TANYA RHODES
—¿Nerviosa? —pregunté mientras le acomodaba el velo a Vanessa.
—No… No mucho —respondió viéndose al espejo como si no se reconociera, antes de voltear hacia mí con el rostro convertido en una mueca de pánico—. ¡¿Se nota?!
Compartimos una sonrisa. Vanessa era la novia más hermosa que había visto en mi vida. Lucía un encantador vestido blanco hecho a la medida. Noah la había llenado de joyas y flores, no solo para este momento. Cada día, como si tuviera que pagar tributo, llegaba con algo nuevo para ella, venerándola como si fuera su diosa personal.
—Cuando camines hacia el altar y veas a los ojos a Noah, verás que todos esos nervios desaparecerán —contesté tomándola de las manos.
Habíamos esperado hasta que sus heridas cicatrizaron por completo. Esperamos hasta que la pequeña Annie había crecido lo suficiente para poder caminar por el pasillo nupcial como la niña de las flores. Las visitas del trabajador social se volvieron inexistentes, aunque de vez en cuando nos llega