La tensión en Grayhaven había llegado al punto de quiebre. El día amaneció con la conferencia de Morton y el testimonio forzado de Latham; para la mayoría del pueblo, Ethan Voos ya era culpable. Pero dentro del círculo del FBI y de quienes habían seguido cada sombra, se respiraba otra certeza: todo era demasiado perfecto para ser verdad. Y la perfección, en un caso criminal, siempre era un disfraz.
Allyson Drake revisaba los documentos una y otra vez, sentada en la habitación del hotel que servía como base. La libreta abierta sobre la mesa mostraba las incongruencias: la fecha del diecinueve de marzo, el itinerario de Boston, la firma sospechosa, la frase repetida con exactitud quirúrgica. Torres se paseaba detrás de ella, impaciente.
—Es un teatro —gruñó él—. Y lo peor es que el público lo compró.
—Sí —dijo Allyson, cerrando la libreta—. Pero los actores están dejando huellas. Y hoy las vamos a exponer.
El teléfono vibró: Matthews.
—Drake —su voz era firme, casi metálica—. El sobre qu