La visita y la verdad

La habitación seguía oliendo a madera vieja, a perfume barato y a miedo reciente. Laura no sabía cuánto tiempo llevaba inmóvil, sentada sobre la cama, respirando despacio para no sentir dolor. El golpe que el duque le había dado seguía ardiendo en la mejilla, como si la piel aún recordara sus dedos.

Ella no era Lucía.

No conocía esa vida.

No podía con ese cuerpo maltratado.

Y aun así… debía sobrevivir en él.

El silencio se quebró con un ruido seco.

El picaporte giró.

Laura se levantó de un salto, el corazón golpeándole las costillas. Un instinto profundo, antiguo, la atravesó: miedo. Algo le decía que no debía mostrarse débil. Que no debía mostrarse rota.

La puerta se abrió despacio.

Un hombre entró sin pedir permiso.

Kevin.

El príncipe heredero.

El prometido que la despreciaba.

El hombre que, según la novela, la abandonaría en el altar.

Laura sintió el estómago comprimirse. No por atracción. No por nervios. Sino por terror puro.

Nunca lo había visto tan cerca.

Kevin lucía impecable incluso en la penumbra: cabello rubio ligeramente desordenado como si el viento lo hubiera acariciado camino al castillo, capa oscura que se movía con él y ojos azul hielo que la atravesaban por completo.

Se detuvo frente a la puerta, sin cerrar, como si siquiera el acto de estar allí le produjera asco.

—Lucía —saludó en un tono carente de emoción.

El nombre cayó como un latigazo.

Laura no respondió de inmediato. Él frunció el ceño.

—Sueles hablar antes de que yo termine una frase —dijo él con un suspiro exasperado—. ¿O ahora también has decidido cambiar eso?

Ella respiró hondo.

—Buenas noches, príncipe Kevin. No sabía cómo saludar a un príncipe

Él alzó una ceja.

—Formalidad… ¿contigo? —dio un paso dentro—. Esto sí que es nuevo.

Cerró la puerta con un empujón seco. No parecía preocupado por ser visto. No parecía temer rumores. No parecía temer nada.

La observó en silencio, de arriba abajo, estudiándola con un desinterés casi ofensivo. Pero había algo más… una chispa de irritación, de impaciencia.

Y quizás… un rastro de duda.

—¿Qué quiere su majestad? —preguntó Laura, pensando en la antigua Lucía que nunca habría hablado así.

Kevin entrecerró los ojos.

—Eso es lo que debería preguntarte yo.

Se acercó a pasos lentos, como quien se aproxima a un animal enfermo al que no sabe si debe ayudar o rematar. Laura retrocedió instintivamente.

Él lo notó.

—Qué curioso —murmuró—. Tú nunca retrocedes.

El silencio se volvió espeso.

Kevin inspiró hondo, como si necesitara paciencia para lidiar con ella.

—Tu padre vino a verme —informó finalmente.

Laura sintió un nudo en el estómago.

—Claro que sí —susurró ella sin querer.

Kevin ladeó la cabeza.

—Me dijo que has perdido la razón. Que estás desobedeciendo. Que te haz negado a seguir con el compromiso.

Laura apretó los puños. La escena volvía como un flash: su grito, la mano que la golpeó, el eco de su voz maldiciéndola.

—No lo dije así… —intentó explicar.

—Lo dijiste —interrumpió Kevin con frialdad—. Con los sirvientes de testigos. Humillaste al duque.

Ella guardó silencio.

No había defensa posible.

Kevin dio otro paso hacia ella.

—Y, por si fuera poco, también me humillaste a mí.

La palabra "humillar" cayó con el peso de un martillo. Kevin no gritaba. No amenazaba como el duque. Su fuerza era distinta: seca, directa, calculada.

Laura sintió un temblor subirle por la espalda.

—No es algo que queramos los dos—respondió con voz tenue.

Él soltó una risa breve, amarga.

—Desde cuando piensas así, ¿que te sucedió? Tu no actúas así, siempre lloras, siempre finges. Pero hoy… —dio una mirada al moretón de su rostro— hoy pareces más torpe que de costumbre.

Laura bajó la vista.

Kevin la rodeó, sin tocarla, como si evaluara un objeto defectuoso.

—Lucía, esto es simple —dijo con cansancio en la voz—: no te soporto. No he podido soportarte desde que mi padre anunció este compromiso absurdo. Tus escándalos, tus celos, tus exigencias… eres un estorbo.

Las palabras dolieron, aunque no fueran para ella.

Dolieron porque las decía con absoluta sinceridad.

—Y sin embargo… —continuó él— eres útil. O lo eras.

Laura sintió un vacío en el pecho.

—Es solo un matrimonio político —susurró—. Nada más.

Kevin sonrió con burla.

—Ni siquiera eso. Eres un puente para calmar a un duque desesperado por poder. Pero si ese puente empieza a tambalear… puedo encontrar otro.

Laura levantó la cabeza con brusquedad.

—Bien pueda

—Hay muchas familias con hijas ansiosas de convertirse en princesa —respondió él, encogiéndose de hombros—. Y ninguna tiene tu historial de escándalos, tu temperamento explosivo, ni tu incapacidad para dominar tus impulsos.

La antigua Lucía habría gritado, llorado, arrodillado, manipulado.

Laura… solo se quedó en silencio.

Kevin lo notó.

Frunció el ceño.

—¿Qué estás tramando? —preguntó.

—Nada —respondió ella.

—Siempre estás tramando algo —insistió él—. Siempre.

Laura negó con la cabeza.

Kevin se acercó más, invadiendo su espacio personal. Laura sintió su perfume frío, ese aroma elegante que no pertenecía a ninguna vida que ella conociera.

—Cuando dijiste que no querías casarte —dijo él—, todos en la corte pensaron que era una pataleta tuya. Una de tantas.

Laura lo miró a los ojos.

Los de él eran fríos. Tan fríos que parecían de vidrio.

—Pero cuando vi tu rostro —añadió él—… no vi rabia. No vi capricho. Vi miedo. Y tú no sabes lo que es el miedo.

Laura tensó la mandíbula.

—No sabes nada de mí —susurró.

Kevin soltó un leve bufido.

—Sé más de lo que quisiera.

Y entonces, sin previo aviso, tomó su barbilla entre los dedos y alzó su rostro. No era un gesto suave. No era un gesto íntimo. Era un gesto de dominio.

Laura contuvo la respiración.

Kevin examinó el moretón de su mejilla, moviendo su rostro ligeramente hacia la luz.

—El duque te golpeó —dijo sin emoción.

—No es asunto tuyo —respondió ella, apartándose de forma brusca.

Kevin entrecerró los ojos.

—Claro que lo es. Si tu padre te rompe antes del matrimonio, tendré que cargar con una esposa inútil. O peor… con un cadáver.

Laura sintió que el estómago se le retorcía.

El príncipe dio un paso atrás, como si su cercanía le diera náuseas.

—Mañana partirás al castillo —informó él—. Mi padre quiere que estés allí para la evaluación de las damas reales.

Laura se tensó.

—¿Evaluación?

—Un examen para asegurarse de que no eres un desastre total —resumió—. Aunque, sinceramente… creo que reprobarás.

Laura sintió la respiración cortarse.

—¿Y si no voy? —preguntó con valentía temblorosa.

Kevin la miró fijamente.

—Si no vas, el duque no vivirá para ver tu próximo amanecer. Y tú tampoco.

El silencio cayó como una condena.

—¿Por qué… me odias tanto? —susurró ella sin poder contenerse.

Kevin parpadeó lentamente. Su expresión se volvió más dura.

—Porque eres egoísta —respondió sin rodeos—. Porque solo piensas en ti. Porque destruyes todo lo que tocas. Porque haces la vida de todos más difícil. Y porque jamás has amado a nadie más que a ti misma.

Laura sintió el impacto directo.

Como un golpe en el pecho.

Kevin se giró hacia la puerta.

Antes de salir, añadió con voz baja:

—No sé qué estás planeando con ese repentino cambio de personalidad, Lucía. No sé si es una estrategia más o un intento patético de llamar mi atención. Pero te doy un solo consejo…

Se detuvo.

Sin mirarla.

—No intentes arruinar este acuerdo. Porque si lo haces… yo te destruiré primero.

Abrió la puerta.

Y entonces dijo, casi con desgano, como si apenas recordara algo:

—Ah, y en la corte ya corrió un rumor.

Laura levantó la mirada con temor.

—¿Rumor…?

Kevin respondió sin emoción, como quien lee un informe:

—Que consumaremos el compromiso antes del matrimonio. —Hizo una pausa—. El duque dijo que tú misma insististe.

Laura sintió que la sangre abandonaba su rostro.

—Eso es mentira —susurró horrorizada.

—El problema de los rumores —dijo Kevin— es que no importa si son verdad. Solo importa quién los cree.

Se acercó un paso, solo uno, lo suficiente para hablar con voz baja:

—Y todos… lo creen.

Laura sintió que el aire desaparecía.

Algo dentro de ella se rompía.

Kevin abrió la puerta.

—Duerme, Lucía. Mañana tendrás que fingir que eres algo más que el desastre que eres.

La puerta se cerró.

Y Laura cayó de rodillas en la oscuridad.

Mientras intentaba contener el llanto.

Aún con los nervios destrozados por la amenaza de Kevin, Lucía abre cajones y cofres buscando cualquier cosa que la ayude a entender la vida que ahora debe vivir. La habitación está llena de cosméticos rotos, vendas, ropa rasgada… rastros del maltrato del duque y de los secretos de la antigua Lucía.

Pero al mover una vieja caja de madera, algo suena en el fondo del mueble.

Un compartimento oculto.

Lucía contiene la respiración.

Abre la tabla suelta… y encuentra un sobre envuelto en terciopelo oscuro, sellado con un símbolo que no pertenece a ese reino.

Un símbolo real desconocido.

Un sello que nunca ha visto en la novela.

Un color que no corresponde a ninguna casa noble del libro.

Y lo más escalofriante:

el polvo acumulado alrededor deja claro que nadie lo ha tocado en años.

Ni siquiera la Lucía original sabía que eso existía.

La carta está dirigida a:

"A la heredera legítima.

A la princesa perdida."

Un frío helado le recorre la columna.

¿Heredera de qué?

¿Princesa de dónde?

¿Y por qué esa carta estaba escondida en el único rincón que la Lucía original jamás revisó?

Antes de que pueda romper el sello para leerla…

La puerta se abre de golpe.

El duque.

En su rostro, esa expresión que significa peligro inmediato.

—¿Qué demonios escondes ahí?

Lucía aprieta el sobre contra su espalda sin poder respirar.

Los ojos del duque bajan, afilados, sospechando.

Una tensión mortal llena la habitación.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP