La niebla amaneció baja, tan baja que parecía acostarse sobre el empedrado como una sábana húmeda. A las nueve y treinta, Grayhaven ya tenía un escenario: la escalinata principal de la Fundación Halcón Gris, dos banderas, un pequeño atril con micrófonos y tres cámaras locales con trípodes cojos. Judy Barrymore salió puntual, impecable en un traje marfil que absorbía la luz como una armadura. A su izquierda, un hombrecillo de lentes finos y manos sudorosas: Clive Morton, “auditor externo” recién contratado. A la derecha, un folder azul con esquinas gastadas que no estaba gastado por uso sino por diseño.
—Vecinos de Grayhaven —dijo Judy, con la voz entrenada de quien ha presidido demasiadas juntas—, esta casa ha sido víctima de una manipulación financiera. Confío en la justicia. Por eso hoy ponemos a disposición de la prensa y de las autoridades los hallazgos de una revisión independiente.
Blake, a un costado de la baranda, escaneaba caras con una calma que daba miedo. Lizzie estaba do