C4- ¿PORQUE NO TE DIVORCIAS DE PAPÁ?
Rachel se quedó sola en la cocina, apoyada en la encimera, con los hombros temblando mientras intentaba no derrumbarse.
Aun así, no quería divorciarse. No porque siguiera amando a John —ese sentimiento llevaba tiempo muerto—, sino porque sentía que hacerlo sería fallarle a su hija. Si se separaban, Melody crecería con la idea de que su madre se había rendido, de que su familia se rompió por su culpa, y ella no podía permitirlo. Su única motivación era proteger a su hija, incluso si eso significaba seguir soportando el infierno de vivir con un hombre que ya no la amaba.
Al girarse, mientras recogía los platos intactos del desayuno, sus ojos se posaron en una cartulina sobre la mesa. Era un proyecto escolar de Melody. Rachel lo tomó con manos temblorosas, lo presionó contra su pecho, respiró hondo, se secó las lágrimas con el dorso de la mano y, quitándose el delantal, salió decidida hacia la escuela.
El camino se sintió eterno; su mente iba a mil por hora, pero su cuerpo actuaba en automático. Al llegar, caminó entre los pasillos recordando cuando solía ser parte activa de todo: las reuniones, las ferias, las presentaciones. Pero ahora las maestras la saludaban con una sonrisa incómoda, y algunos padres la miraban con lástima.
Entonces se detuvo en seco.
A unos metros, en el patio, estaban John e Isadora junto a Melody. La mujer estaba agachada frente a la niña, sonriendo mientras le acomodaba el cabello. Melody aplaudió, riendo, y luego la abrazó con fuerza. La sonrisa en su rostro era tan amplia, tan feliz, que a Rachel le atravesó el alma.
Sintió una mezcla insoportable de dolor, rabia y traición; el proyecto tembló entre sus manos y, por un momento, pensó en irse, en no hacer una escena, pero ya era demasiado tarde.
Avanzó con pasos firmes, con la mirada fija en ellos.
—¿Qué estás haciendo aquí?Isadora levantó la cabeza, sorprendida; John la miró, molesto, y Melody se encogió un poco detrás de la otra mujer.
—Rachel… —empezó John, irritado—, no es el momento. —Claro que lo es —replicó ella sin dudar—. Quiero saber por qué estás aquí, Isadora. Quiero saber qué estás haciendo con mi hija.Isadora se incorporó despacio, tratando de mantener la calma.
—Solo estaba ayudando a Melody con el peinado para la actividad de hoy —dijo con una sonrisa falsa—. No quise causar ningún problema.A Rachel le ardieron los ojos, porque esa voz suave y condescendiente sonaba peor que un insulto.
—¿Ayudar? —soltó, con la voz quebrándosele—. No te bastó con meterte en mi casa y en mi cama, ¿también querías meterte en la vida de mi hija?Isadora parpadeó, incómoda.
—No fue así, Rachel. Yo… solo quise estar ahí para ella, nada más. —¡No digas que la ayudaste! —la interrumpió Rachel, con un nudo en la garganta—. Tú destrozaste mi familia. La confundiste y ahora quieres volverte su madre.John dio un paso adelante, colocándose entre las dos.
—Ya basta, Rachel —siseó—. ¿Para eso viniste? ¿Para montar tus dramas? —¿Mis dramas? —repitió ella, indignada—. ¿Es drama ver a mi hija abrazando a la mujer con la que me traicionaste?John cerró los puños, conteniendo la ira.
—Ya te dije que no lo hagas aquí.Pero antes de que Rachel pudiera replicar, la voz de Melody cortó el aire.
—¡Mamá, ya basta! —gritó la niña, pisando fuerte el suelo—. ¡Siempre haces lo mismo! ¿Por qué tienes que arruinarlo todo?Rachel se quedó sin aire, porque esa voz, esas palabras… venían de su hija. Su niña.
Dolida, se agachó frente a ella.
—Melody, por favor… soy tu madre.Pero la niña cruzó los brazos y la miró con dureza.
—Si tanto me quieres, ¿por qué no te divorcias de papá? Así él puede ser feliz con Isa… y yo podré estar con ellos de verdad.El silencio fue absoluto. Rachel se quedó congelada, sin saber cómo reaccionar, y esta vez no dijo una sola palabra. Simplemente se incorporó despacio y le entregó el proyecto a Melody con cuidado.
—Olvidaste esto, cariño —susurró.La niña lo tomó sin mirarla, y Rachel dio media vuelta y se alejó.
Cuando llegó al auto, cerró la puerta y se derrumbó. Lloró con todo lo que había estado conteniendo, golpeó el volante una y otra vez, hasta que el cansancio le robó las fuerzas.
Finalmente, cuando ya no había más lágrimas y sabiendo que ya no quedaba nada por salvar, lo aceptó. Si su hija quería que se alejara, eso haría.
Se limpió el rostro, encendió el auto y buscó su teléfono. Marcó el número de su abogada, esperando unos segundos hasta que escuchó la voz al otro lado de la línea.
—Kate… —dijo con una calma tensa—. Prepara la demanda de mi divorcio.Después de darle los detalles, colgó y se recostó contra el asiento. El dolor seguía ahí, atravesándole el pecho, pero debajo de él empezaba a nacer algo nuevo: una determinación fría e implacable.
Porque ella, Rachel Miller, ya no iba a mendigar amor.