Mundo ficciónIniciar sesiónNunca imaginé que mudarme a la mansión de la Manada Blackthorn terminaría destruyendo mi corazón… y mi destino. El día que mi madre se casó con el Alfa Marcus, conocí a Kieran, mi nuevo hermanastro: frío, intenso, peligroso. Su mirada me quemó la piel antes de que su toque despertara algo prohibido en mí. Algo que no debería existir entre nosotros. Estaba a punto de rendirme a él… hasta que otro Alfa apareció reclamándome como suya. Lucian Silvercrest. El enemigo mortal de mi nueva familia. El hombre cuya mirada activó un vínculo ancestral tan poderoso que casi me derriba. El Alfa destinado. El único capaz de romper la maldición que está destruyendo a su manada. Dos lobos. Dos destinos. Dos vínculos. Una sola elección… que podría incendiar el mundo. Kieran me ama con el corazón. Lucian me reclama con el alma. Yo solo intento sobrevivir mientras descubro que no soy humana, que mi sangre es híbrida… y que una profecía dice que mi amor puede unir a todas las manadas… o destruirlas. Pero cuando descubro que estoy embarazada… y que el bebé podría ser hijo de uno… o de ambos, mi vida se convierte en una guerra. ¿A quién le pertenece mi corazón? ¿El amor prohibido? ¿O el destino imposible? Lo que ninguno sabe es que… yo no pienso dejar que el destino decida por mí.
Leer másPOV: Aurora
La lluvia no caía; atacaba.
Golpeaba el techo de la limusina negra con la cadencia de mil dedos huesudos exigiendo entrar. Me ajusté el cuello del vestido de dama de honor. La seda color champán, supuestamente elegante, se sentía como una soga alrededor de mi garganta. Asfixiante. Fría.
—Sonríe, Aurora. Por favor.
La voz de mi madre tembló. No la miré. No podía. Si la miraba, vería el terror apenas disimulado bajo capas de maquillaje profesional y encaje blanco importado. Vería la mentira.
—Estoy sonriendo, mamá —mentí. Mi reflejo en la ventanilla empañada me devolvió una mueca espectral. Una chica de diecinueve años con ojos verdes demasiado grandes y una piel demasiado pálida, entregada como ofrenda de paz.
El auto redujo la velocidad. Los neumáticos crujieron sobre la grava húmeda.
La Mansión Blackthorn.
No era una casa. Era una advertencia tallada en piedra gris y obsesiones góticas. Se alzaba contra el cielo plomizo como una bestia agazapada, con gárgolas que parecían seguirnos con ojos vacíos y hambrientos. Torres afiladas arañaban las nubes bajas. Un escalofrío, violento y primitivo, recorrió mi columna vertebral. No era frío.
Era instinto.
Mi cuerpo gritaba corre. Mis pulmones ardían con una necesidad repentina de aire limpio, lejos de este lugar. Lejos de ellos.
Pero la puerta del auto se abrió.
El olor me golpeó primero. Antes de ver a nadie, lo olí. Tierra mojada. Pino. Y algo más. Algo denso, cobrizo y almizclado que se pegaba al fondo de mi garganta y me daba ganas de vomitar. Olía a depredador. Olía a poder sin control.
—Bienvenidas a casa.
Marcus Blackthorn extendió una mano hacia mi madre. Era enorme. Todo en él era excesivo: sus hombros anchos que tensaban la tela de su esmoquin, su altura imponente, la forma en que ocupaba el espacio como si el aire mismo le debiera alquiler.
Mi madre tomó su mano. Sus dedos desaparecieron en su agarre.
—Gracias, Marcus —susurró ella, saliendo del auto con una gracia que yo no poseía.
Bajé detrás de ella, mis tacones hundiéndose ligeramente en el barro. El aire aquí pesaba. Literalmente. Se sentía denso, cargado de estática, como el momento preciso antes de que un rayo parta un árbol en dos. El vello de mis brazos se erizó. Una picazón eléctrica recorrió mi nuca.
Obsérvame. Júzgame. Cázame.
La sensación de ser vigilada era tan intensa que casi me hizo tropezar. Giré la cabeza bruscamente hacia el bosque oscuro que rodeaba la propiedad. Nada. Solo sombras danzando entre los troncos negros. Pero sabía que estaban ahí. Ojos invisibles.
—¿Aurora? —La voz de Marcus era un retumbar bajo, una vibración que sentí en las suelas de mis pies.
Me obligué a mirarlo. Sus ojos eran oscuros, insondables, pero había una chispa de... ¿diversión? ¿Hambre?
—Señor Blackthorn —dije. Mi voz sonó rasposa.
—Marcus —corrigió él. Su sonrisa no llegó a sus ojos—. Ahora somos familia.
Familia. La palabra sonó a sentencia.
La ceremonia no fue en una iglesia. Por supuesto que no. Fue en el gran salón de la mansión, un espacio cavernoso iluminado por cientos de velas que parpadeaban como latidos nerviosos. Las paredes de piedra rezumaban frío. No había flores delicadas ni música suave de violín.
Había silencio.
Un silencio pesado, expectante.
Los invitados no eran parientes lejanos ni amigos del trabajo. Eran soldados. Hombres y mujeres con posturas rígidas, vestidos con ropas caras que no lograban ocultar su letalidad. Se alineaban en filas perfectas, un ejército en trajes de gala. Cuando caminé por el pasillo central detrás de mi madre, no vi sonrisas. Vi evaluaciones.
Cada par de ojos que se posaba en mí se sentía como un roce físico. Una garra probando la suavidad de mi piel.
Me mareé. El olor a almizcle, cuero y lluvia era abrumador aquí dentro. Se mezclaba con el aroma dulzón de la cera derretida creando una atmósfera narcótica. Mi corazón martilleaba contra mis costillas, un pájaro atrapado golpeando los barrotes de su jaula. Dum-dum. Dum-dum. Demasiado rápido.
Cálmate, Rory. Es solo una boda. Es solo ansiedad social.
Pero no lo era. Era biología. Mi cuerpo rechazaba este lugar a un nivel celular.
Llegamos al altar improvisado. Un arco de ramas entrelazadas, oscuras y espinosas. Marcus esperaba allí. Junto a él, había otros hombres. Sus hijos.
No me atreví a mirarlos. Mantuve la vista fija en la espalda de mi madre, en el delicado encaje de su vestido. Conté las perlas cosidas en la tela. Una, dos, tres...
—Yo, Marcus, Alfa de la manada Blackthorn... —Su voz resonó, llenando la sala sin necesidad de micrófono.
¿Alfa? ¿Manada? Mi madre me había dicho que eran "tradicionalistas". Excéntricos ricos con obsesión por la naturaleza. Pero el tono de Marcus no era el de un hombre rico jugando a los disfraces. Era el tono de un rey reclamando territorio.
—... te reclamo, Evelyn, como mi compañera y mi igual ante la Luna.
Mi madre repitió sus votos. Su voz era un hilo de plata a punto de romperse.
—Acepto tu marca y tu protección.
Cuando se besaron, no hubo aplausos. Hubo un sonido colectivo, gutural. Un gruñido bajo que emanó de las gargantas de los cien invitados al mismo tiempo. Vibró en el suelo, subió por mis piernas y se alojó en mi vientre.
Terror puro. Líquido y helado.
La ceremonia terminó. La recepción fue un borrón de rostros severos y copas de vino tinto que olía a sangre. Me mantuve pegada a la pared, intentando hacerme invisible. Intentando no respirar demasiado profundo ese aire cargado de testosterona y peligro.
—Bienvenida al infierno, Ricitos de Oro.
La voz susurrada a mi espalda me hizo saltar. Giré sobre mis talones, derramando un poco de mi champaña.
No había nadie.
Solo el movimiento de una cortina de terciopelo pesado y la sensación de calor residual donde alguien había estado parado hace un segundo.
Busqué a mi madre. Necesitaba verla. Necesitaba saber que no habíamos cometido un error terrible. La vi al otro lado del salón, riendo con una mano sobre el brazo de Marcus. Parecía frágil. Una muñeca de porcelana en la guarida de un oso.
—Es hora de ir a la casa principal —anunció alguien.
La multitud comenzó a moverse. Un río de depredadores fluyendo hacia la salida trasera que conectaba el salón de eventos con la residencia privada. Me dejé arrastrar por la corriente.
El exterior estaba oscuro. La lluvia había cesado, dejando un silencio goteante. La mansión principal se alzaba ante nosotros, una montaña de piedra negra. La entrada era una boca abierta con colmillos de hierro forjado.
Subí los escalones de piedra. Mis piernas pesaban plomo.
Cada paso me alejaba más de mi vida anterior. De mi apartamento pequeño y seguro. De mis clases de literatura y mis cafés mediocres. De mi humanidad.
Llegué al umbral.
Me detuve un segundo. Una vacilación instintiva. Mi piel picaba furiosamente, como si estuviera cubierta de hormigas invisibles. Una advertencia final. No entres.
—¿Vienes, Aurora?
Marcus estaba sosteniendo la puerta. Su sonrisa era paciente, pero sus ojos... sus ojos brillaban con un destello ámbar bajo la luz del porche.
Tragué saliva. El sabor a bilis era agrio.
—Sí —susurré.
Di el paso.
Crucé el umbral.
El aire dentro de la casa era distinto. Más caliente. Más denso. Olía a madera antigua, a secretos y a violencia contenida.
Detrás de mí, la pesada puerta de roble se cerró.
BUM.
El sonido fue definitivo. Como la tapa de un ataúd cayendo en su lugar. El cerrojo chasqueó, un sonido metálico y seco que resonó en el vestíbulo vacío.
Me giré, mirando la madera oscura que ahora me separaba del mundo que conocía. El silencio de la casa se cerró sobre mí, tragándome entera.
Ya no había salida.
POV: AuroraEl gimnasio de la Mansión Blackthorn no olía a desinfectante ni a toallas limpias. Olía a violencia.Era un espacio cavernoso en el sótano, con paredes de ladrillo expuesto y suelo cubierto de colchonetas negras que habían visto mejores días (y probablemente mucha sangre). No había máquinas elípticas con pantallas táctiles. Había sacos de boxeo pesados que colgaban del techo como cadáveres, estantes con pesas de hierro oxidado y una zona cercada que parecía una jaula de MMA.—Deja de mirar y empieza a moverte —ladró Kieran.Estaba al otro lado de la sala, vendándose las manos con una eficiencia brutal. No llevaba camisa. Por supuesto que no.Tragué saliva, obligando a mis ojos a no recorrer la topografía de su espalda. Los músculos se movían bajo su piel pálida como serpientes atrapadas. Cada vez que flexionaba los brazos, la cicatriz de su omóplato se estiraba.—No entiendo por qué tengo que hacer esto —me quejé, tirando de las mangas de mi sudadera vieja. Me sentía ridíc
POV: AuroraEl olor a cartón viejo es el perfume de la pérdida.Estaba sentada en el suelo de mi habitación, rodeada de cajas de mudanza a medio abrir. Eran las únicas cosas en esta mansión que se sentían mías. El resto —la cama con dosel, las cortinas de terciopelo, la alfombra persa— pertenecía a los Blackthorn. Pero estas cajas... estas cajas olían a mi antiguo apartamento. A detergente de limón y polvo acumulado.Olían a mi padre.Saqué un álbum de fotos con la tapa desgastada. Mis dedos temblaron al rozar el plástico. Hacía años que no lo abría. Mi madre siempre decía que "mirar atrás es tropezar hacia adelante", una frase bonita para decir que no quería lidiar con el dolor.Pero esta noche, después de la cena, después de Kieran y su extraña tregua en el jardín, necesitaba recordar quién era yo antes de convertirme en la intrusa de Blackthorn Manor.Abrí el álbum.Ahí estaba él.James Hayes. No tenía la mandíbula cuadrada de Marcus ni la mirada depredadora de Kieran. Tenía líneas
POV: AuroraNo sabía adónde iba. Solo sabía que necesitaba oscuridad.Mis pies golpearon el camino de piedra del jardín trasero, resonando demasiado fuerte en el silencio de la noche. El aire frío mordía mi piel, traspasando la fina tela de mi blusa, pero no me detuve. El frío era mejor que el calor sofocante del comedor. Mejor que la presión invisible de Marcus aplastando mis costillas.Llegué a una estructura antigua, una especie de pérgola de hierro forjado cubierta de enredaderas muertas. Estaba lejos de la casa. Lejos de las luces. Lejos de ellos.Me dejé caer en un banco de piedra húmedo.Y me rompí.No fue un llanto elegante. Fue feo. Fue un jadeo doloroso que me arañó la garganta, sacando todo el miedo, la humillación y la rabia que había tragado durante la cena. Me abracé las rodillas, escondiendo la cara, intentando ahogar los sollozos.Papá.La palabra se formó en mi mente, un eco doloroso. Si él estuviera aquí, no estaría pasando esto. Él me habría protegido. Él habría mir
POV: AuroraEl comedor olía a sangre asada y cera de abeja.Era una mezcla rica, pesada, que se asentaba en el fondo de mi estómago como plomo. Me senté en mi silla asignada, con la espalda tan recta que me dolían las vértebras. Frente a mí, los cubiertos de plata brillaban bajo la luz de la araña de cristal, alineados con una precisión militar. Tenedor de ensalada. Tenedor de carne. Cuchillo de sierra.Armas.Todo en esta mesa parecía un arma.—El rosbif está excelente esta noche —dijo mi madre. Su voz era demasiado aguda, un trino nervioso en medio del silencio sepulcral.Nadie respondió.Marcus presidía la cabecera de la mesa como un rey medieval. Cortaba su carne con movimientos lentos y deliberados. Ras. Ras. Ras. El sonido del cuchillo contra la porcelana era el único ruido en la habitación, aparte del tintineo ocasional de una copa de cristal.A su derecha, Dante comía con una eficiencia mecánica. A su izquierda... Kieran.No lo había mirado directamente desde que me senté. Per
POV: AuroraLa noche en Blackthorn Manor no traía descanso. Traía peso.Eran las dos de la madrugada. El reloj digital en mi mesita de noche parpadeaba con una luz roja acusadora: 2:00. 2:01. Cada minuto era una gota de agua cayendo sobre una piedra, erosionando mi cordura.Me giré en la cama por décima vez. Las sábanas de seda, ridículamente caras, se enredaban en mis piernas como enredaderas. Hacía calor. No un calor ambiental —el termostato marcaba unos gélidos dieciocho grados—, sino un fuego interno. Fiebre.Mi piel picaba.Era esa misma sensación de estática que había sentido en la boda, pero ahora, en la soledad de la oscuridad, se había amplificado. Zumbaba en mis oídos. Vibraba en mis dientes.Me senté de golpe, apartando el edredón.Silencio.La casa debería estar en silencio. Pero no lo estaba.Para mí, la casa rugía.Podía oír el goteo de un grifo tres habitaciones más allá. Plip. Plip. Plip. Podía oír el viento arañando las tejas del tejado como si buscara una entrada. Po
POV: AuroraEl silencio en la Mansión Blackthorn no era paz. Era disciplina.Bajé las escaleras principales a las ocho en punto. Mi madre había insistido en la puntualidad. "Es importante causar una buena impresión, Rory", me había susurrado mientras alisaba una arruga invisible en mi blusa. Como si llegar a tiempo pudiera borrar el hecho de que éramos intrusas en un reino de depredadores.El comedor era inmenso. Una mesa de caoba lo suficientemente larga para sentar a un ejército dominaba el centro. Y en la cabecera, por supuesto, estaba él.Marcus Blackthorn.No estaba comiendo. Estaba leyendo un periódico con una taza de café negro humeante frente a él. Pero en el momento en que mi pie tocó el último escalón, levantó la vista. No hubo sonido. No hubo movimiento brusco. Pero la atmósfera en la sala cambió instantáneamente. Se tensó. Como un arco siendo estirado.—Buenos días, Aurora —su voz retumbó, profunda y rasposa.—Buenos días, Marcus —respondí. Mi voz sonó pequeña. Patética.A
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