Clara.
Pasan unos segundos en silencio que uso para procesar lo que acaba de salir de su boca, mientras él espera una respuesta a la insólita y más que estúpida pregunta que todavía flota en el aire.
—¿Qué...qué acaba de decir? —pregunto perpleja.
Su mirada se agudiza bajo una expresión retadora. —Lo que acaba de oír. Por la manera en la que se sonroja, es fácil deducir que aclama mi atención a gritos. Y para ser sincero, esperaba algo más elaborado, Evans.
—Espere, ¿qué? —Si antes estaba perpleja, ahora enserio me he quedado sin palabras.
—Sé lo que intenta hacer con su teatrito de modelo de Carwash, —dice despacio, pero sin borrar su gesto discriminatorio. —Pero su patética actuación para seducirme, no va a persuadirme de infringirle su debido castigo.
—Está bromeando, ¿no? —suelto rápido las palabras acompañadas de una risa sin humor.
—Creí que ya le había quedado claro que no soy de los que bromean.
Nunca puse en duda el hecho de que es un imbécil. Es prácticamente imposible compartir el mismo espacio con él sin que haya alguna discusión, y ni que decir de sus tácticas de explotación laboral. ¿Pero esto? No voy a tolerar esto.
—¿Sabe qué es lo más triste de todo, capitán? —Se queda callado, solo hace un gesto con la ceja como signo de que tengo su atención. —Qué llegué a pesar que hacía esto como ejemplo de un homenaje a las reglas, no como un plus para inflar su maldito ego de m****a.
—Cuidado recluta, está por cruzar una línea sin retorno...
—¡Me importan un rábano las líneas que tenga! Ya me cansé de ser su juguete, su objeto y su esclava, y desde luego que no voy a tolerar tal insinuación. —recuerdo que todavía sostengo la manguera y la tiro al suelo haciendo que el agua lo salpique.
—Evans...—advierte con la mandíbula tensa y sus ojos fríos anclados en los míos encendidos en ira.
—Expúlseme si quiere. —sentencio más molesta de lo que jamás me he mostrado frente a él. —pero no me quedaré ni un segundo más a escuchar sus acusaciones machistas. Y le recuerdo que fue usted quien me trajo aquí, capitán. En todo caso, es usted quien debería revisar sus intenciones para conmigo y no al revés.
Me le voy de enfrente tan pronto como acabo las palabras, pero dados los primeros cuatro pasos, siento como sujeta mi mano con fuerza bruta deteniéndome de golpe.
—Espere...
—¿Qué hace? ... ¡Suélteme!
—Sólo...
—No. Lo que sea que vaya a decir, no lo diga, no quiero escucharlo. —me zafo de su agarre y me limpio la mano contra la tela mojada de mi pijama.
Hace un gesto de esos que seguro son para retener sus demonios y evitar matar a alguien. Pero al final termina cerrando los ojos con expresión dolorosa. Lo siguiente que hace no lo veo porque me doy la vuelta y sigo caminando lejos de él.
—¡Le he dicho que espere, maldición! —hasta donde estoy puedo oír su resoplido furioso. —No puede salir así...
Al escuchar eso, bajo el ritmo de mi caminata mirando el desastre que soy ahora mismo. No solo mi cuerpo se transparenta por encima de la ropa y mi silueta se nota tal cual, sino que parezco salida de una fiesta en la playa a la que no fui invitada.
—Tome. —me doy la vuelta por mera curiosidad y tengo que morderme la lengua cuando me topo con su imagen casi semidesnuda frente a mí.
El capitán se está quitando la camiseta.
Ya había visto parte del tatuaje de su brazo izquierdo que llega hasta su muñeca, pero no sabía que era tan grande y tan impresionante. Es espectacular. Sin embargo, el tatuaje pasa a segundo plano cuando su torso perfectamente esculpido salta a la vista. La imagen le hace justicia a lo que he sentido antes cuando me tapó la boca, pero no es sólo eso, es todo lo demás. Es la forma en la que cada atributo de su cuerpo le concede la más nítida e inconfundible perfección.
El color de su piel es uniforme y armonioso. La textura de sus músculos resalta sin verse exagerada, pero desde luego que no es ordinaria. Cada elevación, cada curva y contorno de su cuerpo está donde tiene que estar. Y si antes estaba impresionada por su apariencia, ahora no tengo palabras.
Madre mía.
—Deje de mirarme como si no hubiera visto a un hombre semidesnudo antes y tome la jodida camiseta antes de que se me agote la paciencia.
—No quiero nada que venga de usted. —Trato de sonar igual de molesta que antes, pero se me dificulta bastante ahora.
Arruga el gesto con descontento. —Deje de ser tan cabezota y tome. —dice de mala gana. —Si alguien más en la base la ve así, cualquier soldado puede amonestarla por exhibicionista.
Oh, eso es cierto. Obviamente él no es el único capitán en esta base. Aunque él sea el encargado de los nuevos reclutas, hay muchas personas en este lugar con la potestad para corregirme, y ya tengo suficientes problemas con el amargado que me tocó.
Me trago la vergüenza y la humillación y me acerco cubriéndome los pechos lo mejor que puedo. Me detengo a una distancia prudente dónde espero que me lance la camiseta y la atrapo en el aire cuando lo hace.
—No pienso agradecerle. —murmuro y vuelvo a caminar rumbo a la salida sin esperar lo que tenga para decir. Sé que me está mirando, he aprendido a diferenciar la sensación de cuando sus ojos están sobre mí. Lo cual es bastante desconcertante.
—La espero en mi oficina antes de las 5:00am.
Suelto un gruñido que estoy segura que no puede oír, y cómo hoy no me apetece quedarme con las ganas, levanto la mano derecha y le saco el dedo de en medio. Estoy segura de que eso si debió verlo.
Me dirijo al complejo de las chicas con el mismo sigilo con el que salí. Y agradezco al cielo que esta vez no me haya encontrado a nadie. Contenta por eso, me dirijo hacia el dormitorio que comparto con las chicas, pero una vez que giro el pomo de la puerta, mi buena racha se va al carajo.
—Espero que tengas una muy buena explicación. —dice mi mejor amiga cruzada de brazos frente a mí.
—Ruth...
Se echa a un lado y señala el cuarto invitándome a entrar. —Habla...
—¿Qué haces despierta? —susurro al notar que las demás siguen dormidas.
—¿Te parece que estás en posición de hacer preguntas? —no suena enojada, pero no va a dejar pasar esto.
Me muerdo el labio tanto por el frío como por la intensa mirada que me dedica. Sigo mi camino al baño, y como era de esperarse, Ruth me sigue entrando detrás de mí y cerrando la puerta tras ella.
—No podía dormir, ¿vale? —me quito los zapatos encharcados y procedo a buscar algo seco para ponerme.
—¿De quién es esa camiseta? —una segunda mirada y rápidamente se da cuenta de mi otro problema. —¿Y por qué vas mojada?
Me congelo sin saber que decir. Obviamente la respuesta más fácil y honesta es decirle justo lo que me ha pasado, lo cual no tiene nada de malo. Pero me quedo callada, lo que extiende el silencio entre ambas, alarga su escrutinio y aumenta mis nervios.
—Clara, ¿de quién es la camiseta? Ya sé que no es tuya.
Tampoco es como si pudiera mentirle a Ruth. A veces le oculto cosas, lo cual es totalmente normal, pero mentirnos jamás ha tenido espacio en nuestra amistad, por lo que ni siquiera contemplo la idea, lo que me lleva a mirarla despacio y un poco tensa digo:
—¿Me creerías si te dijera que es del capitán Alonso?
No hay ningún cambio en su expresión, lo cual me deja muchas incógnitas, pero está bastante claro que no es mi momento para hacer preguntas, sino el suyo.
—Ajá... ¿Y estás mojada por...?
—Es que no podía dormir porque estaba demasiado cargada para hacerlo, así que salí a dar una vuelta para despejar la mente, pero me topé con el capitán en el campo de entrenamiento, y no sabes lo imbécil que fue. Pasamos algunas palabras y él se enojó, yo me enojé, y luego dije algo que no le gustó, entonces me castigó con algo tan absurdo como lavar su coche, que es un Aston Martin de lujo que vale cuatro veces más que mis pulmones, riñones y corazón en el mercado negro. —hablo rápido. —la cosa es que me puse a lo mío y terminé haciendo un desastre con la manguera y ella terminó empapándome, y luego tuve una discusión con el amargado porque me acusó de treivolera seductora de mala muerte y lo mandé a la m****a, pero claramente no podía salir mostrando todo, así que se quitó su camiseta y me la ofreció... y yo la tomé.
Vuelvo a morderme el labio esperando que Ruth reaccione igual de agitada y descontrolada que yo, pero nada de eso pasa. Está igual que siempre.
—Muy bien, vamos a dormir. —dice dándose la vuelta para volver al cuarto.
—Espera... —la detengo. —¿No vas a decirme nada?
Medio sonríe, y por alguna razón que no puedo explicar, no me gusta la forma en la que lo hace.
—No. —se encoge de hombros. —cámbiate y ven a dormir. Estoy segura de que mañana tienes que madrugar.
Asiento y dejo que se vaya y cierre la puerta tras ella. Su actitud me deja una sensación ruidosa en el pecho, pero no es nada a lo que pueda darle nombre, así que me cambio de ropa como dijo, y luego me voy a la cama en silencio.
***
Tal y como dijo, dadas las 5:00am, el amargado ya está detrás de su escritorio con una computadora encendida frente a él. La postura es la misma de siempre; su gesto frío y distante y su expresión predecible de "el mundo me importa una m****a".
No toco, no saludo y no lo determino. Si pudiera ignorar su presencia arrolladora sería una maravilla, pero el capitán es demasiado imponente, llamativo y cautivador para lograr tal hazaña. Es de esas personas que no tendrías que mirar por segunda vez, porque inmediatamente lo ves, ya no puedes dejar de hacerlo.
—¿Ahora también ha olvidado sus modales, Evans?
Aprieto los dientes y contengo el gemido frustrado que quiere salir de mi garganta al escuchar mi apellido salido de su voz ronca y demandante.
Carraspeo antes de abrir la boca. —¿Ve que si me ha enseñado bien? —digo seca y procedo a tomar asiento en el espacio que hizo que habilitara para mí misma.
Ambos guardamos silencio después de eso y empezamos la jornada. Ya incluso empiezo a acostumbrarme a la rutina. Venir a la oficina a ultimar detalles un rato antes de irnos al campo de entrenamiento, luego a desayunar, y después de un aseo de treinta minutos, vamos a clases de estrategia y emergencias que se extienden hasta la tarde con solo dos espacios para almorzar y merendar.
Para todos los reclutas, el infierno termina ahí. No para mí. Después de andar todo el día de aquí para allá, tengo que volver a la oficina del amargado para trabajar en las más de mil actividades que me encomienda. Y no contento con eso, tengo que seguirlo a todas partes hasta que llega la hora de la cena.
Cuento los minutos para que llegue el momento en el que pueda largarme, pero un mandado de última hora aplaza mis planes. Cuando regreso a la oficina ya es la hora de cenar, pero hoy no me apetece reclamar y que mi jornada se extienda hasta el toque de queda.
—He traído los documentos que me mandó a buscar con el teniente Tanner, señor. —los pongo en el escritorio mientras él permanece con la vista en el ordenador. —También le ha llegado este sobre. No tiene remitente ni información relevante.
—Ábralo. —dice sin mirarme.
Hago lo que me dice poniéndole mala cara. Cuando estoy por poner el sobre abierto en el escritorio nuevamente, levanta la cabeza y me mira con desagrado.
—Ya lo abrí, señor. —añado rápido.
—Léalo.
Arrugo las cejas. —¿Pues es que quiere que lo bañe y también le dé de comer?
—Lo primero ya lo hizo anoche, lo segundo lo hará más tarde cuando la envíe a buscar mi cena a la cocina.
—Pero señor...
—Tengo hambre, Evans. Lea lo que dice el jodido sobre para que pueda enviarla por mi comida.
Quiero objetar que yo también tengo hambre, pero eso solo alargará más mi condena. Vuelve la mirada al ordenador, y no tiene que decirlo para saber que espera a qué hable. Así que tomo el sobre con más fuerza de la requerida y saco el papel blanco que trae dentro.
Estoy a punto de abrir la boca para decir su contenido en voz alta, pero la confusión por la falta de contexto me lo impide. Releo el corto texto plasmado con caracteres negros en el centro de la hoja varias veces, y en ninguna de ellas le encuentro sentido.
—No me diga que ahora también olvidó como leer...
Miro al capitán y luego vuelvo a leer el texto. Al ver que no digo nada, el capitán me mira fijamente expectante.
—Señor...
—¿Qué dice?
—No lo sé, creo que está en alemán...
—Déjeme ver. —me arrebata el papel y debo suponer que entiende lo que dice, porque inmediatamente su rostro se transforma en una máscara de odio y repulsión. Creí que a mí me detestaba, pero supongo que hay alguien a quien odia mucho más.
—¿Evans? —hay tensión en la manera que dice mi apellido esta vez.
—Sí, señor.
—¿Quién le dio el sobre? —pregunta, tosco y sin mirarme mientras arruga el papel en un puño.
—Nadie, señor. Lo encontré en su correspondencia.
Me mira por fin, y quisiera que no lo hubiera hecho. Hay fuego y veneno en su mirada. Es arrolladora y letal, me consume y me asusta a partes iguales.
—Jure que no me está mintiendo. —se pone de pie de repente y encierra los puños sobre su escritorio, donde puedo verlos claramente.
—No voy a hacer eso. —dicto un poco nerviosa por su actitud.
—¿Entonces me está mintiendo?
—¿Qué? ... ¿Por qué haría algo como eso? —suelto genuinamente confundida.
Empieza a rodear el escritorio lentamente y mi corazón comienza a acelerarse con cada paso que da más cerca de mí. Lo peor es que me encuentro tan presa bajo su dominio, que no puedo moverme de dónde estoy, lo que le da vía libre para invadir mi espacio y acorralar mi cuerpo entre el suyo y el escritorio.
—¿Cree que soy cruel? —pregunta sin dejar de mirarme como un depredador. —¿Cree que soy despiadado? ... No tiene ni puta idea de lo que puedo llegar a ser, Evans.
—Señor, no entiendo lo que pasa...
—Jure que no ha tenido nada que ver con esa carta. —gruñe bajo y molesto. —Jure que no entiende lo que dice. Jure que jamás haría algo como engañarme, mentirme o, ocultarme algo tan siquiera mínimamente importante, Evans. Júreme mirándome a los ojos, que por mucho que me deteste, usted no ha sido capaz de involucrarse en esto.
La cuestión es que jamás he jurado nada. No lo hago porque no creo que esté bien. Pero sus ojos se han transformado en una ventana a su alma, donde puedo ver exactamente lo que está sintiendo. Hay tanta súplica en su mirada, tanta desesperación y angustia, que pierdo por completo el dominio de mi moral y termino moviendo los labios para pronunciar aquello que nunca jamás he dicho antes ni por mí, ni por nadie.
—Lo juro.