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Capítulo 5: ¿Dónde está el niño que hay que cuidar?

TANYA RHODES

Las gotas seguían golpeándome, pesadas como piedras. Mis zapatos hacían ese sonido pegajoso de la tela húmeda, pero por lo menos el estómago ya no me gruñía. 

—¿Está consciente de la hora que es? —preguntó la mujer del otro lado de la línea, se escuchaba cansada. 

Levanté la mirada hacia el cielo oscuro y lluvioso, y resoplé.

—Yo sé… pero… en verdad estoy muy interesada en el trabajo —insistí. Prefería pasar toda la noche buscando trabajo que regresar a casa. Para empeorar las cosas comenzaba a sentirme extraña. Posé mi mano en la frente y la sentí caliente. 

El silencio se hizo tan profundo en la línea que temí que la llamada se hubiera cortado. Entonces por fin la mujer contestó:

—¿Tienes dónde apuntar? Te daré la dirección… pero tienes 30 minutos para llegar. No te esperaremos ni un minuto más.

Con torpeza me hice con un pedazo de papel y una pluma del interior de mi mochila y anoté cada palabra con emoción. Con la poca batería que le quedaba a mi teléfono, puse la dirección en el GPS para guiarme, ignorando por completo como me sentía, pensando que el frío y la lluvia de seguro me provocarían un resfriado. 

No prestaba mucha atención al camino, mis ojos permanecían pegados a la pantalla siguiendo la línea azul, hasta que por fin llegué a mi destino. Entonces me di cuenta de que no había muchas casas alrededor, una o dos, distantes, a kilómetros, entre hectáreas de bosques frondosos y jardines imponentes detrás de rejas altas.

Giré sobre mi eje hasta que me detuve bajo el enorme portón metálico. Era una villa. No una casa cualquiera. Era una mansión blanca, silenciosa. Increíblemente lujosa.

Apreté el timbre, dudando si debía o no estar ahí. Una mujer mayor con uniforme impecable abrió con una cortesía ensayada.

—¿Eres la chica de la llamada? —preguntó con apatía y revisó su reloj de muñeca—. Llegas cinco minutos tarde. 

—Lo siento, es que estaba muy lejos y…

—Es demasiado tarde, vuelve mañana —me interrumpió dispuesta a cerrarme en la cara. 

—¡No! ¡Por favor! —exclamé deteniendo la reja con ambas manos—. Por favor, solo fueron cinco minutos, no me quite esta oportunidad. En verdad, necesito el trabajo.

Por primera vez la mujer me vio con atención, recorriéndome desde mis tenis mojados hasta mi cabello desordenado. Su gesto de apatía se convirtió en lástima y después de un resoplido se hizo a un lado.

—Hoy es tu día de suerte. —Recorrimos el jardín, siguiendo un camino empedrado que nos guio a la enorme mansión. Crucé un pasillo largo, con suelos brillantes y cuadros que seguramente valían más que toda mi ropa junta. Mi corazón latía más rápido con cada paso. ¿Y si era una trampa? ¿Y si...?

—Espérame aquí —dijo la criada antes de desaparecer detrás de una puerta.

Yo me quedé de pie, empapada, con el cabello chorreando agua y los zapatos llenos de barro. Me sentí pequeña, fuera de lugar, pero también viva, porque por primera vez en años, no estaba en esa casa. No sentía esos ojos detrás de la puerta.

Agaché la mirada y el charco debajo de mí me avergonzó. ¿Cómo obtendría el empleo viéndome así? Parecía una vagabunda. De pronto un escalofrío me recorrió, tenía frío y al mismo tiempo calor y cuando pensé que me desmayaría, lo vi.

Estaba de espaldas hablando por teléfono a unos metros. Alto, vestido con una camisa oscura remangada, los brazos fuertes, el cuello tenso. Tenía el cabello algo desordenado, y la postura de alguien que cargaba demasiado encima, aunque no fuera mayor que yo por muchos años.

¿Él era el padre? No podía ser. Era muy joven.

Entonces giró ligeramente la cabeza, lo suficiente para ver su perfil. Era el hombre más guapo que había visto en mi vida. Una mirada arrogante y una sonrisa que era digna de quien se cree dueño del mundo. Apartó su teléfono en cuanto la sirvienta se plantó frente a él antes de que ambos voltearan hacia mí. 

Cuando sus ojos azules me inspeccionaron, no pude evitar ruborizarme y el calor aumentó en mi cuerpo. ¿Por qué estaba así? ¡¿Qué me estaba pasando?! 

Se recargó en el marco de la puerta mientras sus ojos me recorrieron de pie a cabeza. 

—De todas las personas que se han perfilado para el empleo, tú eres la primera que me causa curiosidad —dijo sosteniendo su media sonrisa mientras su voz profunda y varonil resonaba en mis oídos causando eco—. ¿Puedo saber por qué estás hecha una sopa?

—Yo… —Abrí la boca y levanté la mirada hacia él, pero fue una pésima idea. El calor que me abochornaba ahora se estaba concentrando entre mis piernas y aunque sabía que él no lo sabía, no podía evitar ponerme nerviosa—. Me mojé…

Cerré los ojos con fuerza ante mi pésima elección de palabras, y cuando volví a abrirlos, la sonrisa del hombre se había hecho más grande.

—Lo noto —ronroneó de manera seductora y un escalofrío hizo temblar mi cuerpo. 

—¡Me refiero a que…! —Se me acabó el aire antes de terminar—. Yo… caminé bajo la lluvia, eso es todo. No llevo paraguas. 

—¿Cómo te llamas? —preguntó arqueando una ceja con arrogancia, dando un paso hacia mí, intimidándome más de lo que ya estaba. 

—Tanya… —susurré agachando la mirada. Entonces él pellizcó mi mentón y me obligó a levantarla de nuevo hacia él, hacia sus rasgos afilados y mirada profunda. 

—Eres una niña… —murmuró ladeando la cabeza.

—Pero soy muy capaz de ser una buena niñera —dije con firmeza y el ceño fruncido—. ¿Dónde está el niño que hay que cuidar? ¿Tú eres su padre?

—¿El padre? —preguntó divertido, soltando una risita varonil y profunda que parecía nacer de su pecho—. Soy demasiado joven para ser padre. A decir verdad, se puede decir que yo soy «el niño» en esta casa. 

La sonrisa se me disolvió, pero mis mejillas ardieron. 

—¿Cómo? —inquirí intentando tragar saliva.

—No estaba planeando conseguir una niñera para mí, pero pareces bastante interesante. —Me guiñó un ojo mientras la cabeza me daba vueltas, y lo que sentí no fue sorpresa, ni atracción… fueron náuseas. Una oleada repentina me apretó el estómago y me llevé la mano a la boca.

—¿Dónde está el baño? —logré preguntar, con la voz temblorosa, mientras mis ojos estaban llenos de ansiedad. 

¡No podía vomitarle encima a este escultural hombre!

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