Daniel.
La oficina sigue igual a como la dejé un mes atrás antes de irme. Hace años que necesita una mejora en la decoración, pero el coronel no es un hombre muy dado a los cambios, y menos si ellos implican tener que abandonar su oficina por más de cinco minutos.
Está sentado en su silla detrás del escritorio, con una mano en su mentón y otra en su regazo. Su uniforme luce impoluto, como siempre, y las insignias que lo adornan, brillan dándole honor a su nombre. Su mirada es un reproche definitivo, y ni que decir de lo molesto que sé que está.
—Desapareciste por todo un mes. ¿Qué estabas pensando? —dice nada más me ve entrar.
—Qué estaba de vacaciones.
Su expresión se llena aún más de descontento.
—¿Y te tomas vacaciones también de tu familia?
—Especialmente de mi familia, coronel.
Niega como si estuviera implorando por paciencia.
—¿Dónde estuviste en el último mes, Daniel?
—Con todo respeto, coronel, pero no es un requisito que tenga que avisarle a dónde me voy de vacaciones.
—¡No te estoy hablando como tu coronel, te hablo como tu padre! —se pone de pie. —¿Sabes lo preocupados qué estábamos todos por no saber dónde demonios te habías metido?
—Ya no soy un niño, señor. Puedo hacerme responsable de mis propias decisiones. —respondo apático.
—¡Entonces no te comportes como uno! Es tu responsabilidad no preocupar a tu abuela, a tu primo y a mí... ¿hasta cuándo seguirás actuando como si no te importara?
El problema es que no estoy actuando, es que en realidad no me importa. Aprendí desde muy joven, que, si quiero que los demás continúen sus vidas sin interrupciones, es sumamente vital que yo no forme parte integral de ellas. La peor parte es que funciona.
—¿Eso es todo, señor? —le sostengo la mirada con firmeza mientras hablo. —Tengo que volver al entrenamiento.
—No, no es todo. Esta noche cenaremos con la abuela, y más te vale aparecer, o no mediré mis alcances a la hora de sancionarte.
—Sí, coronel. —Hago un saludo militar y espero su aprobación antes de darle la espalda y abandonar la oficina.
—Eso salió bien. —digo para mí mismo mientras me encamino de vuelta al campo de entrenamiento.
Pero mi buena racha no dura mucho cuando me encuentro con la teniente Álvarez en el estrecho tramo de escaleras que lleva a la salida. Intento pasar de largo, pero me toma de la mano en el último instante haciendo que me detenga.
—¿Con qué permiso osa de tocarme, teniente? —me zafo con molestia de su agarre.
—Te estuve llamando por todo un maldito mes, y no te dignaste a responderme ni una sola vez, aunque sea para decirme si estabas bien.
—Recuérdeme por qué eso debería importarme. —le transmito mi fastidio con cada palabra.
Sus ojos se cristalizan y su postura se ve mínimamente afectada por mi comentario, pero no podría importarme menos.
—¿Vas a seguir actuando así?... ¿Hasta cuándo?
—Hasta que se le meta en la cabeza que no debe cruzarse en mi camino más de lo estrictamente necesario, teniente. —acerco mi rostro al suyo solo para que vea lo repugnante que me resulta tenerla cerca. —Y recuerde que le está hablando a su capitán, no a uno de sus amiguitos. La próxima vez que se pase mi rango por el trasero, yo haré lo mismo con el suyo.
Me mira estupefacta. Ya me estoy cansando de estos encuentros en los que todo el mundo tiene algo que reprocharme.
Sigo mi camino sin inmutarme por lo que sea que dice mientras la dejo. No estoy de humor para sus patéticas escenas. Cada vez que la veo el dolor de cabeza amenaza con dejarme ciego. No la soporto en lo más mínimo.
Cuando llego al campo de entrenamiento, la mayoría de los reclutas ya se han ido al comedor. Solo quedan tres chicos algo retrasados y la molesta irrespetuosa de ojos marrones, además de los amiguitos con los que se junta, los cuales intentan hacerle compañía, pero me aseguro de que se larguen antes de que mi paciencia se agote. Quiero ver cómo actúa sin apoyo.
Me quedo en un lugar apartado de difícil acceso a la vista mientras atestiguo como todo el mundo abandona el campo menos ella y Francis. El muy imbécil le echa porras como si fuera su estúpida animadora. No sé en qué estaba pensando cuando lo puse a él como vigilante. Vásquez hubiera sido menos benevolente.
—¡Eso es, Evans, sigue así!
—¿Qué demonios crees que haces? —se exalta cuando descubre que estoy justo detrás de él.
—Daniel... digo, capitán...
—¿Qué es todo esto, teniente?
—La recluta lleva un buen ritmo, eso es muy bueno tomando en cuenta que la estás torturando a propósito. —me mira y estoy esperando que inicie el interrogatorio. —¿Qué pasó entre ustedes?
—¿Qué pasa con todo el mundo y olvidar mi rango en el día de hoy?
Su rostro pasa del júbilo a la molestia en cuestión de segundos.
—Tu rango me lo paso por ya sabes dónde sí me apetece. La única razón por la que todavía no lo he hecho, es porque no quería denigrarte enfrente de los reclutas. Pero ya no más, Daniel. No supe nada de ti por todo un mes. Me estaba volviendo loco, y encima tuve que lidiar con toda la familia dándole excusas que no se creería ni el gato ciego de la abuela. Eres un irresponsable emocional, y no te perdono por ello, así que abre la maldita boca y dime que está pasando con Evans.
Arqueo las cejas. —¿Evans?
—¿Eso fue lo único que escuchaste de todo lo que dije?
—¿Por qué demonios la llamas por su apellido? —exijo saber molesto.
—Somos amigos. —dice como si nada. —Y antes de qué lo mal entiendas, no, no la veo de esa manera.
—Pero sí a su amiga. —casi se atraganta. —Sí, vi como la mirabas, y no tengo que decirte que no te atrevas, porque ya sabes lo que pasará.
—No estamos hablando de mí, capitán. Dime que sucede entre tú y Evans ahora y después vas a explicarme por qué demonios no supimos de ti en todo un maldito mes.
Por mucho que me moleste aceptarlo, Francis es el único al que no he podido alejar del todo. Me conoce como nadie, nunca me deja solo lo suficiente como para que vuelva a perderme y siempre está ahí cuando lo necesito. Por más que quisiera deshacerme de él y mandarlo a la m****a, no puedo hacerlo.
—No he estado bien. —admito. —Volvieron las malditas pesadillas.
Su semblante preocupado es todo lo que necesito para saber que a partir de ahora no voy a poder quitármelo de encima.
—¿Y tú solución es aislarte de todos? ¡Vaya genio!
—Cállate, idiota.
—Lo que no entiendo es como te resulta más fácil hablar de tus traumas sin resolver, antes que explicarme lo que pasa con la recluta cuando eso parece evidentemente más sencillo y fue lo primero que te pregunté.
Frunzo el ceño con disgusto al darme cuenta que tiene razón.
—Es una irrespetuosa. —suelto viendo como la mencionada avanza por el campo arrastrando los pies.
—Ajá... ¿y el resto de la historia?
Lo miro mal y desisto de golpearlo. Eso sería demasiado papeleo.
—Es molesta, irrespetuosa y cree que puede enfrentarme como si me conociera. No me gusta la gente como ella. El castigo es su última oportunidad para largarse...
—O le harás la vida imposible... Si, si, ya me sé el discurso. —me entrega la carpeta con los apuntes de la recluta y me palmea el hombro. —Pero deberías preguntarte por qué te estás tomando tantas molestias con una simple recluta.
Me guiña un ojo y se va sin el más mínimo respeto por su superior. Algo anda mal con la gente de este lugar hoy.
Después de echar un vistazo a los avances de la recluta en cuestión, me acerco un poco estudiando su ejecución. Se enfoca en avanzar, no importa que tan lento lo hace, la velocidad no es su prioridad, aguantar hasta la última vuelta lo es.
Debo admitirlo, es buena. Pero debe saber que ser bueno no es suficiente para habitar en mí mismo entorno.
—Para que vea que puedo ser no “tan miserable", como me llamó, puedo ofrecerle un trato. —camino despacio hacia ella con el semblante serio. —Discúlpese ahora y le perdono las siguientes diecinueve vueltas.
—¿A dónde envió al teniente Tanner? —sus pasos trastabillan al hablar. —Lo prefiero a él de niñero.
—¿Qué la hace tan osada?
—Usted, desde luego...
Siempre tiene algo para responder. Su descaro me enardece.
—¿Tiene la mala costumbre de ser irrespetuosa con todos?
—No, solo con usted. —añade notablemente molesta.
—En ese caso, —hablo más fuerte para que pueda oírme mientras se aleja. —añádale diez vueltas más a su castigo. Estaré contando desde la banca.
—Espere, ¿qué? —se detiene de golpe y casi se va de bruces al suelo.
—Lo que oyó. Y le sugiero completarlas, o de lo contrario quedará automáticamente fuera del programa.
—Váyase a la m****a... —grita perdiendo la compostura.
—No, allá es donde irá usted si no logra completar las vueltas, recluta.
No entiendo la ira repentina que siento, pero de pronto quiero que se largue. Quiero tenerla tan lejos como sea posible de mí, dónde no tenga que volver a ver sus profundos ojos marrones y su actitud irreverente.
Me siento en la banca destapando una botella de agua. Cuando lo hago recuerdo que podría estar muriendo de sed, así que vuelvo a taparla y la dejo a mi lado.
La observo por largos minutos. Es increíble como a pesar de estar prácticamente destruida, no se detiene. Cada vez que completa una vuelta hace mención de su número en voz baja. Es lenta, pero segura, a este ritmo terminará y podrá quedarse.
—Debí añadir algunas veinte.
Cuando va por la última ronda, de repente sus piernas fallan y cae de rodillas al suelo. Respiro profundo disfrutando la victoria inminente de mi plan. Estaba convencido de que ella lo lograría, es por lo que me quedé aquí en primer lugar, pero al mismo tiempo deseé que no lo hiciera, que me maldijera, se rindiera y se fuera. No pasó justo en ese orden, pero me conformo con no tener que volver a verla.
Me pongo de pie para ir a darle la agradable noticia de que ya no formará parte de la RAE, pero no llego a dar ni el primer paso cuando la veo levantarse. Parece mareada y dudo que su visión esté del todo clara, pero aun así da un paso detrás del otro. Se balancea sobre sus pies, pero no vuelve a caerse. Su mirada esta fija en el cinto azul que tiene justo delante, y con cada paso está más cerca de él. No entiendo la sensación que me embarga de momento. No se parece a la decepción, y eso es lo desconcertante.
Un paso detrás del otro es como logra acercarse lo suficiente a su línea de meta. La veo tambalearse y me apresuro a llegar donde está. Solo son unos segundos, pero en ese corto tiempo logra tomar el cinto que representa su victoria con los dedos, y luego se desvanece. Llego justo antes de que su cuerpo impacte con el suelo.
—Lo logré. —dice con una sonrisa moribunda. A penas y puede respirar bien.
—No debiste hacerlo, pequeña. —si estuviera despierta, seguro se asustaría por el trasfondo de mis palabras.
Su rostro está rojo de manera preocupante y su piel demasiado caliente. La levanto en mis brazos y sospeso la idea de llamar a Francis o cualquier otro soldado para que la lleve a la enfermería, pero dejé mi teléfono, y somos las únicas personas en todo el jodido campo.
Al menos no es pesada, por lo que me resulta fácil cargarla hasta la enfermería, dónde nada más entrar, Lilith me recibe con expresión preocupada y severa al mismo tiempo.
—¿Qué pasó?
—Se desmayó. —camino con el pequeño cuerpo moribundo hasta una camilla. —Creo que fue demasiado para ella.
No tengo que mirarla para saber lo que va a hacer. El golpe que me da en la nuca duele más de lo que recordaba.
—¡Eres un cretino! Tú le hiciste esto, ¿no es así?
—Atiéndela y deja de juzgarme. No es una santa paloma como crees, Lilith.
Vuelve a golpearme esta vez con más fuerza.
—Seguramente intentó ponerte en tu lugar, ¿y sabes qué? Espero que lo haya hecho.
—Ya me voy. Avísame cuando despierte. Su castigo apenas comienza.
Intento darme la vuelta e irme, pero me lo impide dándome otro manotazo.
—Escúchame bien, muchacho. Vas a dejar a esta niña en paz y vas a alejarte lo más que puedas de ella. No la conozco, pero si te tomaste la molestia de arruinarle su primer entrenamiento es porque viste algo en ella que te asustó.
Aprieto la mandíbula y me mantengo estoico.
—Lilith...
—Aléjate de ella, Daniel.
Asiento y salgo a pasos apresurados de la enfermería.