6.

Clara.

Abrir los ojos se me dificulta tanto como moverme, pero a fin de cuentas termino haciéndolo. Tardo más de lo que debería en orientarme, y cuando lo logro, todos los recuerdos de las últimas horas se abalanzan sobre mí uno detrás de otro. Lo peor de todo, es que en cada uno de ellos aparece un rostro severo de ojos marrones dorados protagonizándolo.

—Rayos... —me quejo por el intenso dolor de cabeza que siento.

Tengo una intravenosa pegada al dorso de mi mano derecha, también me quitaron los zapatos y recogieron mi cabello en una trenza. Menos mal, aún conservo el uniforme sobre mi cuerpo. No quiero pensar que tan mal habré estado para haber dormido tan profundamente. Y peor aún, ¿cómo se supone que llegué aquí?

—Hola, pequeña. —una mujer rubia bajita con uniforme y una cofia de enfermera en la cabeza, me mira con atención desde la puerta entreabierta. Tiene una sonrisa cálida decorando sus labios, pero también una mirada cautelosa.

—Hola. —logro articular con voz rasposa.

—¿Cómo te sientes, cariño?

—Bien, creo, ¿usted es...?

—Ah... —hace un gesto de que no pasa nada con la mano y termina de entrar a la habitación. —Soy Lilith, la enfermera que te atendió cuando llegaste esta mañana.

—¿Esta mañana? ... ¿Qué hora es? —Trato de sentarme en la camilla, pero el intenso dolor de cabeza hace que vuelva a quedarme muy quieta.

—Acabas de despertar, no te muevas demasiado. Te desmayaste por fatiga y deshidratación. Es una suerte que no haya pasado a mayores. —mira el reloj de su muñeca. —Y son las 8:15 pm.

Asiento, pero sigo intentando sentarme hasta que estoy en una posición en la que me siento menos convaleciente.

—¿Cómo llegué aquí? —pregunto tímida.

—Te trajo el capitán. —dice tomando unos materiales de la vitrina y colocándolos encima de una pequeña bandeja.

—¿Él capitán Alonso? —no existe forma de que haya olvidado algo como eso.

—Sí. —dice sin mirarme.

—Debe estar bromeando...

—No, pequeña. Estuve ahí cuando te trajo en brazos. —afirma poniendo la bandeja a mi lado. —Te voy a quitar la intravenosa ahora, ¿ok?

Vuelvo a asentir un poco fuera de sí. ¿De verdad es posible que me haya traído aquí? Hasta dónde yo sé me odia... es decir, nos odiamos. Incluso hizo todo para sacarme del programa. No tiene sentido que de repente me trate como a un ser humano. Eso no concuerda con su estilo de psicópata amargado.

—¿Por qué se tomaría la molestia? —murmuro dándole vueltas al asunto.

La enfermera hace una pausa y me mira por un segundo. Su escrutinio me pone nerviosa, no sé cómo afrontar sus profundos ojos azules y termino desviando la mirada hacia la ventana.

—No es tan malo como parece. —dice retomando su trabajo. —Es un poco frio, lo sé, y quizás también un poco cruel, pero lo conozco desde antes que naciera. Hay bondad en él.

No comento nada. No quiero ser yo quien le abra los ojos y le diga que su niño es un pajarraco insensible incapaz de sentir algo como la bondad. Ni siquiera lo conozco y ya probé cuan despiadado puede ser.

La mujer termina dejándome una pequeña venda donde antes estaba la intravenosa y me regala una sonrisa cálida. Es agradable. Las arrugas en las esquinas de sus ojos me recuerdan a mamá, solo que Lilith parece un poco más mayor.

—Tus amigos están afuera, desde que te trajeron no se han movido del corredor. ¿Quieres que pasen?

—Sí, por favor...

—De acuerdo. Puedes irte una vez que te sientas lista. Ya ordené en la cocina que te preparen una buena porción nutritiva, solo di tu nombre y ellos te atenderán como les pedí.

—Gracias. —no sé qué más decir.

—No es nada, pequeña.

Dicho esto, sale de la habitación y después de unos segundos noto como los rostros preocupados se asoman a través de la rendija de la puerta. La primera en entrar es Ruth. La preocupación desfigura sus hermosos rasgos, se le ve afligida y cansada.

—¿Cariño, estás bien? ... No sabes el susto que nos diste... —de inmediato se lanza a la camilla sumiéndome en un gigantesco abrazo.

—Nos tenías muy preocupados. —añade Lía tomando mi mano con delicadeza.

Amelia, Tori, Oliver y Lorenzo también entran. El último deja un beso en mi frente y luego se aleja. Todos lucen muy cansados, ni siquiera se han cambiado de ropa. Lo sé por la tierra que tienen por todos lados y el olor a queso rancio.

—Chicos, siento decirles esto, pero se ven bastante mal.

—¡Oye! —me riñe Oliver. —Eso es muy grosero de tu parte tomando en cuenta que ninguno quiso moverse hasta que despertaras.

—Lo siento. También siento haberlos preocupado. —admito.

Todos tienen sus ojos sobre mí, a excepción de Lorenzo que parece algo ausente mientras mantiene la mirada en la ventana.

—Clara tiene razón, nos vemos horribles. Al menos debimos bañarnos antes de venir a verla, ¿no creen? —dice Lía. —Y encima apestamos.

—Lo dijiste tú. —le dice Ruth.

—Tu cabello es un desastre, hermosa. —contrataca Amelia con algo de timidez.

—Es cierto, te ves horrible, Ruth. —afirma Oliver.

—¿El susto de Clara te arrugó el cerebro? Soy la que mejor se ve, y también la que mejor huele. Diles Lorenzo...

El mencionado ni siquiera nota que está incluido en la conversación. Sigue mirando a través de la ventana con aire pensativo.

—¿Lorenzo? —lo llama Oliver. —Amigo, aterriza...

—¿Qué? —vuelve la mirada hacia el grupo. —¿Qué sucede?

—¿Eso queremos saber?

—Solo estoy cansado. —responde viniendo hacia donde estoy. —Además, aún no me recupero del susto que nos diste...

—Ninguno lo hace. —confirma Ruth. — Además, ¿qué le pasa a ese capitán contigo? Nos echó del campo y nos prohibió acercarnos a ti hasta que no terminaras tu supuesto castigo. Supimos que estabas en la enfermería por pura casualidad.

—¿Por qué te castigó? —pregunta mi mejor amigo con semblante serio.

—Cree que le falté al respeto. —digo sin más.

—¿Cómo?

Me encojo de hombros. —Ni yo misma sé. Tiene el ego muy alzado.

—Es un imbécil... Voy a reportarlo...

Miro al pelirrojo llena de sorpresa. —Espera, ¿qué?

—Puede hacerlo. —dice Tori en voz baja desde una esquina. —Así como la ley nos obliga a respetarlos, ellos también tienen ese deber.

—A menos que realmente le hayas faltado al respeto. —Lía levanta y baja las cejas pícaras.

—¿Qué? ... No, Lía. —me apresuro a aclarar.

—Lía tiene razón. —sigue Tori. —Sí realmente le faltaste al respeto, terminarás siendo expulsada si lo reportas.

—Pero debe haber algo que podamos hacer, ¿no? —Lorenzo se impacienta. —Vamos chicos, no van a creer que Clara sería capaz de ofender a una mosca... Ese capitán solo busca alguien a quien joder...

—Déjalo, Lorenzo. La verdad sí tuvimos un pequeño choque. —me sincero. —Nada importante, y además ya cumplí el castigo.

Antes estaba serio, pero ahora parece bastante molesto. —No dejaré que esto se quede así....

Tomo su mano y la envuelvo con la mía. —Hey, mírame. —menos mal lo hace. —Agradezco que te preocupes por mí, pero puedo encargarme de esto yo sola. No me arriesgaré a que expulsen a uno de ustedes. Fui yo quien se metió en esto, así que, si van a expulsar a alguien, tengo que ser solo yo.

—Es un idiota. —sentencia todavía molesto.

—Uno excesivamente guapo. —murmura Lía.

—Ella tiene razón. —añade Ruth apuntando a Lía con un dedo. —Pero, aquí lo importante es lo que Clara quiere hacer. Es su situación, Lorenzo, y por mucho que nos preocupe, son sus decisiones...

El pelirrojo se despeina el cabello con frustración. No sé por qué actúa así, es raro verlo tan molesto por algo que carece de importancia. Supongo que el cambio de aires no le sienta bien.

—Sí vuelve a meterse contigo, no lo dejaré pasar...

—Dejarás que ella lo decida. —vuelve a decir Ruth.

Ambos comparten una mirada llena de tensión. Y al parecer soy la única que se da cuenta de que están teniendo una conversación silenciosa. Estoy a punto de preguntar qué sucede, cuando de repente se escuchan algunos toques en la puerta, y un segundo después ingresa un teniente de porte elegante, semblante serio y actitud rígida.

—¿Clara Elizabeth Evans Thompson? —pregunta nada más verme en la camilla.

—Soy yo.

—El capitán Alonso requiere su presencia. —añade sin miramientos.

Todos se le quedan viendo en silencio mientras yo asimilo lo que acaba de decir.

—Puede decirle que espere, Clara aún no se recupera del todo. —interviene Lorenzo con esa actitud tosca que pocas veces le había visto.

El teniente no se inmuta, solo le da una mirada neutra a Lorenzo.

—No se desafían las órdenes del capitán, recluta. La joven debe acompañarme.

Preveo las intenciones del pelirrojo cuando aprieta la mandíbula, y de inmediato me apresuro a apaciguar las cosas.

—No se preocupen, estoy bien, solo fue un pequeño desmayo, iré con el teniente. Ustedes vayan a asearse, los alcanzaré más tarde.

—Voy contigo. —pide Lorenzo ayudándome a salir de la camilla para ponerme de pie.

—Solo se requiere la presencia de la recluta. —sentencia el teniente todavía sin moverse de la entrada.

No sé qué le sucede, pero el rostro del pelirrojo se pone casi del mismo color exótico que su cabello en cuestión de segundos.

—No te preocupes, no tardaré. —medio sonrío más insegura de lo que me gustaría. —seguro solo quiere darme un ultimátum.

—¿Estás segura, cariño? —pregunta Ruth. —Yo puedo acompañarte hasta la entrada.

—No, tranquila. —le resto importancia tomando mi chaqueta. —Seguramente no tardaré mucho.

Me miran no muy seguros, en especial Lorenzo, quien mantiene una mirada fría sobre el teniente. Por eso me apresuro a encaminarme a la puerta antes de que se le ocurra meterse en problemas.

Me despido con la mano de todos y sigo al teniente rumbo a no sé dónde. Al principio siento mi cuerpo débil y la visión un poco borrosa, por lo que tengo cuenta de ir despacio, pero el teniente parece olvidar que acabo de bajarme de una camilla de hospital y camina a pasos agigantados, así que tengo que apresurar el paso si no quiero perderme.

Me duelen las extremidades, el dolor de cabeza es cada vez más intenso, y dudo que con lo que me espera vaya a mejorar. Especialmente tomando en cuenta la intensidad del imbécil malhumorado que estuvo a punto a de matarme.

Llegamos a uno de los tantos edificios de la base y entramos. Lo que diferencia a este de los demás, es que es absolutamente administrativo. Incluso a esta hora, todavía hay soldados trabajando, yendo de un lado a otro con carpetas y documentos de todo tipo.

Subimos las escaleras hasta el segundo piso y caminamos unos segundos por el extenso corredor hasta que el teniente se detiene frente a una puerta marrón. Antes no sentía más que molestia, pero ahora que sé que volver a ver su rostro es inevitable, el corazón me late muy rápido y mi estómago se siente débil.

—Toque antes de entrar. —dice el hombre a mi lado, y ni siquiera tengo tiempo de abrir la boca antes de que se dé la vuelta y se vaya dejándome sola.

Respiro profundo y con calma, o me temo que empezaré a hiperventilar. No entiendo la sensación de inminente caos que me domina si solo es un hombre; uno muy canalla y bastante despreciable para ser sincera.

—¿Va a pasar o tengo que esperarla toda la noche? —la voz al otro lado de la puerta hace que pegue un saltito en mi lugar.

—¡Mierda! —conjuro bajito.

Tomo el pomo de la puerta con un nudo en la garganta del tamaño de una pelota de baseball. Antes de que la cobardía me haga salir corriendo de aquí, me obligo a mí misma a girar la perilla y entrar en la oficina.

Se suponía que ese era el paso más difícil, pero me equivoqué;

Nada más entrar, mis ojos se encuentran con el oro amarronado de los suyos. Su mirada quema, haciendo su intenso escrutinio algo casi doloroso. Su cuerpo desprende un aura oscura, magnética y atractiva que hace que me piquen los dedos de las manos. Pero es su expresión la que se lleva el protagonismo. Luce neutra, sin vida, vacía. Y por eso, el fuego que desprende su mirada alcanza tanta intensidad.

—¿Me mandó a llamar, señor? —me obligo a hablar.

El capitán me observa desde su lugar, de espaldas a la ventana detrás del escritorio. Me repara con el mismo cuidado que yo lo reparo a él.

Luego de unos segundos logro desviar mis ojos de los suyos y me retuerzo los dedos de las manos tratando de ocultar la incomodidad. Para distraerme detallo el espacio en el que estamos. A penas ahora noto que la oficina está prácticamente abandonada. Hay carpetas amontonadas por todas partes. Los sillones son viejos, y en toda la estancia desborda el polvo.

—Míreme. —ordena de repente. Su solicitud me toma por sorpresa, pero antes de siquiera darme cuenta ya tengo mis ojos en los suyos otra vez.

—Capitán... —me desespero. —¿Qué hago aquí?

—Aún no termina su castigo. —dice frío. —Las vueltas eran una condición para permitir que se quedara, pero no aplican para su mal comportamiento.

—¿Qué quiere decir?

—No me haga dudar de su intelecto, recluta. —pasa un dedo por el escritorio empolvado, y luego lo mira con una mueca de asco. —He decidido que será mi secretaria por tiempo indefinido. —anuncia sin más. —Y antes de qué diga cualquier cosa tonta de esas que suelen salir de su charlatana boca, permítame recordarle que todavía puedo enviarla de vuelta a casa.

—¿Todo esto por una estúpida disculpa que no se merece? —suelto sin pensar.

Se endereza tomando esa postura amenazante que seguro usa para intimidar a todos, pero estoy tan enojada que su intento de amedrentarme no causa ningún efecto en mí.

—Modere su tono, recluta. —dice tranquilo.

—¿Y si no qué? —la ira sustituye la incomodidad y me le coloco en frente. —¿Va a obligarme a correr en el campo hasta que se me gasten los pies otra vez?

—Siempre puedo expulsarla. —responde sin más.

—Es usted un cínico…

—Y también su superior. Y puede decir lo que le plazca, no se lo impediré. Pero tenga presente, que cada falta de respeto tendrá consecuencias.

—Sería más fácil si solo me expulsara, ¿por qué hace esto entonces?

—Usted lo dijo, sería demasiado fácil expulsarla. —hace una pequeña pausa taladrándome con la mirada. —No me gusta lo fácil.

Los ojos me pican, y sé que no es solo por las ganas de echarme a llorar. No soy tan débil. Es el sentimiento de impotencia que se vuelve más grande conforme paso el tiempo junto a él.

—¿Y su solución es convertirme en su chacha de los mandados?

—Créame, hará mucho más que eso.

Su tranquilidad es todo lo opuesto al tornado que yo siento. Con cada palabra que dice, tengo el impulso de gritarle que puede irse a la m****a él y todas sus jodidas reglas, pero cuando mis ojos chocan con los suyos, no consigo hacerlo. Solo alcanzo a aumentar mi frustración por todo lo que estoy sintiendo mientras lo miro. Me desespera, me irrita, y encima me hace sentir vulnerable incluso cuando lo desafío.

—Estoy segura que no hace esto por la patética disculpa de una recluta que no le importa un rábano. Entonces dígame, ¿qué es lo que quiere de mí en realidad, capitán? —pido saber resignada.

—Usted jamás será capaz de darme lo que quiero. —dice muy despacio, y puedo asegurar que el oro de sus ojos se tornó más oscuro.

—¿Entonces por qué me hace esto? —susurro igualando la calma de su voz.

Guarda silencio haciendo que el ambiente de la habitación se torne frívolo e intenso; justo como él. El enojo hace que se me calienten las mejillas y tome aire más rápido y profundo, por lo que mi respiración es lo único que se escucha por unos segundos en el vasto espacio.

—Empieza mañana. —dice de repente rompiendo el silencio y encaminándose a la salida. —Su primera tarea será limpiar esta oficina antes de que yo llegue. No tomo café, solo té de frutilla sin azúcar. Y no vaya a llegar tarde, detesto la impuntualidad.

Sale sin más, sin mirar atrás o pensar siquiera en que me acaba de dejar aquí completamente perdida. Miro el lugar por donde acaba de salir y siento el pecho pesado por todas las cosas que me gustaría gritarle. Pero solo alcanzo a tragar saliva e imaginar lo difícil que será este año.

Esto está mal.

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