Una agente del FBI debe infiltrarse en la vida de un asesino en serie para atraparlo. Pero a medida que se gana su confianza, comienza a sentir algo que no debería. El final… nadie lo ve venir. La agente del FBI Allyson Drake vive obsesionada con un caso que la marcó para siempre: el “Asesino de la Niebla”, un hombre capaz de desaparecer sin dejar rastro tras cada crimen. Cuando la investigación se estanca, recibe la misión más peligrosa de su carrera: infiltrarse en la vida del principal sospechoso, Ethan Voss, un millonario tan enigmático como atractivo, con un pasado imposible de rastrear. Entre cafés compartidos, miradas que queman y noches envueltas en neblina, Allyson comienza a escuchar más que el silencio… escucha sus susurros, promesas que no sabe si son advertencias o invitaciones. Pero cuanto más cerca está de él, más difícil resulta decidir si está atrapando a un asesino… o entregándole su corazón al hombre que podría matarla. Un romance prohibido, un juego de mentiras y un enemigo que siempre está un paso por delante. Porque en la niebla… nada es lo que parece.
Leer másEl reloj del tablero marcaba las 3:17 a. m. cuando Allyson Drake apagó el motor. El sonido del vehículo se extinguió como si la noche se tragara todo lo que no pertenecía a ella. Del otro lado del parabrisas, la zona portuaria de Grayhaven, Maine parecía un decorado vacío: luces amarillentas parpadeando, el eco de una boya golpeada por el oleaje y el crujido de algún barco mecíendose en la oscuridad.
El aire estaba helado, seco, cortante. Al abrir la puerta sintió cómo se le colaba por el cuello de la chaqueta y le erizaba la piel. La niebla ascendía desde el mar, arrastrándose entre las grúas y almacenes, cubriendo todo con un velo espeso. No había estrellas ni luna, solo ese gris blanquecino que distorsionaba las formas y hacía que cualquier objeto pareciera más grande, más cercano… o más vivo.
No encendió la linterna. La oscuridad nunca le había gustado —y aunque nadie lo sabía, la incomodaba más de lo que estaba dispuesta a admitir—, pero en esta misión era mejor amiga que enemiga.
Tres desapariciones. Siempre en noches de niebla densa. Un contable del puerto, una periodista y un inspector de aduanas. Personas que, de un modo u otro, habían tocado información comprometedora sobre contratos y cargamentos sospechosos. La pista conducía, directa o indirectamente, al mismo nombre: Ethan Voss.
Su expediente estaba limpio, demasiado limpio. Fechas que no cuadraban, direcciones fantasma, un período entero de su vida borrado. Un testigo de un caso antiguo lo había descrito como “el hombre de los ojos grises… el que paga para que los problemas desaparezcan”.
La noche anterior, una llamada anónima había roto semanas de investigación estancada:
«Si quieres atrapar al Asesino de la Niebla, ven sola. Muelle 7. Medianoche.»
Era casi un cliché, y sin embargo, había ido. No porque confiara en la fuente, sino porque el trabajo no siempre permite elegir el terreno.
Se bajó del auto y empezó a avanzar. El sonido de la grava bajo sus botas era demasiado nítido. Pasó junto a una valla oxidada, con carteles ilegibles que parecían llevar décadas ahí. La niebla creaba figuras irreales: un contenedor parecía un muro, una farola se alargaba como un mástil roto, y cada sombra tenía algo humano. El olor metálico, mezcla de sal, óxido y algo más —quizás sangre seca—, flotaba en el aire.
De pronto, un golpe seco a su izquierda. Giró de inmediato, el arma en alto. Nada.
Se quedó escuchando. Nada más que su respiración y el latido en sus oídos. Dio un paso hacia atrás, tanteando el terreno, y entonces lo sintió: un roce helado en la nuca, suave pero inequívoco.
—Eres más valiente de lo que pensaba —susurró una voz masculina, grave, tan cerca que el aliento le rozó la piel.
Se dio la vuelta, apuntando en todas direcciones. Vacío. Ni pasos, ni sombras. El escalofrío le recorrió la espalda y se le instaló entre los omóplatos. ¿Lo habría imaginado? ¿La voz?
Inspiró hondo, tratando de controlar el pulso. El aire estaba tan cargado de humedad que cada bocanada era como tragar humo frío. Entonces, entre la bruma, creyó distinguir una silueta quieta, observándola. Parpadeó… y había desaparecido.
Apretó el gatillo lo justo para sentir la tensión del metal. Ese era su mundo ahora: un cazador invisible, una ciudad dormida y un mar de niebla que podía tragársela en cualquier momento.
Y, en lo más hondo de su instinto, supo que esa noche no saldría igual que había llegado.
Allyson Drake regresó a su apartamento después de la visita a la morgue, pero no podía descansar. En su mesa tenía un mar de apuntes, nombres y líneas que se cruzaban como un mapa incompleto. Encendió la lámpara y se quedó observando un punto fijo en la pared. No había forma de ignorar lo que había visto: el muerto tenía relación con la Fundación, y alguien lo había visto hablando con Ethan Voos. Encendió su celular y marcó. Matthews contestó de inmediato. —¿Qué encontraste? —su voz era grave. —El corte en la cabeza no encaja con un accidente. Y escuché a uno de los técnicos mencionar que el hombre estuvo en el puerto con Voos. Eso no puede ser casualidad. Matthews no respondió enseguida. Solo respiró hondo, como si midiera cada palabra. —Escucha, Drake. No descartes nada. Pero no me gusta hacia dónde apunta esto. Si Voos está implicado, significa que no estamos lidiando solo con un simple asesino en serie. Podría ser algo más grande. Allyson apretó el celular contra el oí
El viento costero de Grayhaven golpeaba las ventanas del pequeño apartamento donde Allyson Drake revisaba notas y fotografías, tratando de dar sentido a un rompecabezas que parecía incompleto. El timbre de su teléfono rompió el silencio. Era Matthews. Su tono era firme, pero no urgente, como si no quisiera alarmarla demasiado.—Drake, acaban de encontrar un cuerpo. Un hombre, cuarenta y tantos, vinculado indirectamente a la Fundación Halcón Gris. La policía local lo maneja como un ahogamiento accidental… pero no estamos seguros.Allyson dejó el bolígrafo sobre la mesa. —¿Vinculado cómo?—Hace dos meses trabajó como contratista para uno de los eventos benéficos de la Fundación. No hay mucho más… excepto por un dato que vas a querer escuchar: alguien lo vio hablando con Ethan Voos hace menos de una semana.Un silencio denso flotó entre ambos. —Entiendo —respondió Allyson, sabiendo que cualquier gesto de sorpresa podría darle más peso de la cuenta al asunto—. ¿Qué quiere que haga?—Nad
Ethan Voos estaba apoyado en la baranda de la escalera de la posada, como si llevara un rato ahí, sin apuro. La farola de la calle lo recortaba a medias: abrigo oscuro, manos en los bolsillos, esa calma suya que nunca sabías si era natural o un papel bien aprendido.—Te estaba buscando —dijo, sencillo.—¿Para qué?—Para mostrarte algo.No explicó más. Tampoco ella lo pidió. Sabía que con Ethan los silencios eran parte de la conversación. Deslizó la llave en el bolsillo, echó un vistazo rápido a la calle —vacía, salvo la niebla— y lo siguió.Antes de subir al coche, envió un mensaje corto y en clave a Matthews: VOOS me cita. Ubicación desconocida. Operativa a la vista. No esperó respuesta. Ethan abrió la puerta del pasajero y ella subió.Condujo sin prisa, el limpiaparabrisas marcando un ritmo cansado. La radio iba apagada. Grayhaven desfilaba al otro lado del cristal con sus casas de madera, sus porches dormidos y la bruma que parecía salir de las alcantarillas. Ethan no miraba el GPS
La noche había caído sobre Grayhaven como una manta densa, húmeda, que absorbía cualquier rastro de calor diurno. Desde la ventana de su habitación en la posada, Allyson Drake observaba cómo las luces de la calle parpadeaban intermitentemente, como si incluso la electricidad se sintiera inquieta en aquel pueblo. Tenía la sensación de que algo se movía bajo la superficie, una corriente invisible que amenazaba con arrastrar a cualquiera que se acercara demasiado.El teléfono vibró sobre la mesa de noche, sacándola de sus pensamientos. Era un mensaje cifrado del FBI: Permanezca alerta. Hay actividad inusual cerca de su objetivo. Mantenga vigilancia, pero no actúe sola. — Matthews.La mención directa de Matthews siempre le provocaba una mezcla de seguridad y tensión. Sabía que él confiaba en su criterio, pero también que no le perdonaría un error. Su experiencia en campo le había enseñado que, cuando Matthews usaba el término actividad inusual, podía significar cualquier cosa, desde un co
El sobre seguía abierto sobre la mesa. La frase estaba escrita con tinta negra, sin adornos: «No todos los halcones vuelan a la luz del día.»Allyson la leyó otra vez, más por costumbre que por necesidad. Ya la había memorizado. La letra era firme, inclinada, como de alguien que escribe rápido y no duda.Se preparó un café en la pequeña cafetera de la posada. No necesitaba más cafeína, pero el ritual la mantenía en control. Apoyó el vaso en el alféizar, abrió el portátil y escribió un mensaje cifrado a su supervisor Matthews. No iba a repetir el error de dejar huecos en la comunicación. Él estaba a cargo; a él se le reportaba.DRK → MTT: Recibo nota sin remitente. Mensaje: «No todos los halcones vuelan a la luz del día.» Potencial lema interno. Suma con «cuando la marea esté más baja…»(libreta). Sugiere actividad nocturna y ventanas de marea. Solicito cruce con registros de Halcon Gris (eventos/entregas) vs. tablas de mareas.La respuesta llegó antes de que el vapor del café se enfria
La bruma seguía flotando sobre las calles empedradas de Grayhaven cuando Allyson Drake cerró la puerta de la habitación de la posada donde se hospedaba. No encendió la luz de inmediato; prefería que sus ojos se acostumbraran a la penumbra. Aún sentía el frío de la noche en la piel, pero no era el clima lo que le recorría la espalda: era la sensación persistente de que, durante la cena, alguien la había estado vigilando más allá de lo evidente.Colocó el bolso sobre la pequeña mesa de madera y se quitó los zapatos con un suspiro largo, casi de alivio. El contacto directo de los pies con la alfombra áspera le recordó que, por mucho que intentara proyectar control, cada paso en esa investigación era agotador. Se estiró un momento, dejando que los músculos se relajaran, pero su mente no lo hacía: la imagen de la fotografía colgada en la pared de la Fundación Halcón Gris seguía fija en su cabeza. Tres personas, tres muertes, y un solo punto de unión que hasta esa noche había permanecido oc
Último capítulo