Tácticas del Corazón

Tácticas del CorazónES

Romance
Última atualização: 2025-08-13
Lelycarmen   Atualizado agora
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Índice

Clara es una joven estudiante audaz y trabajadora cuyo sello personal es la nobleza. Es optimista e inteligente, valora la amistad y se esfuerza por lograr sus objetivos. Sin embargo, su vida toma un rumbo totalmente diferente cuando es aceptada en una academia en la que tiene que residir por todo un año, donde se verá envuelta en un sin número de situaciones desencadenadas por el único factor con el cual no contó... Él, él no estaba en el plan. Daniel es un capitán de las fuerzas militares estadounidenses con un pasado sangriento y un nulo deseo de relacionarse con los demás. Es un hombre poco social al que muchos tachan de amargado, cruel, frío y controlador. Pero todo se torna patas arriba en su cuadriculado mundo cuando la conoce a ella; irritante, irrespetuosa y torpe, el condimento perfecto para poner su mundo de cabeza y la motivación adecuada para sellar su pasado.

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Capítulo 1

Prólogo.

Daniel.

<<< La maldita sangre no se detiene.

Las suaves facciones de su rostro se desfiguran por el dolor. Las balas crean agujeros que atraviesan la gruesa tela del uniforme, alcanzando su piel y metiéndose en su cuerpo sin piedad. Sus labios se mueven como si intentara decirme algo, pero no escucho nada. No puedo ver nada más allá de su cuerpo agujereado y cubierto de un sombrío carmesí.

Luego llega el silencio, acompañado por un suave pitido que va aumentando de intensidad conforme avanza el tiempo.

Después viene el dolor, crudo y despiadado. Siento como si cada hueso de mi cuerpo hubiera sido roto y luego lo volvieran a acomodar en lugares que no son los correctos.

Y por último aparecen sus rostros. Desfilan uno detrás de otro tomando un espacio que no les pertenece en mi cabeza. Vuelvo a asesinarlos como la primera vez, pero ellos no pueden morir aquí. Escucho sus voces. Me culpan por enviarlos a ese lugar oscuro. Dicen que me están esperando, que pronto será mi turno, que es lo que merezco.

Yo lo merezco. >>>>

3:00am.

Me quito las sábanas de encima con rabia. Estoy sudado, pegajoso, siento que la cabeza me va a estallar y el ardor en mi pecho no me deja respirar.

Malditas pesadillas.

Salgo de la cama y voy deshaciéndome de la ropa camino a la ducha. Al final termino completamente desnudo con el agua fría cayendo sobre mi cabeza. Los músculos tensos, la mirada borrosa y la respiración hecha un asco. Como cada maldita noche.

Cierro los ojos y revivo cada minuto de las únicas tres horas en las que pude alejarme de mi jodida consciencia. El único momento en el que no soy capaz de sentir nada. Dejo que el agua aliviane la rigidez de mi cuerpo mientras me pierdo en el sonido del líquido cayendo sobre las baldosas. La melodía logra calmarme, me brinda esa sensación de plenitud, que aunque falsa, tiene el efecto deseado; calmar la sed.

Salgo una hora después secándome el pelo con una toalla y otra alrededor de las caderas.

—Señor, tiene otro mensaje de su padre. Es el noveno de esta semana. —anuncia la asistente inteligente de mi apartamento.

—Archívalo.

—Si, señor. También tiene doce llamadas de la teniente Álvarez, cuatro mensajes de voz y diez correos.

—Elimínalos. —respondo tomando una botella de agua del refrigerador.

—Además tiene varias llamadas y mensajes de voz del teniente Francis. Son de esta misma madrugada, señor.

Guardo silencio mientras ingiero la botella de agua completa.

—¿Señor?

—Reprodúcelos.

De inmediato la molesta voz del estúpido de mi primo se escucha por cada rincón del lugar.

—¡Con este son nueve mensajes que te dejo hoy, jodido idiota! ¿Y sabes la hora qué es? ¿Es que acaso vienes del paleolítico que no sabes lo que es un maldito teléfono? —suena irritado. —¿Y se puede saber dónde rayos te metiste? Tu padre no deja de molestarme. Ya no tengo excusas para inventarle, así que más te....

—Apágalo. —ordeno harto de escuchar el mismo sermón de siempre. —Y redacta un correo para el teniente informándole de mi regreso a las oficinas de la base.

—¿Algo más, señor?

—Agenda una cita con la doctora dentro de una semana.

—¿No se encuentra bien, señor?

—Eso no es de tu incumbencia, Alex.

—Con todo respeto, señor. Todo lo relacionado con su salud es de mi incumbencia. Soy...

—Cállate, Alex, me duele la cabeza.

—¿No se encuentra bien, señor?

Reprimo una maldición y cierro los ojos acumulando la poca paciencia que poseo para no desmantelar a la estúpida máquina. Es útil a veces.

—Estoy perfectamente. Por favor, haz lo que te pido y no hagas más preguntas estúpidas.

—Sí, señor.

Me visto con una playera negra de mangas largas, pantalón corto hasta las rodillas y zapatillas deportivas. Al salir del apartamento a penas son las 4:30 de la madrugada, por lo que es normal encontrar las calles del vecindario completamente vacías. Puedo decir que soy el único idiota que sale a correr a esta hora. Y para ser honesto, lo prefiero así. Me molesta compartir oxígeno con gente que no conozco.

Corro por la misma vía de siempre, a la misma hora de siempre, con el mismo maldito mal humor de siempre.

Aumento el ritmo gradualmente dejando que las imágenes de la pesadilla me alimenten, provocando mis sentidos para ir por más. Lo hago una y otra vez, hasta que la adrenalina aumenta y el instinto sediento se despierta.

La sangre me quema por debajo de la piel, zumba contra mis oídos y acelera mi corazón. Empiezo a sentir la falta de aire. Es justo ese momento en el que sientes que te ahogas, que si continúas puede que no te alcance el oxígeno que estás inhalando. Ese instante en el que todo duele tanto que sientes que vas a explotar si no te detienes.

Pero no me detengo.

Mis pies siguen el ritmo que les ordeno. Duro, rápido, profundo. Cada vez que mi cuerpo me pide detenerme, yo le ordeno que continúe. La quemazón se esparce por todo mi pecho dificultándome respirar, pero mientras más difícil es, mejor se siente.

La sensación es tan dolorosa como liberadora, y requiero de ambas partes para seguir con esto; para seguir conmigo. El dolor evita que me duerma, que me acostumbre a la miseria; y la sensación de libertad, es el recordatorio de que todavía puedo elegir. Aún puedo escoger liberarme, aunque todavía no sepa cómo.

Quizás es el instinto de supervivencia lo único que evita que continúe hasta desmembrarme, pero llega un momento en el que mi cuerpo se detiene sin que yo se lo ordene. Caigo de rodillas en el suelo y batallo por volver a proporcionarle a mis pulmones el aire que necesitan.

Después de reponerme durante unos minutos regreso trotando al apartamento. Una vez que llego, me doy una ducha corta y me coloco el uniforme. Ha pasado exactamente un mes desde la última vez que me vestí con él, y sigo viéndome igual de guapo.

A pesar de que no me emociona una m****a, soy consciente de que hoy es un día importante. Recibiremos a los nuevos reclutas cuyas vidas llenaré de miseria y disciplina hasta que deseen lamer el suelo por dónde piso, o salgan huyendo de mí.

En lo personal prefiero la segunda. Es mucho más divertido cuando logro asustarlos y corren de mí. Me recuerdan de lo que estoy hecho y porqué nunca dejo que nadie se acerque lo suficiente.

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