María Aragall tenía mala suerte, estaba segura de ello y, aunque en algún momento de su vida no lo creyó de esa manera, tarde se dio cuenta de que lo peor que le había pasado era haberse topado con ese chico guapo, agradable y millonario que sumaría a su vida una nueva historia con final triste y desesperanzador, ¿o no?
Leer másEl hombre sonrió, lo que veía le llenaba de felicidad, y también se tragó un gemido proveniente de la emoción, sensación que provocaba esa lágrima traviesa que había logrado escapar de él.Mateo Duran, su abuelo, le miró enternecido. Su niño, su pequeño nieto, el que parecía haber nacido para disfrutar con la felicidad de los otros, estaba coronándose como ganador en ese juego que, por tonto, casi había perdido.El anciano vio a Marcos Durán enamorarse cómo nunca antes lo había hecho, al punto de vivir con una sonrisa verdadera pegada al rostro; después de conocerla Marcos solo hablaba de María que, según él, era de esas chicas que ya no había, y aún así la descuidó en el momento que ella más lo necesitaría.Se lo había dicho una vez, si se había decidido
Los ojos de la chica se llenaron de lágrimas, y no precisamente por la emoción, sino por el terrible dolor de cabeza que le estaban provocando las guitarras, violines y trompetas que sonaban igual que las voces de los mariachis: a todo pulmón.—Este idiota no solo quiere romper mi corazón de nuevo —se quejó la joven pataleando en la cama—, también quiere destrozarme la cabeza.—Fuiste tú quien pidió la serenata —le recordó su madre, que también había despertado al sonar de la primera canción.—Sí —concedió la chica—, pero no hoy, otro día que no estuviera cruda... mamá, dile que se vaya...—No —dijo la mayor—, díselo tú. A mí no me duele nada escuchar tu serenata, la disfrutaré hasta el final.Mary soltó un quejido, muy parecido a un gemid
—¿Puedes parar con el acoso? —preguntó María, molesta, al hombre que la había seguido todo el camino a su casa.—¿Y tú puedes parar con tu tonto orgullo? —cuestionó Marcos mirando a la joven que furiosa le encaraba después de casi media hora de camino ignorándole.—Esto no es mi tonto orgullo, es el dolor de heridas reales —aseguró la joven un tanto ofendida.—María, no hagas como que no lo ves. Está tan claro que incluso yo lo noté, si tú siguieras adolorida me evitarías a toda costa, pero la verdad es que estás disfrutando de la atención, por eso no me mandas al diablo de una vez por todas.—Marcos, te he mandado al diablo día con día, pero no te rindes. Y, para ser sincera, ya me cansé de todo esto. ¿Qué es lo que pretendes en realidad? ¿Quieres q
Marcos entró a su habitación de hotel y tiró su chaqueta en la cama.Las cosas no habían salido para nada como las había previsto, y eso le molestaba, pero tenía que admitir que había sido demasiado optimista cuando decidió ir por María. El que ella le respondiera los mensajes al fin le había dado alas y voló directo al parachoques de un tráiler en movimiento, por eso se sentía aplastado.Sin ninguna idea de lo que iba a hacer, tomó su teléfono para hablar a su casa y contarle a su abuelo sus desventuras amorosas.—Te advertí que no sería fácil —dijo el abuelo al joven que recordaba dicha advertencia con claridad.—Sí, tampoco esperaba que fuera fácil, pero ella dijo que no cree que la amo, que no lo creyó nunca... ¿Entiendes lo que significa? Cree que fue un capricho que olvidé
—Parece que solo queríamos vernos —dijo de pronto María, tras haber estado en completo silencio por un buen rato con el hombre con que se había reencontrado recién.—Yo no solo quería verte —aseguró Marcos—, pero ahora que te veo no sé ni por donde empezar a disculparme contigo. Te hice mucho daño, por idiota.María le miró con una sonrisa en la cara, esa disculpa le hacía más bien del que había pensado que le haría.—Tuvimos mala suerte —excusó la joven—, no era nuestro destino y por comer ansias terminamos algo heridos.—¿De verdad piensas que no era nuestro destino?—Lo creo. Si lo hubiese sido ella no hubiera aparecido justo en ese momento, tampoco yo hubiera tenido que regresar a mi casa y, lo más importante, yo no hubiera perdido mi celular.—¿Per
“¿Podemos hablar?” decía el mensaje que había recibido en su antiguo teléfono en plena madrugada, pero que había leído hasta la mañana siguiente de haber sido enviado.Las manos de María temblaron. Creía tener una muy buena idea de lo que quería hablar el otro, pero había pasado tanto tiempo que no creía que tuviera caso ya. ¿Para qué abrir las heridas ya cerradas? No le veía el caso.—No le voy a responder —dijo para sí misma alejando celular tanto como le permitió su mano estirada.Pero no podía ignorarlo, de haber podido hubiese contenido su enorme necesidad de saber algo de aquel que se aparecía, ahora sí de verdad, de nuevo en su vida.Antes había sentido que el pasado la había alcanzado, pero era un pasado sin importancia, porque Marcos se había rendido de co
—Y —habló la madre de María—, ¿qué parte de tu pasado en Monterrey te alcanzó hasta acá? No me digas que es un nieto porque te llevo ahora mismo a que me lo traigas. —Ay, mamá, ¿cómo crees? A lo mucho sería un novio, pero no alcanzamos a llegar a tanto. —¿Qué? Niña, tú hablas como yo escribo, no se te entiende ni ma... —¡Mamá! —gritó María interrumpiendo la grosería de su madre. —Pues no te andes con enredijos, suelta la sopa y ya. —De acuerdo —concedió Mary—. ¿Te acuerdas de Marcos? —¿Tu guapísimo y riquísimo jefe? —Sip, ese. Pues resulta que, después de mucho, al fin me pidió que fuéramos novios... —¿Cuándo? —La tarde del día en que me avisaron del accidente de Javier. —¿Y luego? No me digas que le dijiste que no para venir a ver a Javier. —No, yo le iba a decir que sí, pero antes de que yo respondiera nada él se fue y me dejó con la palabra en la boca por seguir a una chica que se parecía a su
Dicen por ahí que a todo se acostumbra uno, y María se acostumbró a la presencia de su compañero durante las mañanas y las noches en su hogar.Danilo almorzaba y cenaba con ella, a veces salían juntos por las noches, y pasaban todo el fin de semana haciendo turismo por la enorme ciudad en que la chica vivía, pero en todo el tiempo que estuvieron juntos no pasaron de ser buenos compañeros de piso.El diplomado de Danilo duraba cuatro meses y, en la mitad del tiempo, ambos se sentían tan cómodos con el otro que parecía que habían vivido juntos toda la vida; a los quehaceres se adaptaron, cada uno hacía los propios, así que no había disgustos innecesarios, incluso descubrieron sus gustos compartidos.Salir a caminar por las mañanas era, si acaso, lo único que ella jamás haría con él, porque le gustaba levantarse tarde luego de