Lo que empezó como una fantasía, terminó encadenando su alma. Emma solo quería olvidar a quien la traicionó. Pero en la oscuridad de una noche rota, sus palabras despertaron algo más profundo… algo que la escuchó. Damián, un demonio de deseo, cruzó el umbral del infierno solo para reclamarla. Su cuerpo, su inocencia, su voluntad. Ella lo invocó. Él la desea. Y no piensa devolvérsela al mundo. Porque a veces, lo más peligroso no es desear al demonio… sino que él te desee de vuelta.
Leer másEmma se miró por última vez en el espejo, insegura de la figura que veía. Se preguntaba si realmente se le veía bien ese vestido o mejor debía de llevar aquellos viejos y rasgados jeans de siempre, les había tomado un gran cariño que cuando se le hizo un pequeño hoyuelo sobre su muslo izquierdo simplemente lo tejió con lana y formo un girasol, realmente le gustaban o simplemente era demasiado floja como para ir a una tienda y comprar otro.
Salió de su apartamento y esperó por dos minutos a que su taxi llegara. Mientras pasaban las calles reviso una vez más la dirección en donde se reuniría con sus amigas; Daniela, una de sus mejores amigas había regresado de su luna de miel. Todas sus amigas tienen un chat en donde habían estado escribiendo a Daniela que, si ya había desayunado o seguía cogiendo con su esposo, no es una sorpresa que Daniela haya sido una de las primeras es casarse, se podría decir que del grupo de amigas es la más “experimentada” en sus tiempos de soltería antes de conocer a su esposo se la pasaba saliendo cada fin de semana con un nuevo hombre, no quería nada serio, solamente diversión. Después de que cumplió los 27 años decidió que ya era tiempo de sentar cabeza y finalmente acepto casarse con Javier.
Emma es una mujer tan distraída con ese toque de inocencia que los hombres tanto aman, cocinaba desde los 13 años gracias a que ayudaba a su mamá todas las mañanas para preparar el desayuno de sus dos hermanos y su padre, ama los gatos y los niños, a cualquier hombre le gustaría estar con Emma, sin duda alguna el tipo de mujer que esperaría todas las noches a su esposo con una rica cena. A pesar de ser un buen prospecto como mujer, los hombres parecían pasar de largo y elegían siempre a una de sus amigas que eran más aventureras, Daniela era como la madre del grupo, Thania la más coqueta, puede conquistar o conseguir gratis cualquier bebida en un club con solo una sonrisa llena de picardía, y Rosmery la reina de la sensualidad, con unas curvas que hacen perder el aliento a un hombre, siempre sabe que vestido elegir para lucir su cintura como reloj de arena.
Mientras Emma iba pensativa viendo por la ventana ni siquiera se dio cuenta que su vestido por el viento se había subido un poco, lo suficiente como para que el conductor la mirara de vez en cuando por el retrovisor.
-Gracias – le pagó al conductor y se bajo del taxi una vez llegaron a su destino.
Subió las gradas de la cafetería en donde Thania había hecho la reservación, al entrar la cafetería estaba llena de risas, tazas humeantes y charlas rápidas, pero en la mesa del rincón más privado del local tres chicas reinaban el momento, Emma sonrió y se acercó a sus amigas
—¡Dani! ¡Mírate! ¡Pareces recién cogida! —exclamó Thania entre carcajadas mientras levantaba su capuccino.
Daniela soltó una risita maliciosa, acomodándose el cabello y presumiendo su nuevo anillo.
Un anillo tal y como ella siempre les había contado a sus amigas, el anillo parecía llevar atrapado un pedacito de cielo al atardecer, era delicado, pero con presencia, con una banda de oro blanco que se enroscaba en si mismo como si abrazara suavemente la piedra central. A los lados dos pequeñas gemas en forma de lagrima uno rosa pálido y otra azul hielo, le daban un toque único, no era ostentoso, pero si especial.
—Recién cogida, recién casada y recién exprimida, querida —respondió con picardía, y todas estallaron en carcajadas excepto Emma, que sonrió tímidamente.
—Ya, pero cuenta pues. ¿Cómo fue? ¿Lo hizo rico? ¿Te comió todo o fue un santito de esos que solo se acuestan en posición misionero y rezan después? —bromeó Rosmery, con un brillo travieso en los ojos.
Daniela se inclinó hacia adelante como si fuera a revelar un secreto de Estado.
—La noche de bodas no dormimos. Me hizo acabar como cinco veces… me agarraba del cabello, me azotaba las nalgas, y me decía que era suya. Yo estaba tan mojada que pensé que me iba a desmayar… —dijo, y todas gritaron entre risas.
Emma se encogió un poco, apretando los labios. Rosmery la notó y giró hacia ella con una sonrisa fingidamente inocente.
—¿Y tú, Emmita? ¿Cuándo le vas a entregar el tesorito a Iván? ¿O planeas morir virgen y canonizarte?
—Yo… —Emma tragó saliva—. No lo sé aún… quiero que sea especial, ¿saben? Con velas, música… y que me ame de verdad.
Un incómodo silencio se hizo por medio segundo. Rosmery ocultó muy bien el temblor en la comisura de sus labios.
—Aw, qué tierna —dijo finalmente, dándole una palmadita suave en la mano—. Seguro que Iván se muere por eso. ¿Verdad, chicas?
Pero nadie lo dijo con convicción. Thania desvió la mirada hacia su taza. Daniela le lanzó una mirada fugaz a Rosmery, apenas perceptible.
Emma no lo sabía aún, pero ya estaba rodeada por mentiras.
-No importa, hazlo cuando tu quieras, no seas como una de estas zorras fáciles – bromeo Thania, rompiendo con el silencio que se había creado.
-Hablando de hacer lo que quieras… ¡Emma! ¿Por qué no nos dijiste que te ascendieron? – preguntó Daniela emocionada.
- ¿Cómo lo supiste? – Emma estaba sorprendida, ella apenas y le había contado a Iván y sus padres.
-Me pediste prestada la laptop una vez para hacer algo y dejaste tu correo abierto, no me había dado cuenta hasta hace poco que lo revise para revisar mis estados de cuenta de la tarjeta… Pero bueno eso es lo de menos, ¡Felicidades pequeña!
Todas estaban notablemente emocionadas por el ascenso de Emma, tanto así que la invitaron a salir esa misma noche a un club y tomar algunas copas, a Emma le hubiera gustado ir a celebrar de no haber sido porque ya había quedado de reunirse con Iván esa misma noche, le había prometido tener una cena en el restaurante favorito de Emma.
Se disculpo con sus amigas y les prometió que tal vez otra noche sería.
- ¡Ah! Entonces no perderás el tiempo esta noche, ¿Tomaras algunas ideas de lo que acaba de narrar esta servidora? – todas rieron.
- Solo iremos a cenar – respondió inocente Emma.
-Si, y después te enseñara a orar arrodillada toda la noche – mencionó Rosmery burlona.
- Estaré esperando un audio de al menos diez minutos mañana a primera hora de nuestra Emmita recién desflorada – dijo Thania y todas rieron.
La platica entre amigas siguió, se contaban cosas con tanta libertad que algunas señoras las miraban intrépidas por todas las barbaridades que escuchaban de cuatro damas.
Después de esa reunión con sus amigas se dirigió a su trabajo.
[…]
El suave eco de sus pasos se perdía entre las paredes blancas y altas de la galería. Emma bajó la vista a la carpeta de registro que sostenía contra el pecho y caminó con cuidado por el pasillo principal, donde varias obras ya estaban montadas para la nueva exposición de arte contemporáneo.
Aunque llevaba menos de una semana en su nuevo puesto como asistente curatorial, aún le costaba creérselo. Pasar de atender la recepción a manejar piezas de cientos o miles de dólares se sentía como estar en un sueño... uno donde cada movimiento debía ser preciso, medido. No quería arruinar nada.
—Emma, ¿ya organizaste el área de la instalación de luz para la sala tres? —preguntó Clara, su jefa, sin apenas levantar la mirada de su tablet.
—Sí, justo terminé de coordinar con los técnicos. Mañana montan la estructura completa —respondió Emma con voz firme, aunque por dentro aún se sentía una intrusa en ese mundo sofisticado.
Clara asintió, confiada. Eso al menos era un buen signo.
Emma pasó al archivo para revisar la lista de piezas en préstamo. Le encantaba ese espacio: tranquilo, silencioso, lleno del aroma a papel envejecido, madera pulida y un leve perfume de cera para suelos que se quedaba en las manos.
El reloj marcaba las 5:27 p.m.
Faltaban solo unos minutos para salir y su corazón latía un poco más rápido. Esa noche cenaría con Iván. No lo veían desde hacía cuatro días, y aunque últimamente él estaba más distante, ella había preparado la salida con ilusión: ropa linda, perfume suave, y un pequeño regalo que compró días atrás—una figura de mármol que le recordaba a una escultura que vieron juntos.
Justo cuando colocaba el último archivo en su lugar, su teléfono vibró.
Iván.
“Amor, surgió algo en el trabajo. No voy a poder cenar hoy. Te escribo más tarde, ¿sí?”
Emma se quedó mirando la pantalla por unos segundos.
Nada más. Ni una disculpa real. Ni un “te extraño”.
Suspiró largo. El archivo en sus manos de pronto pesó más. Guardó el teléfono y sonrió con suavidad, como si alguien pudiera verla. Volvió a la oficina, ordenó los últimos papeles y cruzó la galería por última vez esa tarde.
El edificio se iba vaciando. Afuera comenzaba a caer el atardecer, tiñendo las paredes de un tono ámbar tenue. Emma se detuvo un segundo frente a una escultura abstracta que siempre le había parecido extrañamente hermosa. La miró como quien busca respuestas.
Tal vez solo estaba exagerando. Tal vez Iván realmente estaba ocupado.
Pero una parte de ella, muy dentro, comenzaba a sentirse invisible.
Tomó su bolso, apagó las luces del ala norte y salió.
No sabía que esa sería la última vez que se iría a casa con el corazón solo… porque muy pronto, alguien más vendría por ella.
La taza de café tibio entre las manos de Emma no era suficiente para distraerla de la forma en que Damián la miraba desde el otro extremo del sofá. Estaba cómodo, con un brazo sobre el respaldo, las piernas cruzadas y el torso aún desnudo, como si el mundo fuera su sala de estar… y tal vez lo era.Emma, por otro lado, llevaba puesta su ropa interior debajo de la camisa que le robó, y aunque la prenda le cubría apenas lo necesario, no parecía importarle a él. De hecho, cada vez que se movía o cruzaba las piernas, notaba esa chispa en sus ojos dorados, como si estuviera debatiéndose entre dejarla hablar o devorarla otra vez.—¿Todos los… demonios son como tú? —preguntó al fin, fingiendo una naturalidad que no sentía del todo.Damián ladeó la cabeza, divertido.—¿A qué te refieres exactamente? &m
Emma sentía que el aire se había vuelto más denso, más eléctrico. Su cuerpo respondía con cada fibra a la cercanía de Damián, como si su piel supiera lo que estaba a punto de ocurrir antes que su mente pudiera comprenderlo.Él la tomó por la cintura, alzándola con una facilidad que la hizo jadear. Su espalda tocó la pared y sintió el frío contraste con el calor abrumador que irradiaba de él. Damián se inclinó, sus labios rozando los de ella sin llegar a besarlos, apenas una provocación, una amenaza deliciosa.—No te voy a dejar ir, Emma —susurró con un tono bajo, ronco—. Esta noche, sabrás lo que es pertenecerle a alguien por completo.Los labios de Damián descendieron por su cuello con hambre contenida, marcándola con besos húmedos que la hicieron arquearse involuntariamente. Su camisa
La luz del mediodía se filtraba tímida por las persianas.Emma no tenía intención alguna de salir. Estaba envuelta en su bata de algodón, el cabello atado de forma desordenada, una taza de café medio frío olvidada sobre el escritorio.El apartamento estaba en completo silencio… salvo por el clic clic clic del teclado.Llevaba más de una hora leyendo cosas que no solía buscar: “sueños lúcidos eróticos”, “incubos reales testimonios”, “demonios sexuales en la historia”…Y luego lo inevitable: “cómo saber si invocaste a un íncubo”.Las respuestas iban de lo absurdo a lo aterrador.“Se presentan en sueños. Tienen forma masculina o femenina, y siempre se manifiestan con un poder irresistible.”“Una vez invocado, no hay marcha atrá
Emma bajó del taxi con el corazón martillándole el pecho. Había pasado repitiéndose durante todo el camino al trabajo que lo del sueño no era real. Que su mente, herida y frágil, había buscado refugio en una fantasía retorcida. Pero al recordar el calor de sus labios, el roce de sus dedos… su cuerpo se encendía otra vez.Y lo peor: había soñado con Damian Zevran. Su jefe.Su jefe.Entró a la galería con la cabeza gacha, saludando a sus compañeros sin detenerse mucho. Se obligó a concentrarse en el trabajo: revisar el inventario, ajustar las nuevas fichas de las obras, enviar correos. Pero cada paso, cada esquina del lugar, la hacía más consciente del ambiente.¿Y si él se acercaba?¿Y si la miraba de esa forma otra vez?Emma evitó la oficina principal todo lo posible. Caminaba con carpetas en mano, fingía que tenía que revisar cosas en el almacén, esquivaba las reuniones.Pero su plan no funcionó por mucho tiempo.—Emma. —La voz grave de Damian la detuvo al borde del pasillo. Su tono
Emma se despertó por el sonido de la alarma anunciando la hora de levantarse para otra jornada de trabajo.El reloj marcaba las 6:00 a.m. y el sol se filtraba sin piedad entre las cortinas. Se sentía extrañamente… pesada, como si no hubiera dormido realmente. A su alrededor, las sábanas estaban revueltas, su piel aún tibia, húmeda, como si algo hubiera quedado inconcluso durante la noche.Se incorporó lentamente, cubriéndose con la colcha.El libro seguía allí. Cerrado esta vez. Como si nada hubiera pasado.—¿Qué fue eso anoche…?Pasó una mano por su rostro, tratando de ordenar sus pensamientos. Sabía que había tenido un sueño… uno muy vívido, demasiado vívido. Pero la mente puede ser traicionera cuando se mezcla el deseo, la decepción, y el agotamiento.—Fue solo un sueño —se dijo en voz baja, aunque no tan convencida.Se levantó. Caminó hasta el baño, con el cuerpo aún algo entumecido y las piernas débiles, como si hubiera corrido durante horas.El agua caliente comenzó a llenar la
El apartamento de Clara, su hermana mayor, era una mezcla de misticismo y caos. Velas a medio consumir, cortinas de terciopelo morado, cristales colgando de las lámparas y el aroma persistente del sándalo llenaban el aire. Se había mudado hacía solo una semana y aún había cajas sin abrir.Clara le abrió la puerta en pijama, descalza y con una sonrisa suave, esa que solo una hermana sabe dar cuando ve que estás hecha pedazos.—Ay, Emma… —la abrazó sin hacer preguntas—. Pasá, mi amor, estás empapada.Emma se dejó caer en sus brazos como si fuera una niña otra vez. Temblaba. No sabía si era por el frío, la tristeza, o ambas cosas al mismo tiempo.La noche transcurrió en la cocina. Clara le preparó té con canela y la sentó envuelta en una manta. Emma no podía hablar al principio, pero finalmente, entre sorbos y respiraciones cortadas, murmuró:—Lo vi. A Iván. Con Rosmery. En su apartamento… en el sofá.Clara no dijo nada de inmediato. Solo tomó su mano y apretó fuerte.—Y pensar que me da
Último capítulo