es