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Una madre para mis gemelos
Una madre para mis gemelos
Por: Johana Connor
Capítulo 1. Ecos de libertad.

—¡¿Dónde estabas?! —la voz de Marco retumbó en la pequeña sala del departamento. Emma se sobresaltó—. ¡¿Te pregunté dónde estabas?! —repitió con enfado.

—En la tienda. Me sentí un poco mal, por eso tuve que sentarme a descansar antes de venir —respondió con nerviosismo y dejó la bolsa con las compras sobre la mesa.

—¡¿Y se supone que tengo que creerte?! —El hombre se aproximó a ella, el olor a alcohol le golpeó el rostro—. Siempre tienes una excusa. ¡Siempre! Pero ya vas a decirme la verdad —desafió y la tomó con rudeza de un brazo para sacudirla.

—No es una excusa… yo… ¡Marco, me duele! —se quejó, tratando de librarse de su agarre.

—¡¿Ah, te duele?! —se burló—. Espero eso te ayude a no ser una mentirosa —dijo y la soltó como si le diera asco.

Emma retrocedió y posó sus manos sobre su vientre, de apenas tres meses de embarazo, en un gesto de protección. Él la observó indignado.

—¿Otra vez vas a ponerte en plan de víctima? —rió, sin humor—. Ya te dije que si sigues así…

—¡No empieces, por favor!

Emma lo interrumpió, harta de sus amenazas y sintiéndose de nuevo algo mareada.

Eso fue como una chispa que encendió la furia del hombre.

—¡¿Por favor?! ¡Soy yo el que debería pedir «por favor»! ¡Estoy cansado de que mi mujer me haga quedar como un idiota! —La tomó con rudeza de los hombros para sacudirla de nuevo—. ¡¿Quieres que crea que estabas sola en la tienda?! ¡¿CON QUIÉN ESTUVISTE?!

—¡Estaba sola! —exclamó asustada y con lágrimas en los ojos.

Odiaba que él se pasara de tragos. Cada vez que eso sucedía se volvía paranoico y violento.

—¡Mientes! ¡Siempre mientes! —vociferó, y le dio una fuete bofetada que casi la tumba al suelo.

—¡No me pegues! ¡No estoy mintiendo!

Marco rugió y la empujó con brusquedad. Emma perdió el equilibrio y golpeó su costado contra la esquina de la mesa.

Sintió un dolor agudo en el abdomen.

—¡Ay, Dios! —expresó con terror.

—¿De qué te quejas? Deja el drama. No vas a manipularme con tu carita triste.

Ella apenas podía respirar. Una punzada más fuerte la hizo doblarse.

—Me duele… Marco, creo que… —Su voz se quebró y sintió que algo le bajaba entre las piernas. Al meter la mano, esta le salió manchada—. ¡Estoy sangrando! —exclamó horrorizada.

Él la observó con una mezcla de confusión y fastidio.

—No exageres.

—¡Por favor, llévame a un hospital!

—No tengo tiempo para tus teatros.

—¡No es un teatro, por favor!

Él volvió a rugir, aunque igual tomó las llaves y abrió la puerta, pero al ver que ella no podía caminar y lloraba por el dolor, la cargó para bajar las escaleras e ir hasta el auto.

En urgencias, una enfermera la recibió con rapidez.

—¿Qué sucedió? —preguntó mientras la acostaban en una camilla.

La mujer notó el golpe que Emma tenía en la mejilla y su rostro aterrado.

—Tengo dolor abdominal y sangrado —respondió con voz temblorosa.

—Creo que está exagerando —añadió Marco estando a su lado.

La enfermera le clavó una mirada helada, pudo captar su aroma a alcohol.

—Señor, espere afuera.

—Yo soy su pareja, tengo derecho…

—¡Afuera! —repitió, firme.

Él le dirigió su odio con la mirada antes de cumplir la orden. Cuando la puerta se cerró, Emma soltó un suspiro de alivio.

—Tranquila. ¿Hace cuánto empezó el dolor? —quiso saber la enfermera.

—Hace unos quince minutos.

—¿Recibió algún golpe o caída?

Emma dudó, pero la enfermera le acarició los cabellos llenándola de valor.

—Sí —murmuró—. Un empujón.

La mujer no preguntó nada más y empezó a trabajar rápido. La limpió y preparó para que le hicieran la ecografía. Minutos después, un médico se le acercó con rostro preocupado.

—Lamento decirte que el embarazo no se ha podido mantener. Es necesario hacerle un legrado.

Emma sintió que el aire se le escapaba del pecho.

—No… no, no…

—Sé que es duro —continuó el médico—, pero ahora lo más importante es cuidarla.

La mujer lloró, devastada, aunque igual asintió.

Mientras la enfermera la preparaba para entrar en el quirófano, se inclinó para susurrarle al oído:

—No tienes que volver con él.

La frase quedó flotando en su mente, generando un ardor en su pecho.

Media hora después, Marco pudo entrar en la habitación para verla. Ya no olía tanto a alcohol, pero sí a cigarro barato.

—Así que perdiste el bebé —dijo a modo de reproche.

—Fue tu culpa. Me empujaste.

—¿Mi culpa? Eres tú quien me hace enfadar y perder el control.

La enfermera entró en ese momento y lo observó con desagrado.

—La paciente necesita reposo. Si va a quedarse, le exijo que no la moleste.

Marco se enfadado por los constantes regaños que recibía. Una vez que la mujer se fue, se aproximó a Emma.

—Cuando salgamos de aquí, vamos a hablar —expuso, amenazante.

Ella giró el rostro hacia la ventana. El miedo se le mezclaba con una extraña y nueva certeza: no podía seguir así.

Horas después, cuando Marco salió a fumar, la enfermera regresó.

—No tienes que soportar sus maltratos. Debes denunciarlo.

—Eso lo pondrá peor.

—¿Y volverás a casa con él, para que te siga lastimando?

Ella apretó los labios, buscando controlar sus temores.

—Quisiera huir lejos —susurró, con sus lágrimas corriendo por sus mejillas.

La enfermera miró con precaución hacia la puerta para asegurarse que el hombre no se hallaba cerca.

—Puedo ayudarte a escapar.

La mujer la observó incrédula.

—¿Cómo?

—Te sacaré del Hospital por la puerta trasera y pediré un taxi para que te lleve a la terminal de buses. Tengo una amiga que trabaja allí y te enviará a cualquier destino que decidas. ¿Te animas?

Emma tragó saliva.

—Sí —susurró—. Quiero irme. Él no sentirá compasión por la pérdida del niño, lo que hará será tratarme peor.

—Bien. Ya lo preparo todo.

La enfermera salió y Emma sintió un latido acelerado. Luego de largos meses de sufrimiento al lado de Marco, al fin iba a ser libre.

La enfermera volvió a los pocos minutos con unas prendas de vestir.

—Te conseguí ropa limpia y dinero para el taxi. Vamos para que te cambies.

—Pero… ¿y si él me busca? —preguntó mientras se ponía de pie con dificultad.

—Ve al lugar menos probable, uno que del que jamás le hayas hablado y escóndete un tiempo hasta que te olvide.

A pesar de sus miedos, Emma se vistió rápido, con manos temblorosas. Trataba de no acobardarse. Ya había soportado demasiado sufrimiento junto a ese hombre, si no aprovechaba ese empujón de la vida nunca lograría liberarse.

La enfermera la guió al exterior por la salida trasera y la subió a un taxi que esperaba.

—No mires atrás —aconsejó con una sonrisa dulce.

—Gracias —logró expresar Emma, con el corazón golpeando sus costillas.

Dentro del auto, mientras se alejaba del Hospital, sintió que algo dentro de ella se rompía, pero a la vez, algo nuevo ocupaba ese espacio. Era un eco de libertad.

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