3.

Clara.

Por un momento no puedo moverme de dónde estoy. Me encuentro presa de sus ojos, completamente perdida por la intensidad de su mirada. Mi mente me juega una mala jugada, y por un segundo creo que cada palabra que dice va dirigida enteramente a mi persona para torturarme por el error que he cometido.

Lo llamé miserable y mezquino. ¡Demonios!

—Nena, ¿estás bien? —pregunta Ruth tomando mi mano y regresándome a la realidad. —¿pudiste encontrar el baño?

—Sí, ah... —me siento, agradeciendo qué el mueble debajo de mi me sostenga. —Estoy bien, solo me extravié un poco...

Me escudriña por unos segundos no muy convencida de mi respuesta.

—Estás pálida, ¿segura qué estás bien?

Asiento con entusiasmo tratando de poner una sonrisa en mis labios. —Lo estoy, no te preocupes.

Vuelvo a dirigir la mirada al frente, pero ya no está el demonio de ojos profundos sosteniendo el micrófono, ahora hay otro soldado casi igual de guapo, pero con menos apariencia de asesino.

—Buenas tardes, reclutas. Soy el teniente Francis Tanner Alonso, segundo al mando del capitán Alonso, y quien les estará orientando sobre las normas a seguir durante el tiempo que pasarán con nosotros. —dicta son seriedad. —Debajo de sus asientos tienen un folleto especial escrito por el consejo de la RAE. Deben memorizarlo para mañana, ya que, si incumplen algunas de estas normas, automáticamente quedan fuera del programa.

Busco debajo de la silla especial y encuentro el folleto mencionado.

—Tiene demasiadas páginas para ser una guía reglamentaria, ¿no crees? —escucho a Oliver susurrar.

—El escrito que tienen en las manos, les explicará todo lo que necesitan saber acerca de las normativas del programa. Sin embargo, hay tres reglas fundamentales que no deben romper bajo ninguna circunstancia, o las consecuencias irán más allá de la disertación. —añade el teniente. —Uno: Está terminantemente prohibido salir del plantel de la base. Dos: No deben faltar al respeto a sus superiores bajo ninguna circunstancia. Tres: No se permiten relaciones románticas con miembros de la milicia. Todas las reglas son importantes, pero éstas tres tienen un peso especial, así que les recomiendo tenerlas presente.

—Qué lástima, tendré que conformarme con ver sin tocar. —Susurra Ruth solo para nosotras sacándome una sonrisa.

—Creo que habrá que leer el folleto antes de decidir si se nos permite ver.

—Te apuesto a qué hay alguna regla al respecto. —dice hojeando el no tan pequeño escrito.

Después de llenarnos la cabeza con todas las cosas que tenemos prohibidas, pasamos a medirnos los uniformes, y por último nos dividen por sexos. Las chicas tienen un piso destinado solo para ellas, y los chicos se ubican dos edificios más allá del nuestro.

Menos mal, nos dejan elegir con quien queremos compartir habitación, así que no tengo problemas al momento de quedar con Ruth y Lía. El cuarto no es demasiado grande, pero caben cinco camas individuales, cinco armarios bien camuflados, una ventana amplia y un cuarto de baño. Además, todo está completamente nuevo, ordenado y limpio.

—Hola. —aparece una chica bajita, rubia, de ojos verdes y mirada tierna por la puerta medio abierta. —Soy Amelia, ¿les molesta si compartamos cuarto con ustedes? Es que los demás dormitorios están llenos. —detrás suyo viene una chica alta, delgada, con cabello color zanahoria y unos bonitos ojos verdes opacos. —Ella es Tori. Es un poco tímida, así que discúlpenla si no habla demasiado.

La chica en cuestión sonríe saludando con la mano, y le devuelvo la sonrisa.

—Pasen, justo hay dos espacios extras. —les señalo las camas vacías.

—Aunque les adelanto que estamos un poco locas, —comenta Lía plantándoles un beso a cada una con la mayor confianza. —así que no se vayan a sorprender si una noche de éstas vienen a arrestarnos a todas.

Nos reímos todas de su manera de dejarnos en evidencia.

—Es broma, —comenta Ruth. —aunque si no quieren no lo es. —les guiña un ojo.

El ambiente se vuelve más cálido con las nuevas chicas aquí. Amelia es divertida y con una vibra muy alegre, y Tori, a pesar de ser reservada, es bastante lista y asertiva. Estoy segura de que todas nos llevaremos muy bien.

Llegada la noche vamos al comedor, dónde sí nos permiten juntarnos como queramos. Oliver se queja de que la comida está falta de sal y Lía de que es una tragedia no poder intimar con los soldados. Ruth le hace una ceremonia de iniciación a Amelia y Tori, y Lorenzo se mantiene en silencio la mayor parte del tiempo.

—¿Sabías que el primer entrenamiento empieza mañana? —comento.

—No pierden tiempo. —dice solamente con la mirada perdida en algún lado.

—¿Estás bien? Desde que salimos de la reunión has estado muy callado.

Me da una mirada que parece de disculpa y me revuelve el cabello como suele hacer.

—Todo es nuevo para mí, supongo que me tomo mi tiempo para adaptarme.

Me tardo en creerle. —Ajá...

De repente se planta frente a mi muy decidido y me mira de cerca. —¿Dudas de mis palabras?

—Sí. Después de qué me engañaste con lo de tu admisión a la RAE, dudo de cualquier cosa que salga de ti.

—Pero si ya te expliqué qué solo quería darte una sorpresa...

—Y yo ya te expliqué qué aún no te perdono.

—A ver, abejita. —me regala una mirada de súplica de esas que sabe que surtirán el efecto deseado. —¿Qué puedo hacer para que me perdones entonces?

Hago cómo qué estoy pensándolo, pero solo gano tiempo para molestarlo. —No, no hay nada que puedas hacer...

Achica los ojos y vuelve a revolverme el cabello. —Eres malvada, Clara.

Me le río en la cara y sigo picoteando mi plato de verduras con carne. El toque de queda es hasta las 9:00pm. Así qué, llegada la hora todo el mundo vuelve a los dormitorios, dónde pasados los primeros quince minutos, todas las luces se apagan de repente.

—¿Qué pasó? —pregunta Lía al borde del colapso.

—Creo que nos ordenan ir a dormir. —le responde Tori.

—¡Pero si apenas empiezo con mi rutina de skincare!

—Yo ni siquiera me lavo los dientes todavía. —se queja Ruth.

—No se alarmen, chicas. —salgo al rescate. —Usen sus teléfonos y terminen lo que necesiten hacer de manera sigilosa. Si nos enviaron a dormir, no creo que les haga mucha gracia que nos quedemos haciendo ruido.

Todas están demasiado cansadas como para refutar mis palabras, por lo que cada quien hace lo suyo, y unos minutos después, todas estamos listas para dormir. O en el caso de Amelia, ya está completamente rendida.

Estoy agotada, así que inmediatamente caigo en la cama me dispongo a dormir, pero al momento de cerrar los párpados un rostro perfectamente tallado de ojos marrones llega a mi mente.

Abro los ojos de un respingo y me reprendo internamente a mí misma.

¡Fuera de mi cabeza, capitán! Mañana ya veré que voy a hacer con usted.  

Me quedo rememorando todo lo que he vivido aquí en apenas mi primer día mientras la pequeña luz de la luna se cuela por la ventana. Y no sé en que momento me quedo dormida, pero lo agradezco.

***

No estoy segura de sí la intención es enloquecernos, anunciar una guerra o matarnos de un susto. Suena exagerado, pero todas esas ideas toman sentido cuando te despiertan unas malditas sirenas a las 5:00 am a un volumen tan alto que es capaz de explotarte los tímpanos.

—¡¿Están locos o qué?! —Lía se queja gritando con el sonido de las sirenas de fondo y colocando una almohada de manera agresiva sobre su cara.

—¡Ahhhhh! ¿Qué es esa maldita cosa? —chilla Ruth.

—Creo que la intención de quién puso "esa maldita cosa" es que todos en la base despierten, ya sean vivos o muertos. —aseguro cerrando los ojos con fuerza.

<—A todos los nuevos reclutas, se les ordena reunirse en el campo de entrenamiento en treinta minutos. —suena una voz con tono robótico por todas partes. —A todos los nuevos reclutas, se les ordena reunirse en el campo de entrenamiento en treinta minutos. 

El mensaje se repite al menos cinco veces más logrando que el piso se convierta en un auténtico caos. Puedo escuchar a las chicas de los otros dormitorios peleando por quien entra primero al baño y demás. Nosotras en cambio, parece que seguimos media dormidas todavía.

  —¿Quién quiere ir primero? —pregunta Ruth rascándose una pompis.

—Yo lo haré. —me levanto arrastrando los pies.

  —Hazlo rápido. —sugiere Lía.

 No tiene que pedirlo dos veces. La condenada agua está tan fría que solo abro el grifo para quitarme el jabón de encima. Luego empiezo a ponerme el uniforme antes de terminar congelada. Se trata de una ramera de tela especial negra, unos pantalones militares también en negro, unas botas del mismo color y una chaqueta de mangas largas y gruesas con cremallera de un color azul oscuro. Para las chicas, el uniforme viene con unas franelillas deportivas para los pechos muy cómodas.

Después que todas estamos listas, nos apresuramos a salir al pasillo dónde una mujer con porte regio y elegante nos espera. Al primer vistazo se me hace conocida. Es la mujer que vi ayer en el baño.

  —Buenos días, reclutas.

—Buenos días. —respondemos al unísono.

—Soy la teniente Yaneth Álvarez. Seré su coordinadora y responsable de que cumplan las reglas de la academia al pie de la letra. Y creo que no tengo que repetirles las normas y lo que pasa con quiénes las incumplen, ¿cierto?

  Se queda a espera de una respuesta.

  No. —responden algunas de las chicas.

—¡NO, TENIENTE! —dice la mujer con una voz potente que casi parece una rabieta, haciendo que todas reaccionemos de inmediato.

—¡No, teniente!

—Bien. Espero que no se les olvide. Ahora síganme, holgazanas. —inmediatamente la mujer empieza a caminar, todas la seguimos.

—Lo bonita no le quita lo amargada... —susurra Amelia refiriéndose a la teniente.

—¡Sshhh! ... Podría oírnos, y no parece muy amigable. —digo.

—Recuérdame besarte por acertar en ese comentario, Amelia. —dice una chica morena que se presenta como Ari.

—Es una bruja. —añade Lía a lo que todas la miramos abriendo mucho los ojos. Ser discreta no es lo suyo. —Tiene la clásica aptitud de una solterona a la que no se le da su cometido.

—¿Podrías ser más discreta? —le amonesto.

—¿Qué? ... No me mires así, tengo razón.

—Mejor guarda tu razón para cuando estemos solo nosotras. —le dice Ruth

Seguimos a la teniente fuera del edificio y caminamos por unos minutos más hasta llegar a la estancia que parece un campo de fútbol. Es inmenso, con áreas para todo tipo entrenamiento, y adornada por algunos cuerpos que no alcanzo a identificar muy bien desde la distancia.

Mis nervios van en aumento con cada paso que doy, pero alcanzan su punto límite cuando lo veo. Estoy segura de qué es él, desde lejos puedo divisar su figura alta e imponente, su porte regio y la actitud arrogante de la cual ya tuve una probada.

Es tan ridículamente perfecto que asusta y para colmo, parece ser bastante consciente de ello. Su postura es intachable con sus manos entrelazadas en su espalda y su cuerpo perfectamente erguido.

Calma, Clara, solo es un hombre.

<Uno que parece bastante peligroso. —grita mi subconsciente.

Al llegar al campo ni siquiera tenemos tiempo de adaptarnos al entorno, el teniente Tanner de inmediato nos da la bienvenida ordenándonos formar cinco filas de diez integrantes. Lo mismo va para los chicos, los cuales permanecen aparte.

Torpemente empezamos a organizarnos según la orden del teniente. Cuando terminamos, el capitán se para justo frente a las chicas y nos mira a todas sin reparar en ninguna en particular.

—Mi reloj dice que llegan un minuto tarde, soldados.

No puedo evitar sentir un cosquilleo en los dedos al escuchar su voz profunda y masculina. Sin embargo, su comentario va dirigido a las chicas lo que hace que todas nos pongamos en modo alerta.

—¿Qué esperaba? Somos chicas. —murmura una de nosotras dos filas más atrás.

—¿Quiere compartir su pensamiento crítico con nosotros, recluta? —le pregunta el capitán mirándola desde su altura con expresión letal.

La chica se pone más blanca que el papel en cuestión de segundos. —No…no, señor.

—Entonces le sugiero que mantenga la boca cerrada mientras hablo.

—Lo sien... siento, señor...

  —La impuntualidad también se castiga. —agrega el capitán ignorando a la chica. Trago grueso siguiendo el movimiento de sus labios al hablar. —y yo no doy segundas oportunidades.

Dicho esto, le hace una señal con la mano al teniente Tanner quien inmediatamente inicia el pase de lista.

Es bastante tenso, no hay otra palabra para describirlo, y mis nervios no ayudan, necesito calmarme para poder hablar cuando llegue mi turno.

Mientras el teniente hace el pase de lista, observo como la teniente Álvarez se sitúa justo al lado del capitán, pero él ni siquiera se inmuta.

—Es tan obvia. —comenta alguien a mi lado y de inmediato me percato de que se refiere a la teniente. Muchas chicas se ríen por lo bajo incluyendo a Lía.

—Y ahí está su cometido no logrado. —susurra mi amiga. Y todas las demás sueltan sus risitas disimuladas.

—Clara Elizabeth Evans Thompson. —el teniente menciona mi nombre.

—Soy yo, señor.

Asiente y sigue con el siguiente nombre.

Suelto todo el aire que retenía en mis pulmones y me permito respirar nuevamente, pero mi alivio se va al carajo con la misma rapidez que vino cuando percibo su mirada afilada sobre mí. Nuestros ojos se encuentran, y sin querer me descubro a mí misma embelesada en sus facciones, a pesar de que me tiemblan las manos.

El contacto entre nuestras miradas es crudo, bestial, justo como debería sentirse cuando dos rayos colisionan. De repente siento sed. Los latidos de mi corazón van en aumento y algo parecido al miedo me recorre la espina dorsal.

 Después de unos largos segundos, aparto la mirada un tanto incómoda por lo intensa y desafiante que es la suya.

El teniente termina el pase de lista y le deja la carpeta con nuestros nombres al capitán. Ninguno de nosotros se mueve, ni siquiera parece que respiramos, estamos tan quietos y callados que bien se podrían escuchar las conversaciones de los insectos.

  El capitán revisa la carpeta y se vuelve hacia nosotros mirándonos con expresión severa.

—La cualidad más importante de un soldado es la resistencia. —dice con aires de superioridad. —Iniciaremos por construir un poco de eso en ustedes. ¿Ven este campo? —todos detallamos el lugar con la mirada al mismo tiempo. El capitán mira el Rolex que le adorna la muñeca y luego a nosotros. —Antes de las 7:45am cada uno de ustedes debe haber dado treinta vueltas.

—¡No puede ser! —exclama Ru. —¿Acaso está loco?

Todos empiezan a hablar a la vez. La mayoría se queja, otros permanecen en silencio, y yo, bueno, solo estoy aquí, pensando de qué color quiero mi ataúd.

—La línea de salida es esa de allá. —el capitán señala un cinto azul pegado a la pared del fondo. —Y para aquellos que quieran pasarse de listos, los soldados que ven a mi alrededor estarán contando las vueltas de cada uno, así que, a correr soldados.

En cuanto dice eso, las quejas se alzan, pero de igual manera, todos empezamos a movernos hacia la línea de salida.

—Usted no, recluta. —lo escucho decir y todo el cuerpo se me enfría de golpe.

Instintivamente me doy la vuelta, y casi me atraganto con mi propia saliva cuando me lo encuentro justo en frente de mí mirándome fijamente.

—¿Me habla a mí, señor?

—Exactamente a usted. —ladea la mirada viéndome de los pies a la cabeza sin que su semblante me muestre nada de lo que pasa por su mente. —Usted y yo tenemos cuentas pendientes, recluta.

Da dos pasos más hacia mí, y el olor de su perfume me envuelve como la primera vez.

—No entiendo por qué, señor. Que yo sepa, no hay nada inconcluso entre nosotros.

Me acuerdo claramente haberlo llamado miserable y mezquino, y quiero cortarme la parte del cerebro que guarda ese recuerdo.

—Yo creo que sí. —murmura tosco. —¿Qué le parece si empezamos por una disculpa?

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