TANYA RHODES
No recordaba muy bien lo ocurrido la noche anterior, solo breves destellos que no me daban claridad. Apreté mi cabeza entre mis manos antes de dejarme caer sobre esa mullida cama. Ni siquiera sabía cómo carajos había terminado ahí, pero algo sí era bastante preocupante y era saber que estaba completamente desnuda.
—¡Dios! ¿Qué hice? —me pregunté mientras cubría mi rostro con ambas manos.
Sin darme mucho tiempo para encontrar respuestas, la puerta se abrió con fuerza.
—¡Arriba! —exclamó la sirvienta entrando como un vendaval a la habitación y, sin avisar, tiró de la sábana, dejándome al descubierto. Desesperada alcancé una almohada y me cubrí. Mi cara enrojeció por la vergüenza.
—¡¿Qué le pasa?! —exclamé indignada, pero ella parecía estarlo más, como si yo hubiera cometido un error garrafal.
—¿Es en serio? ¿Me lo preguntas? —sentenció con ferocidad y negó con la cabeza—. Se te recibió en esta casa, el señor Viggo te dejó quedarte, y ¿así es como pagas?
—¿Viggo? —pregunt