Los días siguientes fueron un torbellino de declaraciones, reportajes y procesos legales. Grayhaven parecía otro pueblo, menos asfixiado pero igual de desconfiado. La niebla ya no era excusa para las muertes; ahora tenía nombre y apellido: Judy Barrymore y sus cómplices.
En el cementerio local, Lizzie Reynolds fue despedida en un funeral sencillo. Pocos asistieron: algunos empleados de la Fundación, vecinos curiosos, y Ethan Voos, de pie frente a la tumba, con el rostro sombrío. Allyson lo observaba desde unos metros atrás, dándole su espacio.
Cuando la ceremonia terminó, Ethan se le acercó.
—No merecía esto —dijo, con la voz rota—. Estaba atrapada entre su lealtad y sus sentimientos. Y al final, eligió protegerme.
Allyson bajó la mirada. —Todos fuimos peones de Judy. Lizzie fue el precio más alto.
Se quedaron en silencio, mirando cómo la niebla cubría las lápidas.
Días después, en el hotel convertido en base del FBI, Matthews se reunió con su equipo. Allyson, Torres y Harper estaban