Señor Ceo, déjame ir!

Señor Ceo, déjame ir!ES

Romance
Última actualización: 2025-06-25
Anck Yurim   En proceso
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Resumen
Índice

Vivian descubre que la relación clandestina en la que ha estado con su jefe, no es más que un juego sucio para mantenerla retenida, así que decide dimitir de su trabajo, pero tendrá que estar con el una última vez para lograr su libertad, sin imaginarse que de esa noche quedará un recordatorio que se convertirá en su mayor amor. La vida de Tayron Reyes llena de poder y control comienza a cambiar cuando su antigua asistente y amante, regresa siendo otra mujer y con un niño de su mano.

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Capítulo 1

Capítulo 001

Los espacios de aquella oficina, impregnados del aroma a cuero y bergamota que solía reconfortarla, ahora asfixiaban a Vivian Kudryavtseva. Cada rincón, cada objeto, parecía conspirar para recordarle los cinco años que había dedicado a ese lugar, no como una simple asistente, sino como la sombra indispensable detrás del fulgurante crecimiento de un imperio hotelero. Con el corazón latiéndole desbocado, deslizó su carta de renuncia sobre el pulcro escritorio de Tayron. Su mano, apenas perceptiblemente, temblaba. No era miedo, era la resonancia de una furia silenciosa que había estado gestándose en su interior.

La conversación que había escuchado por error, dos semanas atrás, entre Sergio Cortés y su jefe, Tayron Reyes, lo había cambiado todo. Cada palabra se había grabado a fuego en su memoria, repitiéndose como un eco cruel.

—¿Bueno, amigo, ya tomaste una decisión? —la voz de Sergio resonó con una frivolidad que ahora le helaba la sangre.

—¿De qué hablas? —inquirió Tayron, con un tono que ahora le parecía insidiosamente calculador.

—Ya sabes, sobre tu asistente y tu prometida, Luisa. Ella regresa en un mes, después de Año Nuevo.

—No hay nada que decidir, sabes que me voy a casar con Luisa. Tengo que hacerlo para que mi familia no pueda arrebatarme nada. No lo permitiré solo por complacer a Vivian.

Un escalofrío le recorrió la espalda al recordar esa frase. "Complacer a Vivian". Como si sus sentimientos fueran un mero capricho, una molestia a ser gestionada.

—¿Entonces dejarás que se incorpore en el buffet Ramírez?

—No.

—¿Cómo? No te entiendo, amigo, ¿qué vas a hacer con ella?

—La enviaré de vacaciones unos meses, que viaje visitando los hoteles en Italia y Grecia, mientras me caso y soluciono todo con Luisa. Y luego, cuando regrese, la convenceré de que siga siendo mi amante. No dejaré que me deje, ella me pertenece, es mía y solo mía.

Sergio soltó una carcajada lascivas. Esa risa, cargada de complicidad y desprecio, le revolvió el estómago.

—Creo que estás loco, pero no te critico. Vivian es algo… difícil de evadir. Fue buena mi idea de que la sedujeras hace dos años y de haber agregado esa píldora en su licor.

Tayron resopló, su arrogancia palpable incluso en el recuerdo. Esa risa, la risa del hombre que había amado con una ceguera dolorosa, aún quemaba en lo más profundo de su ser.

[...]

El golpe seco de los nudillos de Tayron contra la mesa la arrancó de sus dolorosos recuerdos.

—¿Qué es esto? —su voz era un trueno que presagiaba la tormenta.

—Es mi carta de dimisión, señor... ya...

Vivian no pudo continuar. Una carcajada sórdida y llena de desaprobación la detuvo en seco. Su piel se erizó, y sus piernas temblaron levemente, pero con una voluntad férrea, mantuvo su compostura. Sus ojos se fijaron en las gotas de lluvia que caían incesantes por los cristales de suelo a techo de aquella jaula de cristal llamada oficina, cada gota un símbolo de las lágrimas que se negaba a derramar.

—¿Crees que puedes solo dejarme e irte así como así? —murmuró, acercándose, su aliento con olor a whisky invadiendo su espacio personal, una violación más a sus límites— ¿Es por ella?

¿Ella?, pensó Vivian, una amarga carcajada resonando en su mente. Ahora lo reduce a su compromiso, cuando lo único que deseo es mi libertad, tener mi vida de regreso. Aclaró su garganta, reuniendo la poca fuerza que le quedaba.

—Señor, no es un tema personal. Ya he cumplido con lo que usted me asignó, y es momento de que desarrolle mi carrera.

Tayron apretaba el documento en sus manos, los nudillos blancos y la mandíbula tensa. ¿Qué le sucedía a Vivian? Lo que más le molestaba, más allá de la rabia, era la punzante sensación de que estaba perdiendo el control de la situación, y lo que era peor, el control sobre ella. Era una humillación insoportable.

—Está bien, quiero ver que lo intentas. No habrá buffet en las Islas Baleares que te contrate sin mi aprobación.

Su voz era un veneno que buscaba paralizarla, pero Vivian solo sintió un alivio frío. Era el final, una liberación.

—Si tanto quieres irte...

—¡LÁRGATE! No quiero ver tu sucia cara.

El documento, cayó a sus pies como una ofensa final. Era el fin de su vida laboral como asistente principal de Tayron Reyes, el gran CEO de la cadena hotelera más grande del Mediterráneo, RY International, Inc.

Contuvo las lágrimas que luchaban por escapar de sus ojos verdes claros. Sin levantar la vista del papel, se giró y salió de la oficina, cerrando la puerta detrás de ella con una decisión que no sentía. Ya sola, tragó saliva, el nudo en su garganta casi la asfixia. Con piernas temblorosas, caminó hasta su escritorio, recogió sus últimas pertenencias y tomó la pequeña caja que contenía sus objetos personales. "Cara sucia", se repitió, una burla cruel que le arrancó un sollozo ahogado. Negó con la cabeza, echando una última mirada a lo que había sido su lugar durante los últimos cinco años, un santuario que ahora se sentía como una prisión de la que apenas había escapado. Caminó hacia el ascensor privado de la presidencia.

Su corazón martilleaba desbocado en el descenso solitario de ese elevador. Al llegar al sótano del edificio, acomodó la caja en el asiento de su pequeña motocicleta scooter Tina T10 de Triumph, de un brillante azul marino. Se puso su casco de aviador, inhaló profundamente el aire fresco, y salió del lugar, sintiendo el peso de un nuevo comienzo.

—¿Se retira tan temprano, señorita Vivian? —preguntó Charles, el hombre de seguridad del edificio, con su habitual amabilidad.

—Sí, Charles. Hoy no tenía mucho trabajo. Felices fiestas navideñas para tu familia y para ti.

El hombre quedó desconcertado por la sonrisa pesada de Vivian. Ella siempre irradiaba luz, pero hoy lucía apagada, triste, como una estrella que había perdido su brillo.

—Igual para usted, señorita.

Vivian soltó un suspiro largo y pesado, una exhalación de todo lo que había contenido. Miró por última vez el hermoso edificio, uno de los pocos en Mallorca con esa majestuosidad. Luego, encendió su motocicleta y dejó que las lágrimas, finalmente liberadas, cayeran por sus mejillas. Ya no llovía, pero las calles de Palma estaban húmedas, y el vapor se desprendía de ellas en una neblina que dejaba divisar un hermoso arcoíris. Se reflejó en los ojos de la joven, un destello de esperanza en medio de su desolación.

No podía negarlo, su corazón dolía. Estaba nuevamente abandonando lo que había sido su lugar durante los últimos años, arrancándose de una vida a la que se había aferrado. Pero ¿cómo no hacerlo después de descubrir que el hombre al que había amado, y a quien le había entregado todo de sí, solo la había manipulado y usado como su juguete sexual? Ella nunca esperó que la convirtiera en su mujer, pero al menos merecía respeto.

Fue muy cruel, pensó, el dolor agudo como una puñalada.

Los pitidos estridentes de los cláxones la sacaron de sus cavilaciones.

—¡VIVIAN…!

Movió la cabeza y vio a la mujer que había sido su salvadora, Sahara Morozova. Estacionó su motocicleta y entró en la cafetería Cappuccino Sant Miquel, un hermoso recinto al aire libre con exuberante vegetación y mesas bajo carpas que complementaban el cálido amarillo de las paredes.

—¿Cómo te fue con el ogro? —dijo Sahara con una sonrisa juguetona, pero con una profunda preocupación en sus ojos.

—Bien, creo.

Sahara movió su mano de forma cómica y le hizo una seña a Vivian para que tomara asiento, luego levantó la mano para hacer el pedido, sabiendo que Vivian había soltado mucho, más de lo que las palabras podían expresar.

—No te preocupes, mañana sentirás que inicias una nueva vida. Tus abuelos están emocionados por conocerte.

—¿Segura, Saa? —la voz de Vivian era apenas un susurro, cargada de incertidumbre.

—¡Claro, Princesa! Ya verás. Moscú te va a sentar muy bien y podrás hacer lo que de verdad te apasiona.

Vivian amplió su sonrisa, una sonrisa teñida de esperanza. Eso esperaba, alejarse de Tayron para siempre.

Mientras comía, los recuerdos seguían llegando, como olas implacables.

Hacía dos años, cuando se graduó, decidió que era el momento de desarrollar su profesión como abogada, su verdadero sueño. Había trabajado durante tres años para RY International, Inc., y su desempeño había sido impecable. Pero ella quería ser abogada, como su madre. Al hablar con muchos de los empleados de los hoteles, la noticia de su inminente partida de RY International, Inc., se extendió rápidamente.

Cuando Tayron se enteró, se propuso conquistarla. Ella, ingenua, pensó que todo había sido casualidad, que el destino los había unido. Él incluso la había hecho pensar que todo había sido culpa suya, de una forma retorcida y manipuladora.

—Bueno, hermosa, ahora vas a tu casa, te das un baño relajante y te despides de las cosas buenas que te llevas de Mallorca. Es una isla hermosa —dijo Sahara, guiñando un ojo mientras salían de la cafetería, su voz un bálsamo para el alma de Vivian.

—¡Gracias, Saa!… No tomes tanto y disfruta la noche.

—Igual tú, mi niña.

—A las 06:00 nos vemos en la entrada.

Sahara asintió con una sonrisa mientras Vivian volvía a viajar rumbo a su pequeño departamento en Sa Vileta.

Estacionó su motocicleta y, con la caja de sus pertenencias en mano, ingresó por las escaleras al cuarto piso del pequeño edificio de color rojo, su favorito. Introdujo la llave en la cerradura y, tomando una profunda bocanada de aire, entró. Tal como le había aconsejado Sahara, preparó un baño. Quería ver una película y disfrutar de su último día en Mallorca, su hogar, donde había nacido, pero donde también había descubierto la cruda maldad de las personas.

~°•°•~

Por otra parte, Tayron quería incendiar su oficina. Después de que Vivian se marchó, estalló en una furia ciega, un torbellino de rabia incontrolable. Bebió una botella de whisky, cada trago alimentando el fuego de su ira. Su escritorio terminó destrozado, un campo de batalla de madera y papeles. Su camisa, siempre impecable, ahora carecía de botones, desgarrada por su propia frustración. Su cabello estaba desorganizado, y las venas azules resaltaban bajo su piel teñida de canela. Odiaba no tener el control, odiaba que ella se atreviera a desafiarlo.

¿Quién se cree para amenazarme con marcharse? ¡Soy Tayron Reyes, a mí nadie me deja!, se dijo a sí mismo, la voz de su ego herido resonando en su mente. Luego, tomó su teléfono y escribió a Sergio Cortés, su mejor amigo, el único que lo toleraba en esos momentos de furia.

Tayron: [Oye, bastardo, ¿dónde estás? 🤬]

Sergio: [Ah, ¿estás enojado nuevamente? Estoy en el club.]

Tayron se levantó y se arregló a medias su atuendo, el caos exterior reflejando el caos interior. Salió de la oficina, apretando su teléfono en una mano junto a la carta de dimisión arrugada de Vivian, y en la otra, las llaves de su auto.

Entró en su ascensor privado y oprimió el botón del último sótano, donde se guardaban sus "bebés": un GT Mustang y un Bentley Continental. Montó el Mustang negro y salió como cualquiera de sus tardes, pero esta vez, con un infierno ardiendo en su interior.

Tomó la avenida principal de Palma mientras el sol teñía de naranjas y rojos el cielo, y su cabello, a pesar del aire de la ventanilla abierta, parecía inmutable, la única parte de él que no estaba en desorden. Era un caos perfecto.

Con su figura ancha y músculos proporcionados, su cabello castaño y su barba perfectamente pulida, y esos ojos verdes intensos ocultos bajo sus lentes de sol negros, era como un cuadro viviente. El Mustang, solo en la carretera frente al mar, siendo dominado por uno de los hombres más cotizados y poderosos de la ciudad, un símbolo de su poder y su control.

El rugido de su motor desaceleró frente al exclusivo Rosa del Mar Club. Descendió del coche con su expresión fría, desprovista de emociones externamente, pero que estaba siendo devastadoramente afectada por el hecho de que la mujer sobre la cual ejercía su poder se estaba volviendo un problema, a solo días de la llegada de su prometida.

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