Reclamada por el Rival de Mi Hermanastro
Reclamada por el Rival de Mi Hermanastro
Por: Cat Stories
1: La Boda que Cambió Mi Destino

POV: Aurora

La lluvia no caía; atacaba.

Golpeaba el techo de la limusina negra con la cadencia de mil dedos huesudos exigiendo entrar. Me ajusté el cuello del vestido de dama de honor. La seda color champán, supuestamente elegante, se sentía como una soga alrededor de mi garganta. Asfixiante. Fría.

—Sonríe, Aurora. Por favor.

La voz de mi madre tembló. No la miré. No podía. Si la miraba, vería el terror apenas disimulado bajo capas de maquillaje profesional y encaje blanco importado. Vería la mentira.

—Estoy sonriendo, mamá —mentí. Mi reflejo en la ventanilla empañada me devolvió una mueca espectral. Una chica de diecinueve años con ojos verdes demasiado grandes y una piel demasiado pálida, entregada como ofrenda de paz.

El auto redujo la velocidad. Los neumáticos crujieron sobre la grava húmeda.

La Mansión Blackthorn.

No era una casa. Era una advertencia tallada en piedra gris y obsesiones góticas. Se alzaba contra el cielo plomizo como una bestia agazapada, con gárgolas que parecían seguirnos con ojos vacíos y hambrientos. Torres afiladas arañaban las nubes bajas. Un escalofrío, violento y primitivo, recorrió mi columna vertebral. No era frío.

Era instinto.

Mi cuerpo gritaba corre. Mis pulmones ardían con una necesidad repentina de aire limpio, lejos de este lugar. Lejos de ellos.

Pero la puerta del auto se abrió.

El olor me golpeó primero. Antes de ver a nadie, lo olí. Tierra mojada. Pino. Y algo más. Algo denso, cobrizo y almizclado que se pegaba al fondo de mi garganta y me daba ganas de vomitar. Olía a depredador. Olía a poder sin control.

—Bienvenidas a casa.

Marcus Blackthorn extendió una mano hacia mi madre. Era enorme. Todo en él era excesivo: sus hombros anchos que tensaban la tela de su esmoquin, su altura imponente, la forma en que ocupaba el espacio como si el aire mismo le debiera alquiler.

Mi madre tomó su mano. Sus dedos desaparecieron en su agarre.

—Gracias, Marcus —susurró ella, saliendo del auto con una gracia que yo no poseía.

Bajé detrás de ella, mis tacones hundiéndose ligeramente en el barro. El aire aquí pesaba. Literalmente. Se sentía denso, cargado de estática, como el momento preciso antes de que un rayo parta un árbol en dos. El vello de mis brazos se erizó. Una picazón eléctrica recorrió mi nuca.

Obsérvame. Júzgame. Cázame.

La sensación de ser vigilada era tan intensa que casi me hizo tropezar. Giré la cabeza bruscamente hacia el bosque oscuro que rodeaba la propiedad. Nada. Solo sombras danzando entre los troncos negros. Pero sabía que estaban ahí. Ojos invisibles.

—¿Aurora? —La voz de Marcus era un retumbar bajo, una vibración que sentí en las suelas de mis pies.

Me obligué a mirarlo. Sus ojos eran oscuros, insondables, pero había una chispa de... ¿diversión? ¿Hambre?

—Señor Blackthorn —dije. Mi voz sonó rasposa.

—Marcus —corrigió él. Su sonrisa no llegó a sus ojos—. Ahora somos familia.

Familia. La palabra sonó a sentencia.

La ceremonia no fue en una iglesia. Por supuesto que no. Fue en el gran salón de la mansión, un espacio cavernoso iluminado por cientos de velas que parpadeaban como latidos nerviosos. Las paredes de piedra rezumaban frío. No había flores delicadas ni música suave de violín.

Había silencio.

Un silencio pesado, expectante.

Los invitados no eran parientes lejanos ni amigos del trabajo. Eran soldados. Hombres y mujeres con posturas rígidas, vestidos con ropas caras que no lograban ocultar su letalidad. Se alineaban en filas perfectas, un ejército en trajes de gala. Cuando caminé por el pasillo central detrás de mi madre, no vi sonrisas. Vi evaluaciones.

Cada par de ojos que se posaba en mí se sentía como un roce físico. Una garra probando la suavidad de mi piel.

Me mareé. El olor a almizcle, cuero y lluvia era abrumador aquí dentro. Se mezclaba con el aroma dulzón de la cera derretida creando una atmósfera narcótica. Mi corazón martilleaba contra mis costillas, un pájaro atrapado golpeando los barrotes de su jaula. Dum-dum. Dum-dum. Demasiado rápido.

Cálmate, Rory. Es solo una boda. Es solo ansiedad social.

Pero no lo era. Era biología. Mi cuerpo rechazaba este lugar a un nivel celular.

Llegamos al altar improvisado. Un arco de ramas entrelazadas, oscuras y espinosas. Marcus esperaba allí. Junto a él, había otros hombres. Sus hijos.

No me atreví a mirarlos. Mantuve la vista fija en la espalda de mi madre, en el delicado encaje de su vestido. Conté las perlas cosidas en la tela. Una, dos, tres...

—Yo, Marcus, Alfa de la manada Blackthorn... —Su voz resonó, llenando la sala sin necesidad de micrófono.

¿Alfa? ¿Manada? Mi madre me había dicho que eran "tradicionalistas". Excéntricos ricos con obsesión por la naturaleza. Pero el tono de Marcus no era el de un hombre rico jugando a los disfraces. Era el tono de un rey reclamando territorio.

—... te reclamo, Evelyn, como mi compañera y mi igual ante la Luna.

Mi madre repitió sus votos. Su voz era un hilo de plata a punto de romperse.

—Acepto tu marca y tu protección.

Cuando se besaron, no hubo aplausos. Hubo un sonido colectivo, gutural. Un gruñido bajo que emanó de las gargantas de los cien invitados al mismo tiempo. Vibró en el suelo, subió por mis piernas y se alojó en mi vientre.

Terror puro. Líquido y helado.

La ceremonia terminó. La recepción fue un borrón de rostros severos y copas de vino tinto que olía a sangre. Me mantuve pegada a la pared, intentando hacerme invisible. Intentando no respirar demasiado profundo ese aire cargado de testosterona y peligro.

—Bienvenida al infierno, Ricitos de Oro.

La voz susurrada a mi espalda me hizo saltar. Giré sobre mis talones, derramando un poco de mi champaña.

No había nadie.

Solo el movimiento de una cortina de terciopelo pesado y la sensación de calor residual donde alguien había estado parado hace un segundo.

Busqué a mi madre. Necesitaba verla. Necesitaba saber que no habíamos cometido un error terrible. La vi al otro lado del salón, riendo con una mano sobre el brazo de Marcus. Parecía frágil. Una muñeca de porcelana en la guarida de un oso.

—Es hora de ir a la casa principal —anunció alguien.

La multitud comenzó a moverse. Un río de depredadores fluyendo hacia la salida trasera que conectaba el salón de eventos con la residencia privada. Me dejé arrastrar por la corriente.

El exterior estaba oscuro. La lluvia había cesado, dejando un silencio goteante. La mansión principal se alzaba ante nosotros, una montaña de piedra negra. La entrada era una boca abierta con colmillos de hierro forjado.

Subí los escalones de piedra. Mis piernas pesaban plomo.

Cada paso me alejaba más de mi vida anterior. De mi apartamento pequeño y seguro. De mis clases de literatura y mis cafés mediocres. De mi humanidad.

Llegué al umbral.

Me detuve un segundo. Una vacilación instintiva. Mi piel picaba furiosamente, como si estuviera cubierta de hormigas invisibles. Una advertencia final. No entres.

—¿Vienes, Aurora?

Marcus estaba sosteniendo la puerta. Su sonrisa era paciente, pero sus ojos... sus ojos brillaban con un destello ámbar bajo la luz del porche.

Tragué saliva. El sabor a bilis era agrio.

—Sí —susurré.

Di el paso.

Crucé el umbral.

El aire dentro de la casa era distinto. Más caliente. Más denso. Olía a madera antigua, a secretos y a violencia contenida.

Detrás de mí, la pesada puerta de roble se cerró.

BUM.

El sonido fue definitivo. Como la tapa de un ataúd cayendo en su lugar. El cerrojo chasqueó, un sonido metálico y seco que resonó en el vestíbulo vacío.

Me giré, mirando la madera oscura que ahora me separaba del mundo que conocía. El silencio de la casa se cerró sobre mí, tragándome entera.

Ya no había salida.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP