El evento en la mansión Voss aún seguía en pleno apogeo cuando Allyson decidió retirarse discretamente. No era el momento de forzar más interacciones ni de levantar sospechas. Ethan había sido cortés, Lizzie más difícil de leer… pero había visto suficiente para saber que en esa casa se movían más cosas que simples causas benéficas.
Dejó el coche en el estacionamiento privado de invitados y caminó unas calles bajo la niebla ligera que volvía a cubrir Grayhaven. Tenía que hablar con su contacto antes de que los detalles se enfriaran en su memoria.
Su alojamiento no era lujoso ni céntrico. Se hospedaba en el Grayhaven Inn, una pequeña posada familiar en la parte vieja de la ciudad, con habitaciones sencillas y un dueño que no hacía demasiadas preguntas. Era perfecto para pasar desapercibida: lejos del bullicio del puerto pero lo bastante cerca para moverse rápido si el caso lo exigía. La ventana de su habitación daba a un callejón estrecho donde la luz apenas llegaba; no era su vista preferida, pero ofrecía privacidad.
Encendió el portátil seguro que le habían asignado para la misión, conectó un auricular y activó el canal cifrado. La voz de Mark Jefferson, su enlace en el cuartel general, se escuchó casi al instante.
—Objetivo contactado —dijo ella, sin rodeos—. Ethan Voss me ha invitado a un evento benéfico en su mansión. Asistió gente influyente… y otros que no pude identificar. Hay una mujer, Lizzie Reynolds, su asistente, que transmite señales de alerta. Me vigiló toda la noche. Creo que es más que una secretaria.
Se oyó un tecleo breve al otro lado.
—Entendido.
Allyson asintió aunque él no podía verla.
La comunicación se cortó con un pitido suave. Se recostó en la silla y miró por la ventana. La niebla había engullido por completo el callejón, y por un momento, el recuerdo de aquel sótano oscuro de su infancia la golpeó con fuerza.
Sacudió la cabeza, cerró el portátil y se quitó los zapatos. En Grayhaven, las noches parecían más largas que en cualquier otro lugar. Y ella intuía que la próxima sería aún más oscura.
Al sentir el alivio de liberar sus pies de la presión de los tacones, un suspiro escapó de sus labios sin que pudiera evitarlo. La tensión acumulada en sus piernas se disipó poco a poco, como si su cuerpo reconociera por fin que estaba a salvo, aunque su mente supiera que no lo estaba del todo.