TANYA RHODESDesperté con el corazón golpeándome el pecho, como si hubiera estado corriendo durante horas. Me tomó unos segundos darme cuenta de dónde estaba. La habitación era la misma de siempre: opresiva, húmeda, con las paredes manchadas de moho y el techo que crujía con cada ráfaga de viento.Y entonces los vi. El motivo de mis pesadillas.Esos malditos ojos.Allí, en la parte rota de la puerta, donde la madera se había astillado hacía años y nadie se había molestado en reparar, porque no era conveniente, porque era un gasto innecesario, porque mi privacidad no era una prioridad, por el contrario, se había vuelto motivo de perversión. Me observaban, fijos, brillando apenas con la luz del pasillo, como dos agujeros oscuros que se abrían hacia algo peor que el infierno.Grité. Fue un grito ahogado, casi sin fuerza, más por reflejo que por esperanza. Me cubrí de inmediato con la colcha, como si ese pedazo de tela pudiera protegerme de él.Había dejado de tenerle miedo al monstruo d
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