Mundo ficciónIniciar sesiónDurante siete años, Rachel Miller entregó su alma, su tiempo… incluso su dignidad… por un amor que nunca la mereció. Soportó humillaciones en silencio, sacrificó sueños y se desdibujó a sí misma para mantener unida una familia que, al final, la traicionó. El golpe definitivo llegó cuando su propia hija —la niña a quien había amado con cada latido— eligió a la amante de su marido sobre ella. Fue entonces cuando Rachel entendió: el amor no es sufrimiento. Así que se reinventó, convirtiendo su dolor en poder y su ambición en un imperio. Ahora es una magnate respetada y deseada en los círculos más exclusivos de Londres, incluido su arrepentido exmarido. Pero Rachel jamás volverá la vista atrás. Porque ahora camina del brazo del hombre más influyente de la ciudad, quien la mira como si fuera el centro de su universo. Él le demostró que a veces hay que hundirse en la miseria para poder encontrar el verdadero oro. —Qué bueno que él no supo valorarte —dijo Aaron Hunter, atrayéndola contra su pecho—. Porque si no hubiera sido por su estupidez… nunca habrías llegado a mis brazos. Ella sonrió, apoyando la frente en su hombro. —¿Y si te digo que ya no quiero ser valorada? —Entonces te diré que no se trata de valor —murmuró él, besando sus labios—. Se trata de adoración. Y tú, mi reina, eres la única que merece la mía.
Leer másC1-EL PRECIO DE UN DESEO.
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—Cielo, ven, vamos a cantar el cumpleaños.
La niña la miró apenas un segundo y retrocedió cuando su madre quiso abrazarla. —No me arruines el vestido, mamá —murmuró con una mueca de fastidio. Rachel sonrió, aunque sintió cómo algo se le rompía por dentro, pero se consoló diciéndose que era solo un capricho infantil, que los nervios del día la tenían sensible.Antes de poder responder, Melody soltó la tablet y corrió —con su cabello rubio moviéndose como una ráfaga dorada— directa hacia su padre.
—¡Papi, cárgame para soplar las velas! John Carter, impecable en su camisa blanca y reloj de oro, la alzó con una sonrisa amplia y le besó la nariz. —Claro, princesa. El gesto de su hija fue tan natural, tan íntimo con su padre, que Rachel sintió el pecho apretarse. Aun así, se obligó a sonreír y se acercó a la mesa, fingiendo normalidad mientras los invitados rodeaban el pastel. Una empleada encendió las velas, y todos comenzaron a cantar el “cumpleaños feliz”.Ella intentó concentrarse en la voz de su hija, en el brillo de sus ojos, y cuando terminó la canción, se inclinó hacia ella con una sonrisa temblorosa:
—Cielo… tienes que pedir un deseo. Algo que quieras con todas tus fuerzas. Melody la miró en silencio y luego giró la cabeza hacia la vela, cerró los ojos y murmuró con voz clara, inocente, pero sin medir el daño que causarían: —Deseo que Isadora sea mi mamá.El aire se detuvo para todos y Rachel sintió un golpe seco en el pecho, como si el corazón hubiera olvidado cómo latir. Su sonrisa se congeló, convirtiéndose en una máscara inmóvil, mientras el murmullo de los invitados se volvía una corriente incómoda. Algunos se miraron entre sí; otros disimularon, bajando la vista o fingiendo sonrisas contenidas. Entonces, John soltó una risa forzada, pero cargada de nervios:
—Vamos, cariño, no digas tonterías. Isadora es solo la amiga de papi que te lleva a sitios bonitos. —Luego, miró a los presentes con una mueca ensayada—. Son cosas de niños, ya saben… se encariñan con cualquiera. Rachel solo lo miró con la mandíbula tensa, dejando que cada palabra dicha por su hija fuera un cuchillo que se le clavaba en el pecho. Él se giró hacia ella y, con un tono suave pero condescendiente, añadió: —Rachel, no le des importancia.Pero antes de que pudiera reaccionar, la voz aguda de Melody los interrumpió:
—¡Pero es cierto! ¡Con ella sí vamos al parque y a comer helado! ¡Ella es mejor que mamá! El silencio fue absoluto y, para Rachel, fue como si le vaciaran el estómago: un hueco que la dejaba sin aire. Llevaba siete años casada con John, siete años intentando sostener algo que hacía tiempo se había roto. Había pasado los últimos meses cuidando a su madre enferma, dejando a Melody bajo el cuidado de él, y lo había hecho por deber. Pero nunca pensó que, en su ausencia, perdería precisamente lo único que le daba sentido a su vida: su hija.El murmullo volvió, pero Rachel apenas lo escuchaba; solo podía mirar a Melody, que ahora reía sin una pizca de culpa. La niña no entendía el daño de sus palabras; sin embargo, John evitó su mirada y Rachel solo pudo quedarse ahí, sonriendo por inercia, mientras algo dentro de ella se quebraba sin remedio.
Aun así, no quiso rendirse. Así que avanzó despacio hasta quedar frente a Melody, ignorando las miradas curiosas que se clavaban en su espalda:
—Cariño —susurró, intentando que la voz no le temblara—, yo soy tu madre, yo te amo… ¿Por qué…? Estiró la mano e intentó acariciarle la mejilla con cuidado, pero Melody apartó el rostro, molesta, sin siquiera mirarla: —No quiero que seas mi mamá. ¡NO QUIERO QUE SEAS MI MAMÁ! Rachel parpadeó, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar: —¿Qué… qué dices, cielo? —intentó sonreír, aunque la voz se le quebró—. No digas eso, mi amor. Pero Melody frunció el ceño, con la seriedad de alguien mucho mayor de siete años: —Isadora es más linda. Ella me deja comer helado y me compra vestidos. Tú siempre estás triste o te vas lejos. —Su tono fue directo, inocente, pero cada palabra era un golpe certero—. Con ella sí me divierto, ya no te quiero.Rachel retrocedió un paso, mientras su mente trataba de encontrar una explicación, algo que diera sentido a lo que oía. ¿Quién era esa mujer? ¿Por qué su hija hablaba de ella con tanto cariño? ¿Qué estaba pasando mientras ella cuidaba a su madre enferma?
Tragó saliva, intentando mantener la calma, y su mirada se clavó en John, buscando respuestas, algo que la ayudara a no derrumbarse ahí, frente a todos. Pero él la evitó por unos segundos, fingiendo ajustar su reloj, hasta que finalmente la miró. —John —su voz salió baja, temblorosa pero firme—, ¿qué significa esto? ¿Quién es Isadora? Él suspiró, pasándose una mano por el cabello con gesto impaciente: —Rachel, no empieces aquí —dijo entre dientes, sin molestarse en disimular el tono autoritario—. No es el momento. —¿No es el momento? —repitió ella, con una risa incrédula que apenas contenía el llanto—. ¿Mi hija acaba de decir que quiere otra madre y tú me pides que no empiece? ¡Dímelo, John! ¿Quién diablos es esa mujer?C128- CONCIENCIA LIMPIA.Después de tres días en observación, el médico finalmente dio de alta a Isadora y John no fue a buscarla, así que regresó sola a la mansión y cada paso aumentaba ese odio que le hervía en la sangre.«Asuntos en la empresa, murmuró. Claro… cualquier cosa menos estar conmigo»Esa noche, cansada de reposo, decidió esperarlo para cenar. La mesa estaba puesta, la comida servida y ella, sentada derechita, practicaba la sonrisa dulce que sabía fingir tan bien.La puerta se abrió y John entró sin prisa, sin mirar alrededor, dejando las llaves sobre la consola como si ella fuera aire.—Hola, amor… —canturreó Isadora como una esposa perfecta.Pero él apenas la miró de reojo mientras colgaba el abrigo.—¿Dónde está Melody?Isadora apretó los dientes en una mueca diminuta y disimulada.—Está haciendo su maleta. Mañana le toca visita con su madre.La palabra madre le salió rasguñada y amarga.John frunció el ceño, tampoco le gustaba oírlo y menos recordarlo. El caso seguía
C127- TERRITORIO RECLAMADO Y POSEÍDO.Cuando ella termino de surfear la ola, el se incorporó lentamente, con los labios brillantes y la besó, profundo y húmedo, dejandola saborearse a sí misma en su boca, un sabor salado e íntimo que la hizo gemir contra él. Y mientras lo hacía, sus manos bajaron y desabrocharon el cinturón y el pantalón con movimientos seguros, cuando su polla quedó libre, Rachel contuvo la respiración.Siempre que la veia era lo mismo.Le resultaba imponente, en su forma larga, gruesa, con una red de venas palpitantes bajo una piel tensa como mármol. El glande, de un rosa pálido, parecía casi perfecto bajo la luz, una belleza cruda y funcional que exigía atención y Rachel, queria darle esa atencion por eso, se inclinó instintivamente, con el único pensamiento de tragar esa belleza, de rendirle pleitesía con la boca.Pero Aaron la detuvo, enredándose su mano suavemente en su cabello y tirando hacia atrás con suficiente fuerza para hacerle entender quién mandaba.—Des
C126- DÉJAME VER LO QUE ES MÍO.Aaron no se apresuró y con una lentitud deliberada, se quitó la chaqueta y la dejó caer. Luego, desanudó la corbata, deslizándola entre sus dedos antes de dejarla ir y mientras lo hacia, sus ojos nunca se apartaron de los de ella, que lo observaban con una mezcla de anticipación y rendición.—Sube al escritorio —le ordeno—. Siéntate en el borde.Rachel, con los labios entreabiertos, obedeció. Se deslizó de la silla y se sentó en el borde frío de la madera, sintiendo la pulida superficie bajo sus muslos. Entonces Aaron se arrodilló ante ella, como un rey rindiendo pleitesía a su única soberana y sus manos, grandes y firmes subieron por sus muslos y cuando llego a su cintura, hundió los dedos en la tanga de encaje negro.—Déjame ver lo que es mío —dijo mientras comenzaba a bajarla, con una paciencia que la hizo estremecer, la fina tela se deslizo milímetro a milímetro, sobre sus caderas, por sus muslos, hasta que llegó a sus tobillos. Entonces el sacó po
C125-QUIÉN LUCHA A TU LADO. Isadora despertó lentamente en la habitación del hospital. La luz fluorescente le lastimaba los ojos y sentía la boca seca, pastosa. Los efectos de la anestesia aún nublaban sus pensamientos, pero había una preocupación que atravesaba la bruma química como un rayo: su bebé. John estaba sentado a un lado de la cama, observándola con una expresión inescrutable. No había preocupación en su rostro, ni alivio al verla despertar. Solo una máscara fría, calculadora. —Mi bebé... —logró decir ella con voz ronca, la garganta áspera por la intubación. John se puso de pie con movimientos medidos. Se acercó a la cama y tomó su mano. El gesto debería haber sido reconfortante, pero había algo mecánico en él, como si estuviera siguiendo un guion. —El bebé se ha ido, Isadora... Lo perdiste —dijo con voz plana, sin inflexión alguna. Las palabras cayeron sobre ella como un puñetazo. Sintió que el aire abandonaba sus pulmones y que algo vital se desgarraba dentro de su pe
C124-EL PESO DE UN SECRETO.—¿Mi familia? —Isadora logró articular, ganando tiempo mientras su mente trabajaba a toda velocidad.John se giró entonces y clavó sus ojos en ella.—Sí, tu familia. Los que viven en América y que no pudieron venir a nuestra boda por... problemas de salud de tu padre.Isadora sintió que el suelo se movía bajo sus pies, su familia era un tema que había evitado cuidadosamente, construyendo una elaborada red de mentiras que ahora parecía estar desmoronándose.—Están... están organizando el viaje —respondió, intentando sonar natural—. Mi papá es muy estricto con sus tratamientos, no puede viajar sin planificarlo con semanas de antelación.John la observó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos y finalmente asintió.—Claro. Entiendo perfectamente —dijo, volviendo a sus papeles—. La verdad espero conocerlos pronto. Isadora salió del despacho con el corazón desbocado y subió las escaleras casi corriendo, tropezando una vez, aferrándose al pasaman
C123-¿YA AVISASTE A TU FAMILIA?Los días después de la boda siguieron iguales para cualquier observador externo, pero no para John. Con cada amanecer, veía una nueva oportunidad para destruir a Aaron. Se había propuesto acabar con sus empresas, sabotear cada contrato, usar todo su poder e influencia para ponerlo de rodillas. Había convertido esta venganza en su misión personal, casi tan importante como la batalla por la custodia de su hija.Pero no era algo fácil. Porque con cada golpe que John daba, Aaron Hunter parecía estar un paso adelante, como si tuviera un sexto sentido para los negocios o como si alguien le dijera qué iba a hacer, y ese día John volvió a fallar.Golpeó la pared con el puño cerrado, el dolor que recorrió sus nudillos apenas registró en su conciencia, ahogado por la furia que le hervía en las venas.—¡Maldit4 sea! —bramó—. ¡Ese hijo de puta siempre se me adelanta!La voz al otro lado de la línea sonaba tensa, casi temerosa.—Señor... la filtración no funcionó.
Último capítulo