El café Seaglass siempre olía a espresso fuerte y pan recién horneado. Era uno de esos lugares en los que el tiempo parecía ir más lento, un refugio contra el frío persistente de Grayhaven. Esa mañana, la niebla se había retirado, pero las calles aún guardaban el silencio pesado de la madrugada.
Allyson eligió una mesa en la esquina, desde donde podía ver tanto la entrada como la barra sin que nadie notara que estaba observando. No era casualidad: su entrenamiento le había enseñado que la ubicación podía marcar la diferencia entre controlar una situación… o perderla.
Hoy no era la agente del FBI. Hoy era Allyson Lane, consultora de logística de paso por la ciudad. Llevaba el cabello suelto, un abrigo gris claro sobre una blusa sencilla y unos jeans oscuros que no desentonaban con la clientela habitual. En la muñeca, un reloj de diseño discreto; en su bolso, un auricular diminuto conectado a un transmisor seguro. La fachada perfecta de alguien común, pero lista para moverse si algo cambiaba.
Pidió un café negro y lo dejó enfriar sobre la mesa mientras repasaba mentalmente el archivo de Ethan Voss. Empresario, inversionista, benefactor ocasional. Ninguna multa, ningún arresto, ni siquiera una denuncia menor. Un historial tan limpio que resultaba sospechoso, especialmente para alguien con conexiones indirectas a tres desapariciones recientes.
A las 9:03 a.m., la campanilla sobre la puerta sonó. Fue un detalle mínimo, pero para ella, suficiente para saber que alguien nuevo había entrado. Levantó la vista y lo vio.
Ethan Voss.
Alto, cercano al metro noventa, de complexión firme pero sin excesos. Llevaba un abrigo largo negro, bufanda gris perfectamente anudada y, debajo, una camisa blanca impecable. No parecía hacer ningún esfuerzo por llamar la atención, y sin embargo lo conseguía con solo entrar. Caminaba como alguien que tenía claro a dónde iba y qué quería obtener de ese momento.
Pidió un espresso sin mirar el menú, como si el lugar le fuera tan familiar como su propia casa. Y entonces, la miró. Fue una mirada directa, sostenida un segundo más de lo que marcaba la cortesía, como si midiera su reacción.
Ella sostuvo el contacto visual antes de bajar la vista al café. Un gesto calculado: mostrarse interesada pero no disponible. Él cruzó la sala con pasos tranquilos y se detuvo frente a su mesa.
—¿Nos conocemos? —preguntó, con una voz grave que parecía quedarse flotando un instante más en el aire.
Él dejó su abrigo sobre el respaldo de la silla y se sentó sin pedir permiso.
Repitió su nombre en voz baja, como si lo probara en la lengua, y en ese instante ella supo que no lo decía por cortesía: la estaba evaluando.
Hablaron de cosas pequeñas —el clima, la calma de la ciudad, el café—, pero bajo cada palabra corría otra conversación, invisible, hecha de silencios y miradas medidas. Ethan se inclinaba levemente hacia adelante al hablar, como quien quiere que el otro olvide que está siendo interrogado.
Cuando se levantó, dejó pagado su café y el de ella.
Allyson lo siguió con la mirada hasta que la campanilla volvió a sonar. No sabía cuándo sería ese «de nuevo», pero algo le decía que no tendría que esperar demasiado.
Sin embargo, contra todo lo previsto, el hombre no salió, sino que regresó de nuevo a su mesa, otra vez sin pedir permiso, sentandose frente a Allyson, y llamando a la camarera para pedir otro café.
Allyson no dijo nada. Se limitó a esperar.