La oficina de contabilidad auxiliar de la Fundación Halcón Gris olía a humedad y a papel viejo. Allí trabajaba Latham, un hombre en sus cuarenta, delgado, con el cabello ralo y manos temblorosas. Su escritorio estaba cubierto de carpetas polvorientas y facturas que parecían más reliquias que documentos vivos.
Esa tarde, Blake entró sin tocar, cerrando la puerta tras de sí. Detrás, como un espectro elegante, apareció Judy Barrymore, impecable como siempre.
—Señor Latham —comenzó Judy, con voz suave—, necesitamos de su colaboración.
El contable tragó saliva. —Yo… yo ya entregué todo lo que tenía. No sé qué más…
Blake se acercó, apoyando ambas manos en el escritorio. —No se trata de lo que entregaste. Se trata de lo que viste.
Latham frunció el ceño, confundido. —¿Lo que vi?
—Exacto —intervino Judy, caminando despacio alrededor de la oficina como una pantera en jaula—. Tú estabas presente en varias reuniones donde Ethan Voos dio instrucciones verbales para consolidar cuentas. ¿Lo recuerd