Clara.
4:00am. El tick-tack del reloj en la mesita de noche no para de recordármelo. Eso, y que los nervios no me dejaron dormir en toda la noche. Es hoy. No debería estar tan emocionada, pero lo estoy. Llevo tres años aplicando por un lugar en la RAE (Real Academia de Emergencias) Es la reina de las academias para estudiantes de ciencias médicas. Y eso se debe, a qué es un programa impartido por el mismísimo ejército de los Estados Unidos, cuyo fin es preparar a estudiantes del área de la salud para que sean capaces de enfrentar cualquier desastre que amenace las vidas de los ciudadanos. No muchos logran entrar ahí. Solo abren cien plazas, y los que aplican suelen ser más de trescientos mil jóvenes cada año. Tengo suerte de que me hayan aceptado, y mucha más suerte todavía de que también hayan admitido a mi mejor amiga. No soy la única que ha estado luchando por un lugar en la RAE, Ruth también se ha esforzado por entrar ahí. O al menos lo hizo el primer año. Las demás veces solo aplicó por temor a que tuviéramos que separarnos. Me siento ansiosa y con mucha energía, así que, una vez que abandono la cama, doy saltitos emocionada hasta el interruptor y lo enciendo. —¡Despierta, despierta! —canturreo arrancándole las sábanas a Ruth. —Arriba, nena. Tenemos menos de dos horas antes de que pasen por nosotras. Murmura palabras inentendibles como un gato rabioso mientras intenta mantener las sábanas en su lugar, pero yo tengo la ventaja de estar de pie y totalmente despierta. —Déjame dormir, Clara... —se queja arrastrando las palabras. —No, no, no... No me arriesgaré a que lleguemos tarde al aeropuerto. Sus gimoteos se escuchan más fuerte, pero al menos se digna a abrir los ojos. —Solo cinco minutos más... —hace un puchero lastimero apelando a mi lado débil. —Nada de cinco minutos. No caeré otra vez con ese gesto manipulador. Se incorpora y arruga las cejas mostrando cuanto le desagrado ahora mismo. —Eres una perra desalmada... Sonrío terminando de arrancarle las sábanas y empiezo a doblarlas para empacarlas. Irán a casa de mamá con el resto de nuestras cosas. —Amas a esta perra, Ruth. —Tienes razón, pero eso no quita que ahora mismo quiera lanzarte por la ventana. Me río mientras la veo bostezar y levantar los brazos toda perezosa. Ruth es una chica preciosa. Su largo cabello negro conserva unas hermosas hondas rizadas que hacen juego con sus bonitos ojos negros y su rostro delicado; además, su cuerpo dispone de unas curvas pronunciadas, pero perfectamente acentuadas que la convierten en una auténtica belleza. Siempre estaré orgullosa de lo hermosa que es mi nena. —Iré a ducharme. —le comunico cuando termino de empacar las sábanas. —Espero que estés completamente despierta cuando vuelva. Asiente, pero no tarda en volver a cerrar los ojos y echarse de nuevo en la cama. De todas formas, la dejo y me voy al baño. Hago mis necesidades, me cepillo los dientes y luego me doy una larga ducha. Cuando termino me peino el cabello en una coleta alta y me acomodo el flequillo como puedo. Me visto con unos jeans, camiseta de cuello alto y mangas largas negra y unas botas de tacón del mismo color. Al final, la emoción se mezcla con la ansiedad y termino arreglándome en la mitad del tiempo que suelo tardar. Me he propuesto no hacerme expectativas optimistas con lo que sea que me vaya a encontrar en la RAE. A excepción de que necesitas entrar en ella para ser uno de los mejores, los comentarios al respecto suelen ser un poco aterradores. Me pregunto si todo es como lo cuentan, o es mucho peor. Suelo ser muy positiva, pero nunca sería tan estúpida como para esperar que ese lugar sea color de rosa. Y no sé por qué tengo el presentimiento de qué, ninguna de las ideas que me cruzan por la cabeza se asemeja siquiera a lo que sea que me vaya a encontrar en ese lugar. —Pero que guapa vas, Clarita. —Ruth aparece detrás de mi sujetando una toalla alrededor de su pecho mientras termino los últimos detalles de mi atuendo frente al espejo. —Vale. Si es tu manera de ganar tiempo después de quedarte dormida mientras me arreglaba, te aclaro que no funciona. Tienes veinte minutos para vestirte. —Verás cómo termino arreglándome en la mitad del tiempo... —Eso quiero verlo. —Le lanzo unas bragas rojas que tengo al lado, justo a la cabeza. —Gracias, las estaba buscando... Empieza a corretear de un lado a otro cargando ropa, zapatos, cepillo para el cabello, maquillaje y un montón de cosas que no entiendo para que las necesita, pero que igual se lleva al baño. Mientras tanto, yo culmino los últimos detalles de las cosas que debemos dejar con mamá. Terminamos de arreglarnos exactamente veinte minutos después, y es entonces cuando llegamos a la parte difícil: despedirnos del pequeño lugar que hemos ocupado por casi cuatro años. Cierro con llave y me quedo junto a la puerta contemplando la madera vieja y la pintura desgastada. Valoro los momentos que pasé aquí. Este fue nuestro hogar por mucho tiempo, es por eso que considero prudente despedirme, tomando en cuenta que después de que nos vayamos va a ser ocupado por alguien más. —Parezco payasa, ¿no? —Pregunto a mi mejor amiga que planta una mano en la puerta con el mismo semblante nostálgico que yo. —Solo un poco. —dice sorbiendo la nariz. —Al menos nadie nos está mirando. Los ojos me pican, pero no lo suficiente como para echarme a llorar. Ruth en cambio, no deja de sorberse los mocos. —¿Van a darme la llave, o seguirán actuando como unas locas sin hogar? Mi mejor amiga y yo nos volvemos al mismo tiempo al escuchar la característica voz de la señora Madison. La mujer bajita viste un camisón que le llega hasta el piso mientras sostiene una linterna y nos mira como si fuéramos dos vagabundas. Su semblante malhumorado demuestra lo mucho que le alegra vernos, y la cara de reverendo asco es su gesto usual de buenos días. —Señora Madison. —saludo amable. —¿Y bien? —hace un gesto hacia la llave que sostengo en la mano. Me apresuro a entregársela antes de que se le extinga la poca porción de amabilidad que conserva para nosotras y empiece a maldecirnos. —Gracias por todo, señora Madison. —le dice Ruth regalándole una sonrisa. —Así es, señora Madison, gracias por acogernos. Le debemos mucho y esperamos que... —Ya Lárguense de una vez. — me interrumpe de mala gana. —La nueva inquilina llega hoy y no quiero que la espanten. Ya tuve suficiente de ustedes dos, pequeños insectos devoradores de paz... Es lo último que nos dice antes de darnos la espalda murmurando un millón de cosas que no consigo a entender. Tengo que sujetar a Ruth y taparle la boca para que la anciana no escuche los miles de improperios que mi amiga empieza a gritarle. Menos mal y ya está media sorda y no alcanza a oírla. —¡Déjame y le digo que puede irse a la m****a la muy vieja malagradecida! —dice con el gesto enfurecido mientras la arrastro en la dirección contraria a la señora Madison. —Lo único bueno de irnos de este lugar es que no volveremos a verle la pesadilla que tiene por cara. —Ya no más señora Madison detrás de la puerta antes de empezar el día. —concuerdo rememorando lo desagradable que fue la anciana con nosotras. —Ya no más señora Madison cobrando la renta dos semanas antes del día de pago. —sigue Ruth mientras bajamos las escaleras. —Y no más señora Madison despotricando sobre "las dos vagabundas que desprestigiaban su moderno complejo de apartamentos". –¡Moderno mi trasero! La única razón por la que este lugar tenía algo de glamour era gracias a nosotras. Quiero ver cómo le va ahora a la anciana cascarrabias... —Quizás ahora que no perderá el tiempo espiándonos, consiga novio. —me encojo de hombros. —Tal vez el sexo le mejore un poco el mal humor. Mi mejor amiga me mira con cara de asco y hace un gesto nauseabundo. —Tu optimismo a veces me asusta, Clara. Terminamos de bajar las escaleras entre risas y anécdotas de la señora Madison, quien a pesar de tratarnos mal y no querer saber de nosotras, ocupa un lugar en nuestras vidas. Al salir del edificio, justo viene llegando el taxi que nos llevará al aeropuerto. Mientras Ruth ayuda al taxista con las maletas, yo me quedo contemplando un minuto más el lugar que por tanto tiempo fue nuestro hogar. —No pasa nada, solo será un año, papá. —murmuro para mí misma liberando el aire de mis pulmones. Me distraigo mirando la fachada del edificio, desmantelando recuerdos de esta ciudad que ya no necesito, pero que de igual manera se irán conmigo a donde quiera que vaya. —Clara, ya sube, vamos tarde. —grita mi amiga desde el asiento trasero del taxi. Asiento sin llegar a decir nada más y subo al auto. Los siguientes cuarenta minutos de viaje pasan en un borrón. Permanezco mirando a través de la ventana durante todo el camino, siendo absorbida por la cantidad de emociones que experimento mientras me alejo de todo lo que conozco. Al llegar al aeropuerto toda la nostalgia que sentí antes, es sustituida por los nervios. La única razón por la que no he perdido mi teléfono o mi maleta es porque Ruth se encarga de vigilar todo. Y no es para menos; estamos a solo horas de entrar a un camino sin retorno. Nadie que entra a la RAE sale siendo el mismo; y no lo digo en el mejor de los sentidos. De repente me percato del timbre de mi teléfono en el bolsillo trasero del pantalón. Sonrío al identificar el nombre en la pantalla y contesto. —¿No pensabas despedirte? —Hicimos eso ayer, ¿lo olvidaste? —respondo risueña. —Mírate, ni siquiera te has ido y ya te estás olvidando de mi. Menos mal que encontré la solución justo a tiempo. Junto las cejas en confusión. —¿De qué hablas, Lorenzo? Sonríe de esa manera que pone nerviosa a más de una, y hace una pequeña pausa antes de hablar. —Mira detrás de ti... Inmediatamente me giro con el corazón acelerado, buscándolo en la multitud que va de un lado a otro. Al principio no puedo verlo, pero después de unos segundos, logro divisar su distintivo cabello rojizo. Se acerca con una maleta a cuestas y el teléfono en la oreja. —¡No puede ser! Dejo mi maleta junto a Ruth y corro al encuentro de mi mejor amigo que me recibe con los brazos abiertos. El abrazo se prolonga por la sorpresa de verlo aquí, y la confusión aumenta cuando noto el pasaje que trae en la mano. Nos separamos, y debe ver las mil preguntas que quiero hacerle plasmadas en mi cara, porque de inmediato se apresura a explicarme. —También apliqué para la RAE, pero no quería decírtelo hasta no estar seguro de haber entrado. Guardo silencio por unos segundos tratando de asimilar lo que esto significa. —¿Y me viste echarme a llorar porque no te vería durante todo un maldito año, y no dijiste nada? —Lo golpeo varias veces en el hombro. —¡Eres un idiota, Lorenzo!... —Espera, espera... —¡¿Cómo pudiste hacerme eso?! —vuelvo a golpearlo. —Ya cálmate, abejita. —se defiende tratando de esquivar mis golpes. —No fui el único que ocultó información. Mira allá. Señala hacia donde se encuentra Ruth riendo a carcajadas de algo que les dicen Oliver y Lía. Tampoco tenía idea de que esos dos retrasados vendrían. Son unos mentirosos de lo peor. —Son unos idiotas. —Vuelvo a golpear a Lorenzo, esta vez un poco más fuerte, y luego empiezo a caminar tratando de tomar distancia de él, más no llego muy lejos antes de que se me plante en frente. —Hey, solo quería sorprenderte. Lo siento.... —Me mentiste. Todos lo hicieron... —Pero te sorprendimos, ¿no? —acaricia mi mejilla sonriendo. Al final termina contagiándome su buen humor y terminamos sonriendo los dos. —Vale, si lo hicieron. Pero que conste que no te perdono todavía. —Lo tomo. —me sujeta de la mano y me arrastra hacia dónde se encuentran los demás esperando por nosotros con ánimos de que se divirtieron bastante viéndome la cara. Quizás no todo vaya a ser color de rosa, pero desde luego que acaba de mejorar.