Pasaron dos días desde la velada en la mansión Voss. Dos días en los que Allyson se mantuvo deliberadamente fuera de su radar, enviando informes detallados al FBI y repasando, una y otra vez, las expresiones y gestos de las personas reunidas junto a la chimenea. En especial, recordaba el murmullo que había captado al pasar: la Fundación Halcón Gris. Esa frase resonaba en su mente como una campana grave, presagio de que estaba más cerca del núcleo de algo grande… y peligroso.
Se mantenía ocupada en el Grayhaven Inn, alternando salidas discretas por la ciudad con largas horas revisando archivos en su portátil seguro. No esperaba verlo tan pronto. Ni allí.
Aquella mañana, había decidido trabajar en la pequeña librería-café Harbor Pages, un lugar tranquilo, con aroma constante a papel viejo y a espresso recién hecho. Allí se mezclaban estudiantes, jubilados y algún que otro turista perdido, lo que le permitía ser una cara más entre muchas. Vestía un suéter ancho color vino, jeans oscuros y botas cómodas; el cabello recogido en un moño suelto y gafas de lectura completaban su disfraz de visitante casual.
Estaba sumergida en un informe cuando el leve repiqueteo de la campanilla sobre la puerta llamó su atención. Miró sin intención real de apartar la vista de la pantalla… hasta que lo vio. Ethan Voss, de pie junto al mostrador, pidiendo un café con esa naturalidad estudiada que parecía formar parte de su encanto.
Ese día no llevaba traje, sino un abrigo largo de lana color carbón y un jersey gris claro que le daba un aire menos formal, aunque igual de calculado. Sus manos, sin guantes, descansaban sobre el mostrador con la misma precisión con la que él manejaba cualquier conversación.
Cuando sus miradas se cruzaron, él sonrió apenas. Una sonrisa corta, medida, suficiente para encender una chispa de reconocimiento sin caer en la familiaridad excesiva. Ethan tomó su café y, en lugar de irse, cruzó la sala en línea recta hacia su mesa.
—Señorita Allyson… —dijo, como si la casualidad fuera un viejo aliado.
Ella cerró la tapa del portátil con un gesto pausado, cuidando que él no alcanzara a ver la carpeta abierta con el encabezado del FBI.
Del bolsillo interior de su abrigo sacó un sobre blanco, grueso, con bordes plateados y sin remitente. Lo colocó sobre la mesa, deslizándolo lentamente hacia ella.
Allyson lo observó un momento antes de tomar el sobre.
Hubo un silencio breve, solo interrumpido por el murmullo de las páginas de un libro al pasar en la mesa de al lado. Ethan terminó su café, se puso de pie y, antes de girarse, añadió:
Ella lo siguió con la mirada mientras se alejaba, notando cómo incluso su salida estaba coreografiada: el ritmo de sus pasos, el modo en que sostuvo la puerta para que una mujer mayor entrara, el ligero gesto de asentimiento al salir.
Esperó a que la campanilla sonara por última vez antes de abrir el sobre. La tarjeta en su interior era idéntica a la anterior, con letras en relieve y diseño sobrio. Sin embargo, en el reverso había algo nuevo: una línea manuscrita en tinta negra.
«Algunas cosas solo se muestran una vez.»
Allyson deslizó la tarjeta de nuevo en el sobre, sintiendo un escalofrío que no provenía del frío de Grayhaven. Ethan no improvisaba. Si la invitaba de nuevo, era porque quería verla allí… y probablemente tenía claro qué papel esperaba que ella jugara. Lo que aún no sabía era si sería invitada, observadora… o pieza sacrificable.