C2 -¿ELLA Y TÚ, SON AMANTES?
Después de que la fiesta terminó, Rachel cerró la puerta de la habitación; su respiración era agitada y el corazón le golpeaba con una mezcla de rabia, humillación y dolor. Se cruzó de brazos, tratando de mantener la compostura, mientras John se quitaba la chaqueta con total calma, como si nada hubiera pasado, como si su hija no la hubiese destrozado delante de todos.
—Quiero una explicación, John —dijo con voz firme—. Ahora. Pero él ni siquiera la miró; caminó hacia el tocador y comenzó a desabrocharse los gemelos con movimientos lentos, metódicos y fríos. —¿Explicación de qué? —respondió con tono cansado, casi molesto—. No empieces con tus dramatismos, Rachel. —¿Dramatismos? —ella soltó una risa amarga—. Nuestra hija acaba de decir frente a todos que desea que otra mujer sea su madre, y tú crees que exagero. Quiero saber quién demonios es Isadora y por qué mi hija está tan encariñada con ella.John suspiró hondo, como si estuviera soportando una conversación que le aburría.
—Isadora es la nueva gerente de relaciones públicas de la empresa —respondió al fin, girándose hacia ella con un gesto indiferente—. Llegó hace unos meses. Rachel frunció el ceño y algo en su tono, en la tranquilidad con que lo decía, le erizó la piel. Lo observó unos segundos, intentando leer entre líneas, pero él evitó su mirada. —¿Y qué tiene que ver una empleada tuya con mi hija? —insistió, dando un paso hacia él—. ¿Por qué Melody habla de ella como si fuera parte de nuestra familia? ¿Por qué la llevas a los parques, a los helados… con mi hija, John?Él cerró los ojos y, de repente, golpeó el tocador con tal fuerza que el perfume se cayó al suelo y estalló en mil pedazos. Rachel dio un respingo, pero no retrocedió.
—¡Porque tú no estabas! —gritó, girándose hacia ella con el rostro desencajado—. ¡Porque te largaste! ¿Qué esperabas que hiciera? La niña necesitaba compañía, necesitaba a alguien que la cuidara, y tú estabas demasiado ocupada llorando a tu madre. Rachel lo miró, atónita, y cuando habló, su voz salió baja y temblorosa: —No me fui de vacaciones, John. Estuve cuidando a mi madre enferma, muriéndose… —¡Y me lo echas en cara a mí! —la interrumpió, con una risa seca—. Todo es mi culpa, ¿no? ¡Pues te recuerdo que tú me obligaste a este maldito matrimonio, Rachel! Tú insististe en mantener las apariencias, en quedarte con mi apellido, con este circo que finges llamar familia. Y ahora que tu propia hija no te soporta, también es culpa mía, ¿verdad?Sus palabras la golpearon como puñetazos, y ella apretó los labios, intentando no llorar, pero el nudo en la garganta la ahogaba.
Aun así, no bajó la cabeza. —No te estoy culpando de lo que siente mi hija. Solo quiero entender por qué una mujer que ni siquiera conozco está tan cerca de ella. Eso no está bien, John. —Eres tú la que nunca está bien, Rachel —añadió él con un tono envenenado—. Tus cambios de humor, tus crisis, tus malditas hormonas… ni siquiera puedes mantenerte estable más de un día sin llorar. ¿Y pretendes que Melody quiera estar contigo así? Por Dios, no la culpes por eso.Esas palabras le atravesaron el alma, y el mundo a su alrededor parecía volverse difuso. Lo escuchaba hablar y, por un instante, se vio a sí misma desde afuera: una mujer vacía, cansada, tratando de sostener los pedazos de una vida que se le escapaba de las manos.
—Entonces… —susurró, conteniendo el temblor en su voz—, ¿me estás diciendo que la culpa de todo es mía? ¡¿Que si mi hija prefiere a otra mujer es porque estoy enferma?! John se encogió de hombros con frialdad. —Te estoy diciendo que dejes de buscar culpables donde no los hay. Mejor aprende a aceptar las consecuencias de tus decisiones, Rachel.Rachel sintió que el aire se le iba. Lo miró, atónita, sin poder reaccionar y, con la voz más serena que pudo reunir, preguntó:
—¿Ella y tú… son amantes? John se quedó inmóvil, y la habitación se llenó de esa pausa densa donde las mentiras mueren. Él no respondió enseguida, pero cuando lo hizo, su voz fue sumamente fría: —Sí.El mundo de Rachel se derrumbó en un segundo.
—No quise este matrimonio desde el principio. Fuiste tú la que se metió en mi cama, la que insistió en casarse. Lo sabías desde el primer día… sabías que esto estaba destinado a fracasar. Rachel quiso gritar, correr, llorar, pero no hizo nada. Solo se limitó a mirarlo una última vez, con los ojos llenos de algo que no era odio, sino decepción absoluta.Luego se giró y caminó hacia la puerta con pasos lentos, contenida, digna, aunque por dentro se estuviera desmoronando. Y cuando salió, sus pasos eran firmes, y John ni siquiera intentó detenerla.