Clara.
Conozco a Oliver y a Lía desde mi primer año en la universidad. Junto con Ruth, pasamos mucho tiempo juntos, por lo que tiene sentido que hayan aplicado para la RAE. El único inconveniente es que solemos meternos en bastantes problemas con frecuencia. A Lorenzo lo conocí en mi segundo año, y desde la primera vez que hablamos nos volvimos inseparables. Mamá dice que es el hijo que no tuvo, y para mi es esa pieza que termina de completar mi mundo. El vuelo fue tranquilo. Cuatro horas de incertidumbre que solo pude calmar una vez que aterrizamos. Al bajar del avión, caminamos hasta llegar a un área bastante amplia con grandes ventanales por las que entra muchísima luz. El aeropuerto es moderno, minimalista y bastante elegante, sin embargo, mi atención se ve completamente comprometida al momento de verlos a ellos... La sensación es algo totalmente nueva para mí que muy pocas veces me veo impresionada a tal magnitud de quedarme como piedra mentalmente. Y no es que no esté familiarizada con ver hombres guapos, sino que lo que estoy viendo es algo totalmente fuera del contexto al que estoy acostumbrada. No tengo que pensar mucho para darme cuenta que los hombres que lucen uniformes camuflageados del ejército nos esperan a nosotros. Son soldados. Y no hablo de niños con uniforme. No. Éstos son soldados de verdad. Cinco hombres totalmente diferentes al resto de los que hay en el aeropuerto, como si estuvieran hechos para destacar con creces por encima de todo el mundo. El porte, sus rostros serios e imperturbables, sus uniformes perfectamente limpios y sin la más mínima arruga, y sus cuerpos atléticos, altos y fuertes. Todo, absolutamente todo es perfecto en estos hombres, pero lo que más resalta es su apariencia. Son condenadamente guapos. Sin darme cuenta, las manos me hormiguean y siento el rostro caliente. —Tengo que decirlo. —murmura Lía igual de embelesada que Ruth y yo. —Acabo de tener un orgasmo visual. No la culpo por perder el filtro. La verdad es que yo aún no cierro la boca del todo. —Chicas, están babeando. —dice Lorenzo de manera despectiva simulando limpiarse los labios. —¿Necesitan un pañuelo? —No interrumpas, Lorenzo. —lo amonesta Ruth. —Estoy de acuerdo. —añado. —Clara, ¿también tú? ... —Lorenzo, amigo —le habla Oliver. —no ganarás esta pelea cuando hay hormonas de por medio. —Pero míralas, parece que se están derritiendo... Oliver también mira a los soldados con especial atención. —No puedes negar que son... ¿Cómo decirlo sin que parezca que me estoy cambiando de bando? Lorenzo pierde la paciencia y se nos para en frente. —¿En serio van a actuar como si estuvieran viendo unos putos elfos? —pregunta el pelirrojo. —¡Sí!—respondemos al unísono. Incluso Oliver lo hace. —¡Solo son hombres, ¿Qué les pasa?! —Sshhh... Cállate, ya vienen. —le exige Lía arreglando su peinado. La morena no tiene ni siquiera que retocarse para verse bien. Es alta, de piel bronceada, cabello negro lacio hasta la cintura y unos ojos color miel que cautivan a penas los ves. Segundos después, los soldados nos reciben sin la menor ceremonia. Se presentan y nos explican que están aquí para recogernos. Y a pesar de lo que creímos por unos cortos segundos, no somos el único grupo de estudiantes que vinieron a recoger. Lo más raro es que en ningún momento interactúan con nosotros. No nos dirigen la palabra si no es para darnos órdenes. Permanecen en silencio la mayoría del tiempo. Siempre están en guardia, perfectamente erguidos, con actitudes de hierro y porte de acero inoxidable. Son jóvenes, estoy casi segura de que el mayor de todos apenas llega a los treinta, pero aun así, el porte y las expresiones los hacen ver como personas de mucha experiencia. Después de registrar nuestras identidades, explicarnos algunas reglas y asesorarnos acerca de a dónde vamos, salimos del aeropuerto. Nos transportan en un autobús del ejército, aunque mucho más moderno que cualquiera al que me haya subido antes. Después de calcular más o menos dos horas de trayecto, llegamos a un lugar completamente aislado. Por donde quiera que miro, solo puedo ver verde y más verde. Minutos después atravesamos varias paradas de seguridad. Nos detenemos en cada una, donde somos registrados una y otra vez. Al parecer, alguien de arriba tiene un fetiche con la seguridad. Finalmente, después de cruzar un gran portón enrejado hasta las nubes, recorremos una carretera rodeada de bosque perfectamente asfaltada, y pasado un tiempo, el autobús se detiene. No bajamos hasta qué minutos después nos avisan que podemos hacerlo. Pero nada me preparó para esto... Cuando salimos del bus en mi boca se forma una auténtica e inconfundible "o". —No puede ser... —gesticulo anonadada. —¿Están viendo lo mismo que yo? —pregunta Ru. —Creo que sí, si mi mente no me está jugando una broma. —logra decir Lía a mi lado. No creo que solo nos vayan a dar anatomía en un lugar como este. Las armas, helicópteros, tanques, las filas interminables de soldados, y todo tipo de transporte de guerra son la prueba de que vamos a sufrir un año doloroso, bastante duro y despiadado al estilo "primera guerra mundial". Todos los edificios que alcanzo a ver, muestran el logotipo del ejército. Son edificaciones grandes, modernas e intimidantes. Alrededor hay cientos de soldados caminando en filas perfectamente alineadas. Se ven exactamente igual que los que fueron a recogernos. Todo es tan tétrico y ridículamente perfecto, que da la sensación de estar en el futuro; uno creado por sociópatas. Oliver se nos acerca de manera sigilosa logrando unir un poco el grupo y yo me dejo llevar por la corriente de los demás porque aún no asimilo todo lo que me rodea. Creo que acabo de perder mi sentido de la orientación. —Chicos, ¿creen que sobreviviremos a esto? —¡No empieces Oliver! —le suelta Lía más nerviosa de lo que esperaba. Se supone que ella es la valiente del grupo. —Solo digo lo que ya todos sabemos. Este no es un lugar adecuado para unos pobres e inocentes estudiantes. ¡Nos matarán aquí! ¿Acaso soy el único que se ha dado cuenta de que estamos en una base militar? No es una academia, es una maldita base militar que podría darle vida a la tercera, cuarta y quinta guerra mundial si quisiera. —Que conste que tú quisiste venir. —se burla Lorenzo. Es el único que no parece afectado por la magnitud de todo lo que nos rodea. —¡Son militares, Lorenzo!... ¡El maldito ejército de los Estados Unidos! ¡No estás mirando a tu alrededor ¿o qué?! —el pobre Oliver está completamente rojo. —Yo llamaré a mamá, no creo sobrevivir más de dos días aquí... —No es para tanto flojo, solo es una base militar. No puede ser tan malo. —¿Haz estado en una base militar antes? —le pregunta parándose delante y tomándolo de ambos hombros. —No... —¿Entonces como sabes que no será difícil? —el sudor comienza a perlar el rostro de Oliver. —Busca en G****e qué se hace en las bases militares y después me cuentas. Eso si no es que se deshacen de tu celular antes. —Relájate, hermano. Estoy seguro de que no será peor que pasar una noche con Clara en su apartamento con su casera psicópata. Yo no estaría tan segura de eso. —Pienso, pero no objeto nada. Pasan varios minutos y aún continuamos aquí, anonadados, varados como tontos, observando con demasiado asombro la gran estructura futurista que tenemos delante. Incluso comienzo a preguntarme de donde sale tanto dinero para construir todo esto. No es hasta que aparecen algunos soldados para instruirnos y dirigirnos hacia uno de los tantos edificios, que salimos de nuestro patético estado de asombro. Nos reúnen en una sala donde hay exactamente cien asientos, específicamente para los cien estudiantes que acabamos de entrar. Todo está tan fríamente calculado que da miedo. Durante los primeros minutos nos dan una pequeña introducción sobre el propósito de la RAE. Luego pasan a explicarnos los objetivos del programa y a desglosar las actividades del mismo. Después de un largo rato empiezo a sentir la sensación característica de querer orinar. Y para el colmo, no es de esas orinadas con las que te puedes montar en un taxi, ir a la farmacia y volver. No. Realmente me estoy meando, y lo peor es que no puedo ver ningún lugar con indicadores de parecer un baño. Me pongo de pie sintiendo la punzada en mi vientre bajo y ahogo una maldición. —¿A dónde vas? — me pregunta Ruth. —Buscaré un baño. No veo ninguno aquí dentro. —¿Te acompaño? —hace ademán de ponerse de pie. —No, no te preocupe. Volveré en un minuto. Me mira no muy convencida, pero al final termina asintiendo y quedándose en su lugar. Tengo cuenta de no llamar mucho la atención al salir del salón, pero una vez que estoy fuera, me paralizo frente a los interminables pasillos que me reciben, qué, para mi mala suerte, están perfectamente desiertos. —A ver, Clara, ¿derecha, izquierda o al frente? Lo pienso durante unos segundos antes de decidirme por el pasillo de la derecha. Camino por el largo e interminable corredor por lo que parecen horas. Observo todas las puertas en el trayecto y ninguna parece ser un baño. Lo peor es que mientras más tiempo pasa, más difícil se me hace retenerlo. Como último recurso, me detengo y me quedo de pie junto a la esquina más cercana sospesando mis opciones, hasta que por el rabillo del ojo empiezo a notar la figura perfectamente uniformada y pulcra de un soldado acercándose. Su presencia me brinda algo de esperanza. Con la mirada en el piso y ambas manos aprisionando mi estómago espero que se acerque lo suficiente para pedirle ayuda. Temo que si grito quedaré en evidencia. —No debería estar aquí. La voz del soldado me golpea. Es profunda, ronca y masculina, con un timbre que recae en lo sensual. Levanto la cabeza lentamente para no parecer tan irrespetuosa, pero al elevar la mirada no hago más que congelarme. Es apuesto. Demasiado apuesto. La incomodidad y el dolor que siento cesan al mismo tiempo que mi respiración. Por un segundo dejo de sentir mi cuerpo para sentirlo a él. Para mirarlo sin la menor vergüenza, sintiendo que debo aprovechar cada segundo que lo tenga en frente. Es alto, de complexión atlética, de piel blanca y ojos marrones con motas doradas. Tiene el pelo desordenado, las cejas y las pestañas de un negro tan vivo que asemeja al carbón. Su nariz recta no tiene defectos y sus labios son gruesos, pero delicados. Sensuales y perfectos. Siento que tengo la boca seca. Me relamo los labios para humedecerlos y al mismo tiempo una corriente placentera se desliza por mi espalda. Puedo sentir su presencia aplastándome los sentidos, e incluso puedo notar como su perfume me invade a tal punto que lo siento acariciándome la piel. Observo el movimiento de sus dedos frente a mi cara, y es entonces cuando me doy cuenta de que he estado actuando como una estúpida. —¿Está sorda? —dice mortalmente serio. —Yo... yo lo siento. —me repongo. —Necesito ir al baño. Arruga la frente como si no comprendiera la situación, así que tengo que decirlo más fuerte y pausado. —Yo. Necesito. Un. Baño. Señor. Estoy casi segura que no debe llegar a los treinta, pero mi capacidad de razonamiento no está en su mejor momento, así que es "señor" o "idiota" y la primera parece una mejor opción. —La oí la primera vez. Frunzo el ceño, molesta. —¿Entonces por qué no me ayuda? —¿Le parezco conserje? Bien, es guapo, no podía esperar que también fuera amable, eso sería pedir demasiado. Su respuesta hace que se me erice la piel y pone al límite cada uno de mis instintos. No sé de dónde saco el valor, pero termino plantándomele en frente mirándolo con el mismo desprecio que sus profundos ojos cafés me dedican. —Escuche señor, con todo el respeto que me imagino se merece allá en el cargo que ocupe, que ya me queda claro que no es de conserje, por favor, sea tan amable de mostrarme donde queda el baño, de esa manera ambos podremos deshacernos de la presencia del otro y seguir nuestros respectivos caminos. No suelo ser una persona mal educada, pero en esta ocasión la desesperación habla por mí. —¿Y por qué le ayudaría? —¿Ah? ... —abro y cierro la boca como un pez ante su desfachatez. —Porque lo necesito, ¿no es obvio? —¿Y si no me apetece? Tiene que estar bromeando el muy cabrón. —¡No puede ser tan miserable! —protesto. El soldado continúa mirándome, y estoy en el punto en el que ya no puedo distinguir si su expresión es de burla o desprecio. Bien, intenté ser educada. No funcionó. —¿Es que acaso no me está viendo? —agrego sin apartar la mirada. —Deje de ser tan mezquino, porque si no me muestra un baño ahora mismo me voy a mear en el pasillo justo enfrente de usted. El soldado entrecierra los ojos nada afectado por mi actitud. No dice nada, solo me mira por unos segundos y luego empieza a andar por un pasillo a mi derecha. Mientras camina a un ritmo bastante pausado medio levanta su mano derecha y agita algunos de sus dedos en señal de que lo siga. Oh, funcionó. —No puedo creer que haya funcionado. —murmuro para mí. Lo sigo despacio deseando que no vaya a llevarme demasiado lejos, porque no estoy segura de aguantar por demasiado tiempo. Menos mal, justo después de doblar una esquina, el soldado se detiene y me señala una puerta de color negro con un letrero encima que dice: "Baño de damas". Ni siquiera reparo en agradecerle, me arrastro de la manera menos civilizada posible y entro al baño. Después de descargar la frustración, los nervios, la ansiedad y el pis, me lavo las manos, el rostro y me retoco el peinado y el labial. No es hasta que salgo de mi estado de emergencia que recuerdo la imponente figura del amargado que me ayudó. Aunque no sé si se le puede llamar ayuda al episodio de villano frustrado que tuvo ese hombre conmigo. Me miro en el espejo, y hasta ahora noto que me he estado mordiendo el labio de manera inconsciente. —Es un cabrón amargado, Clara. ¿Qué te pasa? No suelto el labio. Mis dientes siguen sujetándolo con la imagen del imponente soldado en mi mente. —Debo estar loca... Se me calientan las mejillas y sé que he llegado al límite de mi imaginación en menos de dos segundos. Naturalmente, el calor de mi cuerpo se incrementa, y el dolor que me provoca la mordida en mi labio se vuelve deliciosamente placentero. De repente la puerta se abre y una mujer alta, rubia, con mirada azul y cuerpo de infarto entra al lugar. No me determina por más de dos segundos, así que yo también la ignoro. Me lavo las manos una última vez y abandono el baño para volver al salón. Me tomo mi tiempo encontrando el camino de regreso, y una vez que estoy frente a la puerta la abro con mucho cuidado para no llamar la atención. Sin embargo, el corazón se me acelera y la respiración se detiene en mi garganta cuando diviso al hombre que sostiene el micrófono en el podio. —Buenas tardes. Mi nombre es Daniel Alonso Hastings. Capitán al mando del equipo de defensa y estrategia "Alfa-14739", responsable de su entrenamiento físico y de sus patéticos traseros. —se toma un segundo para encontrarme en medio de la multitud y clavar sus profundos ojos en mí. —Bienvenidos a la RAE, reclutas. ¿Acaba de decir capitán? .... ¡Mierda!