En Grayhaven, Allyson Drake era la forastera de paso. La mujer que entraba sola a los sitios, pedía algo, y se marchaba sin dar pie a conversación. Sus movimientos estaban calculados: lo justo para no parecer invisible, lo suficiente para que nadie se acercara demasiado.Pero su historia no había empezado en la costa fría de Maine. Venía de un lugar donde el horizonte era un mar dorado de trigo y las noches se llenaban de grillos: Cedarbrook, un pueblo agrícola de Kansas que no aparecía en los mapas turísticos. Allí todavía vivían sus padres, Tom y Evelyn Drake, en la misma casa de madera donde ella había crecido. Para ellos, Allyson seguía siendo la niña de campo, aunque hacía años que había aprendido a vivir rodeada de ruido y cemento.Hija única, había pasado su infancia en una rutina tranquila, casi predecible. En la escuela no buscaba amigos, sino resultados. No disfrutaba de los juegos de equipo; prefería el tiro con arco, las carreras cortas, cualquier cosa que dependiera única
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