7.
Daniel.
Debo tener los nudillos rotos y la piel de las manos laceradas. Solo han pasado dos horas, pero no he dejado de golpear el saco desde entonces. Descansar implica perder la concentración, y perder la concentración significa dejar entrar el caos. En cambio, el ritmo constante de los golpes mantiene mi mente tan ocupada, que es imposible pensar.
El sudor corre por todo mi cuerpo, y después de los golpes, mi respiración descontrolada es lo único que puede oírse en todo el gimnasio. La mezcla de los sonidos me resulta agradable. Siento qué, de cierto modo, calman las ansias de mi cuerpo ante la inminente necesidad de violencia.
—¿No crees que es muy temprano para estar torturándote?
Detengo el siguiente golpe en el aire y cierro los ojos un momento para no dirigirlo al idiota que acaba de interrumpir mi ritual. Me molestan muchas cosas de mi primo, pero sin duda, la que más odio es que me conozca tanto para saber siempre dónde estoy y lo que hago.
—Esto no está bien, hermano. —vu