TANYA RHODES
Nos quedamos quietas mientras Paulina agonizaba, con la cabeza recargada en el borde de la cama. Dirigí mi atención hacia la puerta, esperando pacientemente, temerosa y al mismo tiempo sabiendo quien estaba aquí.
—Es Viggo… Estoy casi segura… —respondió entre jadeos—. Vino por ti.
Intentó esbozar una sonrisa cansada mientras sus parpadeos se volvían más lentos.
—Tranquila, todo estará bien —dije mientras presionaba también con mis manos, exprimiendo el veneno de su brazo, sacándolo por las mismas heridas.
—Él no hubiera venido por mí… —susurró y su mirada se quedó clavada en la ventana, viendo el cielo azul—. Él no me hubiera buscado… No lo hizo cuando me fui. Le pedí espacio, lo maldije, y solo lo aceptó. No luchó. No le interesó.
»Creí que al ver que los hombres se me acercaban, se pondría celoso y me haría volver. No pasó. Pensé que al volverme exitosa me buscaría con admiración. Tampoco ocurrió. Simplemente dejé de existir para él. Después de darle todo mi amor, de