—¿Q-qué?
Giró.
Y lo vio.
Un joven alto, apoyado contra un estante, con un libro entre los dedos largos y elegantes.
Cabello oscuro, ligeramente desordenado de forma natural; parecía hecho para caerle bien a la luz.
Ojos turquesa, tan intensos que parecían cortar el aire.
Rasgos afilados, simétricos, casi demasiado perfectos para un simple trabajador.
Llevaba ropa sencilla del castillo, sí…
pero había algo en su postura, en la forma tranquila en que respiraba… algo que gritaba nobleza.
Lucía no lo reconocía de ningún lado.
Pero él la miraba como si hubiese estado esperando este momento desde hacía tiempo.
Como si la conociera.
Como si supiera quién era ella… y quién no.
Ella tragó saliva.
—¿Quién… eres? —preguntó con voz temblorosa.
El joven cerró el libro con un gesto suave, casi elegante.
—¿Es que no me recuerdas?
Lucía retrocedió un paso.
La mente le trabajó a toda velocidad, buscando entre las páginas del libro que ella conocía, de la historia en la que había reencarnado. No había