UNA BODA POR CONTRATO CON EL AMIGO DE MI EX
UNA BODA POR CONTRATO CON EL AMIGO DE MI EX
Por: Paulina W
C1-EL PRECIO DE UN DESEO

C1-EL PRECIO DE UN DESEO

La casa olía a pastel recién horneado; los globos rosados cubrían el techo y una enorme piñata de princesa colgaba en el centro del salón. Rachel Miller, con el maquillaje ligeramente corrido por el calor y el cansancio, sostenía una copa de jugo mientras fingía una sonrisa tranquila.

Respiró hondo y buscó a su hija entre los niños. 

—Cielo, ven, vamos a cantar el cumpleaños.

La niña la miró apenas un segundo y retrocedió cuando su madre quiso abrazarla.

—No me arruines el vestido, mamá —murmuró con una mueca de fastidio.

Rachel sonrió, aunque sintió cómo algo se le rompía por dentro, pero se consoló diciéndose que era solo un capricho infantil, que los nervios del día la tenían sensible.

Antes de poder responder, Melody soltó la tablet y corrió —con su cabello rubio moviéndose como una ráfaga dorada— directa hacia su padre.

—¡Papi, cárgame para soplar las velas!

John Carter, impecable en su camisa blanca y reloj de oro, la alzó con una sonrisa amplia y le besó la nariz.

—Claro, princesa.

El gesto de su hija fue tan natural, tan íntimo con su padre, que Rachel sintió el pecho apretarse. Aun así, se obligó a sonreír y se acercó a la mesa, fingiendo normalidad mientras los invitados rodeaban el pastel. Una empleada encendió las velas, y todos comenzaron a cantar el “cumpleaños feliz”.

Ella intentó concentrarse en la voz de su hija, en el brillo de sus ojos, y cuando terminó la canción, se inclinó hacia ella con una sonrisa temblorosa:

—Cielo… tienes que pedir un deseo. Algo que quieras con todas tus fuerzas.

Melody la miró en silencio y luego giró la cabeza hacia la vela, cerró los ojos y murmuró con voz clara, inocente, pero sin medir el daño que causarían:

—Deseo que Isadora sea mi mamá.

El aire se detuvo para todos y Rachel sintió un golpe seco en el pecho, como si el corazón hubiera olvidado cómo latir. Su sonrisa se congeló, convirtiéndose en una máscara inmóvil, mientras el murmullo de los invitados se volvía una corriente incómoda. Algunos se miraron entre sí; otros disimularon, bajando la vista o fingiendo sonrisas contenidas. Entonces, John soltó una risa forzada, pero cargada de nervios:

—Vamos, cariño, no digas tonterías. Isadora es solo la amiga de papi que te lleva a sitios bonitos. —Luego, miró a los presentes con una mueca ensayada—. Son cosas de niños, ya saben… se encariñan con cualquiera.

Rachel solo lo miró con la mandíbula tensa, dejando que cada palabra dicha por su hija fuera un cuchillo que se le clavaba en el pecho. Él se giró hacia ella y, con un tono suave pero condescendiente, añadió:

—Rachel, no le des importancia.

Pero antes de que pudiera reaccionar, la voz aguda de Melody los interrumpió:

—¡Pero es cierto! ¡Con ella sí vamos al parque y a comer helado! ¡Ella es mejor que mamá!

El silencio fue absoluto y, para Rachel, fue como si le vaciaran el estómago: un hueco que la dejaba sin aire. Llevaba siete años casada con John, siete años intentando sostener algo que hacía tiempo se había roto. Había pasado los últimos meses cuidando a su madre enferma, dejando a Melody bajo el cuidado de él, y lo había hecho por deber. Pero nunca pensó que, en su ausencia, perdería precisamente lo único que le daba sentido a su vida: su hija.

El murmullo volvió, pero Rachel apenas lo escuchaba; solo podía mirar a Melody, que ahora reía sin una pizca de culpa. La niña no entendía el daño de sus palabras; sin embargo, John evitó su mirada y Rachel solo pudo quedarse ahí, sonriendo por inercia, mientras algo dentro de ella se quebraba sin remedio.

Aun así, no quiso rendirse. Así que avanzó despacio hasta quedar frente a Melody, ignorando las miradas curiosas que se clavaban en su espalda:

—Cariño —susurró, intentando que la voz no le temblara—, yo soy tu madre, yo te amo… ¿Por qué…?

Estiró la mano e intentó acariciarle la mejilla con cuidado, pero Melody apartó el rostro, molesta, sin siquiera mirarla:

—No quiero que seas mi mamá. ¡NO QUIERO QUE SEAS MI MAMÁ!

Rachel parpadeó, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar:

—¿Qué… qué dices, cielo? —intentó sonreír, aunque la voz se le quebró—. No digas eso, mi amor.

Pero Melody frunció el ceño, con la seriedad de alguien mucho mayor de siete años:

—Isadora es más linda. Ella me deja comer helado y me compra vestidos. Tú siempre estás triste o te vas lejos. —Su tono fue directo, inocente, pero cada palabra era un golpe certero—. Con ella sí me divierto, ya no te quiero.

Rachel retrocedió un paso, mientras su mente trataba de encontrar una explicación, algo que diera sentido a lo que oía. ¿Quién era esa mujer? ¿Por qué su hija hablaba de ella con tanto cariño? ¿Qué estaba pasando mientras ella cuidaba a su madre enferma?

Tragó saliva, intentando mantener la calma, y su mirada se clavó en John, buscando respuestas, algo que la ayudara a no derrumbarse ahí, frente a todos. Pero él la evitó por unos segundos, fingiendo ajustar su reloj, hasta que finalmente la miró.

—John —su voz salió baja, temblorosa pero firme—, ¿qué significa esto? ¿Quién es Isadora?

Él suspiró, pasándose una mano por el cabello con gesto impaciente:

—Rachel, no empieces aquí —dijo entre dientes, sin molestarse en disimular el tono autoritario—. No es el momento.

—¿No es el momento? —repitió ella, con una risa incrédula que apenas contenía el llanto—. ¿Mi hija acaba de decir que quiere otra madre y tú me pides que no empiece? ¡Dímelo, John! ¿Quién diablos es esa mujer?

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