C6-MAMÁ

C6-MAMÁ

El hombre que se acercaba tenía una presencia imposible de ignorar. Alto, de hombros anchos, cabello rubio peinado con precisión y un traje oscuro que no dejaba espacio para la informalidad. Sus ojos azules eran fríos, calculadores, y reflejaban una calma peligrosa, como si nada ni nadie pudiera alterarlo.

Rachel lo reconoció de inmediato, era Aaron Hunter.

El nombre le retumbó en la mente, como uno de los empresarios más influyentes de Londres, con una fortuna que parecía crecer incluso en tiempos de crisis. Su conglomerado, Hunter Industries, controlaba desde farmacéuticas hasta cadenas de tecnología y finanzas. Era el patriarca de su familia desde los veintiséis años, cuando su padre murió repentinamente. Y en lugar de hundir el legado, Aaron lo multiplicó.

Había tomado las riendas con una frialdad quirúrgica, y contra todo pronóstico llevó a las empresas familiares a niveles que ni su padre había alcanzado.

«Genial. Lo que me faltaba» pensó con ironía, bajando la vista un instante antes de soltar por lo bajo.

—Perfecto, el limón amargo en persona.

Ni siquiera sabía por qué él siempre la ponía tan nerviosa. Tal vez era esa cara suya de "no respiro por debajo de mi nivel" o esa forma de mirarla como si pudiera leerle los pensamientos más vergonzosos. Aun así, se enderezó, intentando mantener la compostura, mientras sentía que el corazón se le aceleraba sin razón.

Otra cosa que le sorprendió fue que la niña no corrió hacia él como habría esperado. En lugar de eso, se quedó pegada a su lado, apretando su mano con fuerza.

¿Le tenía miedo?

Cuando Rachel quiso darse cuenta, Aaron ya estaba frente a ellas y sus ojos se clavaron en ella como si quisieran atravesarla, luego, se inclinó levemente hacia la niña.

—Leah, vámonos —ordenó con una voz firme y cargada de desagrado, como si que la niña estuviera al lado de Rachel fuera una ofensa personal.

Pero la niña no se movió, al contrario, se aferró más a la pierna de Rachel y escondió el rostro entre su abrigo.

Aaron suspiró con evidente fastidio y extendió la mano para apartarla, pero Leah se encogió aún más y Rachel dio un paso adelante sin pensarlo.

—¿No ve que está asustada? —dijo en tono frío—. Claramente no ha dicho una palabra desde el accidente. Debería dejar que se calme antes de darle un regaño.

Aaron levantó una ceja, sorprendido. Porque nadie le hablaba así y menos alguien como ella. Retractó la mano lentamente, metiéndola en el bolsillo del pantalón y cerrándola en un puño.

—¿Me estás diciendo cómo criar a mi hija? —preguntó con una calma que no ocultaba el enojo.

Rachel se quedó helada por dentro.

¿Su hija? Claro, ahora lo entendía.

Sabía que Aaron Hunter tenía una hija, pero nunca la había mostrado a los medios. Era un hombre reservado, casi inaccesible y en su opinión, amargado hasta los huesos. Y ahora, el destino la ponía justo frente a la hija del amigo de John que más la despreciaba. Porque no hacía falta que se lo dijera; Aaron Hunter se lo había dejado claro cada vez que la miraba, como si ella fuera una mancha en el apellido de su amigo.

—No —respondió con un tono helado—. Solo digo que dejar que una niña cruce la calle sola ya dice bastante sobre el tipo de padre que es, ¿no cree?

El golpe fue directo y él endureció el gesto, pero no replicó de inmediato. En el fondo sabía que tenía razón. Había ordenado a sus guardaespaldas cuidar de Leah mientras terminaba de revisar unos documentos desde el coche. No habían pasado ni cinco minutos cuando escuchó los gritos. Si no fuera por Rachel, su hija estaría herida o peor. Y aun así, ¿qué derecho tenía ella de hacérselo notar?

Respiró hondo, forzando una sonrisa sin rastro de humor.

—Es curioso oír eso de alguien como tú —replicó—. No pensé que una mujer capaz de atrapar a un hombre en contra de su voluntad supiera tanto de moral.

Rachel se quedó inmóvil y lo miró fijamente, sin parpadear. Sus palabras le atravesaron el pecho como un cuchillo, no era la primera vez que alguien la señalaba, pero escucharlo de él, en ese momento, fue el golpe que la quebró.

Ese día ya lo había perdido todo. Había visto a su propia hija correr a abrazar a la amante de su marido, como si fuera su madre. Y ahora, esto.

Respiró profundo, tratando de contener el temblor en las manos.

—¿Sabe qué, Hunter? —dijo con una calma engañosa, pero los ojos le ardían—. Deberían estar felices. John y yo ya nos vamos a divorciar, así que podrán reírse tranquilos, tú y tu selecto grupo de amigos. Porque estoy segura de que celebraron bastante cuando él me puso los cuernos con Isadora.

Aaron se quedó mirándola, sin moverse. Su rostro no mostró sorpresa, pero sí algo distinto. No por lo que ella dijo sobre Isadora —eso, aunque no lo justificaba, podía entenderlo— sino por lo otro.

¿Divorcio?

Sintió un nudo extraño en el estómago. No sabía si era alivio o peor aún... emoción.

Se odió un poco por eso.

«Qué te pasa, Aaron», pensó con sarcasmo. «Ella está destrozada y tú pensando que, por fin, ese idiota la dejó libre».

Tuvo que apretar los dientes para no sonreír por su propio reproche.

Qué demonios le pasaba.

En cuanto a Rachel, ella respiró hondo, agotada, pero firme.

—Y no tiene que agradecerme. Solo asegúrese de vigilarla usted mismo —dijo, con el tono seco de quien da por terminada una conversación.

Intentó apartar suavemente a Leah, pero la niña se aferró con más fuerza a su abrigo, escondiendo el rostro y Rachel la miró sorprendida. No entendía por qué no quería soltarla.

—Hey... —susurró, bajando la voz—. Está bien, cariño. —Le dio una sonrisa pequeña, cálida, intentando tranquilizarla.

Aaron tragó con fuerza al verla sonreír. No lo esperaba. Había algo en esa expresión, algo real, distinto a lo que había escuchado sobre ella. Aun así, apartó la mirada con un gesto tenso, como si le molestara el efecto que esa sonrisa le causaba.

Fue entonces cuando Rachel se inclinó hasta quedar a la altura de Leah y le acarició el cabello con cuidado.

—Tu papá está aquí —dijo con voz suave—. Tienes que ir con él, ¿de acuerdo?

La niña no respondió. En cambio, levantó una mano pequeña y señaló su frente sangrante. El rasguño seguía visible, aunque ya no sangraba y Rachel entendió enseguida.

—¿Esto? —preguntó, tocándose la herida con una sonrisa tranquila—. No te preocupes, no me pasa nada. Solo fue un susto, ¿ves? —le dijo, intentando restarle importancia.

Aaron frunció el ceño y su mirada se quedó fija en la herida.

Se sintió culpable.

Habían estado discutiendo como idiotas mientras ella, que había salvado a su hija, estaba lastimada. Algo en su interior se revolvió. No era solo culpa. Era... algo más. Una incomodidad que no supo reconocer.

Rachel respiró hondo y se puso de pie.

—Ven, Leah —dijo, intentando llevarla hacia su padre.

Pero justo cuando estaba por entregársela, la niña se soltó y se pasó al otro lado, abrazando la cintura de Rachel con fuerza.

El tiempo se detuvo.

Aaron parpadeó, sin entender lo que veía. Los guardaespaldas se miraron entre sí, sin atreverse a decir una palabra y Rachel se quedó inmóvil, con la niña pegada a ella.

—Leah... cariño...

Entonces la escucharon.

—Mamá —dijo la niña, con una voz temblorosa y dulce que nadie había escuchado.

Rachel se quedó sin respiración y el corazón le dio un vuelco. Miró a Aaron, pero él estaba igual de impactado, con los labios apretados y una mirada entre el desconcierto y algo más que no supo leer.

Entonces la niña repitió, más segura.

—Mamá.

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