Una Niñera para Dos Dueños

Una Niñera para Dos DueñosES

Romance
Última atualização: 2025-08-08
Sathara  Atualizado agora
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Índice

Ser niñera nunca debió llevarla tan lejos… ni tan profundo. Tanya solo buscaba escapar de los ojos de su padrastro que la espiaban cada noche. Lo que no esperaba era terminar atrapada entre dos hombres que encarnan el deseo y el peligro. Viggo Thorne, un millonario frío, dominante y enigmático. Su mirada la consume, su presencia la desarma, y sus secretos oscuros la atraen como un imán que no puede resistir. Noah Thorne, su hijo. Un médico arrogante e irresistible. Deseado por todas, pero con una obsesión que solo tiene un nombre: Tanya. Padre e hijo. Ambos la desean. Ambos la provocan. Y ninguno está dispuesto a rendirse. Entre miradas que queman, caricias que la hacen temblar y promesas que podrían destruirla, Tanya se ve arrastrada a un triángulo peligroso, donde el deseo es tan devastador como el amor. Cuando el corazón se divide y la pasión estalla… ¿A quién elegirá? ¿Al hombre que puede protegerla… o al que puede hacerla arder?

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Capítulo 1

Capítulo 1: Esos malditos ojos

TANYA RHODES

Desperté con el corazón golpeándome el pecho, como si hubiera estado corriendo durante horas. Me tomó unos segundos darme cuenta de dónde estaba. La habitación era la misma de siempre: opresiva, húmeda, con las paredes manchadas de moho y el techo que crujía con cada ráfaga de viento.

Y entonces los vi. El motivo de mis pesadillas.

Esos malditos ojos.

Allí, en la parte rota de la puerta, donde la madera se había astillado hacía años y nadie se había molestado en reparar, porque no era conveniente, porque era un gasto innecesario, porque mi privacidad no era una prioridad, por el contrario, se había vuelto motivo de perversión. 

Me observaban, fijos, brillando apenas con la luz del pasillo, como dos agujeros oscuros que se abrían hacia algo peor que el infierno.

Grité. Fue un grito ahogado, casi sin fuerza, más por reflejo que por esperanza. Me cubrí de inmediato con la colcha, como si ese pedazo de tela pudiera protegerme de él.

Había dejado de tenerle miedo al monstruo de debajo de la cama, pero ahora tenía miedo del monstruo del otro lado de mi puerta.

Volví a mirar. Bajando lentamente la colcha, con miedo. 

Ya no estaban esos malditos ojos, pero el vacío que dejaron fue peor. Sentía su mirada aún clavada en mi piel. El miedo no se iba, nunca se iba. Y no era una ilusión. Sabía perfectamente de quién eran esos iris que brillaban en la noche como los de un animal.

Desde que tenía catorce años y mi madre me llevó a vivir con ese hombre, con su nuevo esposo, comencé a sentirlos. Me espiaba. Me acechaba. Me analizaba cuando pensaba que nadie lo veía, y entre más crecía, su insistencia también.

No dormía, no podía. Me pasaba las noches con los ojos abiertos, escuchando cualquier ruido, esperando que no se atreviera a entrar. A veces soñaba que lo hacía. Soñaba que se deslizaba en mi cama, que me arrancaba la voz, que me tocaba y tomaba de mí lo que por tanto tiempo había ambicionado sin que yo pudiera hacer algo para detenerlo, solo me quedaba llorar y esperar a que todo pasara.

Despertaba empapada en sudor y con el estómago revuelto, tanto que, a veces, terminaba en el baño vomitando, aunque no hubiera nada que sacar, pero lo peor no era el miedo. Era la certeza de que a nadie le importaba.

Mi madre… mi madre me miraba como si yo fuera el problema. Como si todo lo que ocurría fuera mi culpa. Me acusaba con los ojos. Me insultaba con el silencio. Y cuando hablaba… era aún peor.

—Mamá, por favor, ya no quiero vivir aquí, me da miedo… —dije entre sollozos cuando había cumplido 16. ¡Ya había soportado dos años y pensaba que era demasiado! Que ilusa fui.

Mi deseo para apagar las velas de un pastel que nunca llegó era no volver a ver a su esposo, que ella abriera los ojos y se diera cuenta del monstruo con el que había reemplazado a mi difunto padre. 

—Lo provocas —me contestó con rencor, como si en verdad creyera que yo era la única culpable—. Lo miras con esa cara… no te hagas la inocente.

Me quedé congelada, porque no reconocí a la mujer que me había amado y criado. Cuando vendió la casa donde crecí, la misma que papá había dejado para nosotras, para nuestra protección, pensé que tenía razón, que había demasiados recuerdos en ella. Cuando empezó a salir con su ahora esposo, acepté que tenía que rehacer su vida, dejar de llorarle a un muerto y volver a encontrar el amor. 

Pensé que su silencio y apatía dolían, pero me dolió mil veces más cuando abrió la boca solo para ponerse de su lado. 

—Pero… mamá… yo no… yo me porto bien… yo… —supliqué con los ojos llorosos y la voz quebrada, estirando mis manos hacia ella, esperando un abrazo que me negó.  

No quería aceptar que estaba en ese infierno sola, que nadie me tendería la mano, que a nadie le interesaba cada paso que ese monstruo daba hacia mí, ni siquiera a mi propia madre.

—No puedo creer que seas capaz de ensuciar la imagen de Fabián, que te ha dado todo, que se ha comportado como un padre después de que el tuyo te abandonó —sentenció molesta, con los dientes apretados. 

—Papá no me abandonó, murió. Tú eres quien me está abandonando, mamá. —Nunca esperé que pasara de las palabras a los golpes tan rápido, pero así sucedió, su mano terminó en mi mejilla, dándome una bofetada tan fuerte que me torció el rostro y casi me hizo caer si no me hubiera apoyado contra la pared. 

—¡Eres una malagradecida! —gritó indignada, pero las lágrimas en sus ojos delataban que sabía muy bien lo que estaba pasando y no le importaba—. ¡No quiero que vuelvas a hablar mal de Fabián! Si no puedes quererlo como a un padre, ¡bien!, pero por lo menos respétalo. 

A partir de ese día dejó de abrazarme y de hablarme con cariño. A veces parecía que deseaba borrarme de su vida. Y yo, que antes la amaba como a nadie, empecé a odiarla un poco más con cada día que pasaba.

La luz del día entró sin aviso por la ventana, cauterizando mis pupilas. Después de haber visto a mi padrastro esa noche espiándome, no volví a pegar los párpados. Siempre era así, no podía dejar de darle vueltas a todo, a cuestionarme si las cosas pudieron ser diferentes, si de alguna forma todo fue mi culpa, o tal vez solo era mi cuerpo en modo supervivencia, sabiendo que mientras estuviera despierta, nada malo podía pasarme. 

Giré la cabeza hacia el calendario pegado con cinta a la pared. 30 de julio. Mi cumpleaños número dieciocho, y no me pasó desapercibida la broma. 

—Cuidado, cuando cumplas 18 años por fin serás «legal» —había dicho mi padrastro el día anterior cuando mi madre tocó el tema durante la cena que, como todas las anteriores desde que fingíamos ser una familia, solo era un momento incómodo en el que hablaba lo menos posible.

Ahora no podía sacarme esa frase de la cabeza, como una amenaza velada.

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Capítulo 1: Esos malditos ojos
Capítulo 2: Feliz cumpleaños, te quedaste sin futuro
Capítulo 3: Hambre, frío y miedo
Capítulo 4: No todo lo que brilla es oro
Capítulo 5: ¿Dónde está el niño que hay que cuidar?
Capítulo 6: Pastel envenenado
Capítulo 7: Intoxicada
Capítulo 8: Pídeme que te tome
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