El marido de Maritza es un guapo millonario que dejó de ser el príncipe azul para convertirse en un maldito ogro. Para arreglar la situación que están viviendo, Ricardo, el marido ejemplar, decide que pasarán su décimo aniversario en un lujoso crucero, donde, según él, las olas del mar los mecerá para volver a reencontrarse, pero el destino tiene preparada otra cosa y, en altamar, ese aniversario será inolvidable.
Leer másMaritza se sentó frente a su esposo en el elegante restaurant en el que la había citado. Sostuvo su mirada unos segundos y luego bajó la cara, ni un “hola”, mucho menos una sonrisa de parte de su esposo, la recibió.
―¿Cómo estás? ―le preguntó ella en tono bajo.
―Nos vamos a ir de viaje ―le explicó él con tono autoritario―, vamos a tomar un crucero por el Mediterráneo, estaremos veinte días fuera.
―¿Veinte? ¿Y tu trabajo? Jamás lo dejas.
―Esta es una ocasión especial, es mi regalo de aniversario, no todos los días se cumplen diez años de feliz matrimonio.
Ella sonrió entre confundida y nerviosa, ¿feliz matrimonio? Su matrimonio era cualquier cosa, menos feliz.
―Ahora, después de almuerzo, quiero que vayas a comprarte ropa, quiero que seas la más linda del barco, aunque claro, no para coquetear con otros hombres.
―Sabes que no, Ricardo, yo no...
―Sé que no, cariño, yo solo digo.
Ella bebió un sorbo de su vino, era muy dulce y suave.
―También quiero que te compres ropa interior sugerente, dicen que hacer el amor en un barco es muy excitante.
―Está bien.
El resto de la comida fue en silencio. Al terminar, él la tomó de la mano y la sacó del local como si fuera una niña pequeña a la que había que tener controlada para que no hiciera una maldad.
―Nelson te acompañará, ya le di mi tarjeta, él te orientará en lo que espero de estas compras. ―El hombre le dio un corto beso a su esposa―. Ah, y nos vamos pasado mañana, ten todo listo para entonces.
―¿Pasado mañana?
―¿Algún problema? ―le preguntó con molestia.
―No, no.
―Bien. Nos vemos a la noche. Te quiero preparada. ―Otro corto beso, se subió al automóvil que lo esperaba y se fue.
Maritza miró a su escolta, el que tenía una expresión indescifrable, como siempre.
―¿Le dijo dónde comenzar? ―le preguntó ella con timidez.
―Claro que sí, señora. Vamos.
El hombre le indicó una dirección y comenzaron a caminar lado a lado. Durante toda la tarde, todas las horas que tardaron en comprar, Nelson no pronunció palabra alguna, solo escuetos “No” cuando alguna prenda que ella quería elegir no sería del agrado de su jefe, quien había sido muy específico en lo que quería que su esposa llevara. Cada cierto rato, tras varias compras, aparecía el chofer y se llevaba las cajas o bolsas de lo que había adquirido. En más de una ocasión, Maritza le dijo que ya era suficiente, sin embargo, el hombre la obligaba a seguir comprando; debía llevar al menos, dos conjuntos diarios.
Al llegar a la sección de ropa interior, Maritza esperaba que el hombre se alejara y, contrario a ello, eligió un conjunto de encaje negro y una diminuta camisola que no dejaría casi nada a la imaginación. La mujer se puso roja.
―En esto, su esposo fue mucho más específico.
―Menos mal que no me los tengo que probar frente a usted.
―No se preocupe, sé exactamente cómo le quedarán.
―Supongo que eso no se lo dirá a mi esposo, lo despediría de inmediato.
―Al contrario, señora, él me enseño un video suyo muy sugerente, por eso tengo claras sus medidas y la forma de su cuerpo.
―¿Un video? Pero... pero... ¿cómo? Yo nunca...
―No se preocupe, nadie más verá esos contenidos. Tome, este se le verá muy bien y mi jefe quedará muy satisfecho.
Ella se lo arrebató de las manos y lo hizo una bola con ganas de lanzárselo por la cabeza.
―No se moleste, él solo quiere lo mejor para usted ―dijo de una forma que Maritza no distinguió si lo hizo con ironía o con enojo.
―Claro, si usted lo dice...
―¿Lo duda, acaso?
―No lo dudo, lo que digo es que usted no tendría por qué haber visto nada íntimo de mí y mucho menos estar eligiéndome la ropa interior.
―Él paga y tiene derecho a obtener lo que quiera a cambio de ese dinero, así funciona, ¿no? Supongo que eso lo supo el día que se casó con él. Él paga, usted obedece.
―¡Yo no soy un objeto!
―No, pero la ropa sí y esa la quiere él a su gusto.
―Entonces debería haber venido usted solo, si usted escogió todo.
―Escuche, señora, yo trabajo para él, si él me ordena algo, yo lo cumplo. Usted, en cierto modo, también trabaja para él. Todos sus gustos y todos sus caprichos salen del bolsillo de él, así que él tiene derecho a decidir y a exigir lo que se le dé la gana y muy esposa suya será, pero él manda, él decide, él es dueño de su vida y si no le gusta, lárguese, a ver dónde va a estar mejor. Su familia no tiene todo el dinero del que goza con su esposo, señora, además, dudo que la reciban de vuelta después de las humillaciones que los hizo pasar cuando se convirtió en la gran señora Zegers. Usted quería dinero, joyas, una posición social... Ahora tiene que pagar el precio y, por el momento, este es el precio, que sepa que yo la vi desnuda en todo su esplendor, que sea yo el que le escoja la ropa interior y, si se me da la gana que se la pruebe para verla, lo hace, porque así lo ordenó el señor Zegers, ¿le quedó claro? Y vaya al vestidor a ponerse esto, cuando esté lista me avisa, quiero verla ―ordenó de un modo intimidante.
―¿Y si no quiero?
―Tengo orden de llamar a mi jefe y él mismo vendrá a ponerla en vereda, ¿quiere que lo llame?
―¿Le dirá esto? ―preguntó asustada.
―No, si usted obedece y hace lo que le digo.
―Entonces no lo llame ―suspiró y entró al vestidor, resignada.
Cuando estuvo lista, lo llamó. El hombre se acercó y abrió la puerta solo un poco y se asomó.
―No esperará a que salga, ¿verdad? ―preguntó casi como un ruego.
―Por supuesto que no. Gírese.
Ella lo hizo.
―Bien. Sí, mi jefe estará muy satisfecho ―respondió él con una expresión indescifrable.
―Lo imagino.
―Aquí le dejo esta para que se la pruebe. No es necesario que me la muestre.
―Gracias.
Él hizo un asentimiento con la cabeza y cerró la puerta.
Ella se probó los conjuntos que le entregó el hombre y luego salió, desechó uno con el que no se sintió cómoda; él no insistió.
―¿Tiene hambre? Su esposo llegará muy tarde esta noche y me dijo que la llevara a cenar cuando termináramos, ya es tarde.
―Sí, tengo un poco de hambre, pero seguramente en la casa debe haber algo…
―No, no, vamos. ¿Quiere ir a algún lugar en especial?
―No.
―¿Algún lugar al que no quiera ir?
―Nada muy lujoso, por favor, algo discreto.
―Muy bien, conozco el lugar perfecto.
Nelson abrió la puerta del automóvil que acababa de llegar hasta ellos e hizo subir a la mujer, él rodeó el vehículo y se subió por la otra puerta.
―Llévanos al Barrio Lincoln ―ordenó a su chofer.
―¿Usted irá al crucero con nosotros? ―Se atrevió a preguntar ella.
―Por supuesto, como también Bruno, seremos sus escoltas en caso de que pase algo.
―Claro.
―Está enojada.
―No, solo estoy cansada ―contestó con ganas de llorar.
―Ya podrá llegar a su casa a descansar.
―Dudo que pueda hacerlo, mi esposo me pidió que estuviera preparada. ―Entornó los ojos.
―A veces el precio de querer todo sin trabajo es demasiado alto, ¿no es verdad?
―¿A qué se refiere?
―A eso. Usted era una chica de barrio, sin estudios, que quiso tenerlo todo sin esfuerzo, pero siempre, siempre, hay un precio, un esfuerzo, un trabajo, sea del tipo que sea, incluso el de prostituta.
Ella lo miró horrorizada.
―Eso es usted, una cara prostituta con papeles legales. ¿O me va a decir que le gusta tener sexo con su esposo?
―Usted no sabe nada.
―Sé mucho más de lo que cree, señora, mucho más.
―Si lo sabe, entonces debe estar enterado de que no me puedo negar a él, y no por el dinero, precisamente.
Él la miró sin comprender.
―Yo no creo que sepa todo, si lo supiera…
―Ilumíneme, yo sé mucho más de lo que usted piensa. Aunque al parecer no tanto como debería.
―Tal vez solo sabe una parte.
―Ya le dije, dígame lo que no sé. Al fin y al cabo, solo llevo un par de años trabajando para su esposo. Y para usted.
―Se está burlando, ¿cierto?
―No, por supuesto que no, no suelo hacer eso, quiero saber su versión, creo que es la primera vez que hablamos desde que llegué a trabajar aquí.
―A usted nunca le he caído bien, no tenía por qué hablarme.
―¿Cree que no me cae bien?
―No lo creo, estoy segura.
Él la miró un largo rato, parecía analizarla, como si no la hubiese visto en mucho tiempo.
―Dígame, cuénteme su versión de la historia, si no se vendió por dinero a un multimillonario arrogante, ¿por qué está casada con él? ¿Por qué le permite que la trate del modo en el que lo hace? ¿Y por qué no lo deja?
―Si no hago lo que él me pide… A él le encantan las marcas que tengo en mi cuerpo, no sé si se verán en el dichoso video, pero supongo que sí las vio ahora… Él dice que son el reflejo de mi sumisión a él. Si me atreviera a abandonarlo, me mata, usted lo sabe bien, porque usted mismo sería el del arma, ¿no es verdad? ―El hombre la miró sorprendido―. No me venga a decir que yo estoy con él por el dinero, estoy con él para mantenerme con vida, aunque todavía no sé para qué. No soy una prostituta y nunca lo he sido. Me enamoré como una idiota y, cuando traté mal a mi familia, cuando la ofendí, fue para protegerlos, si no lo hacía, él los “apartaría” del camino para que no me estorbaran. Pero eso también usted lo sabe, ¿no? Usted lo sabe todo, ni siquiera tendría que estarle contando esto, ¿para qué?, ¿para que se burle de mí por mi estupidez de creer que un hombre como el gran Ricardo Zegers, el millonario empresario, se había fijado en una pobre chica tonta? Sí, me enamoré, Nelson, me enamoré… hasta la Luna de Miel, desde entonces, mi vida se volvió un infierno. Ni siquiera debería estar diciéndole esto, seguramente, usted irá con el cuento de que soy una bocona.
―De mi boca no saldrá nada de esto y estoy seguro de que nuestro chofer tampoco lo hará.
El aludido negó con la cabeza.
―También creo que está cansada, podría tomar una siesta antes de que llegue su esposo, podemos apresurarnos en comer.
Maritza asintió levemente. Nelson no dijo más, guardó un tenso silencio el resto del camino, silencio que ella interpretó como enojo, pues sus puños estaban cerrados sobre sus rodillas, con los nudillos blancos por el apretón.
La Navidad la celebraron en casa de Ulises, con Leonardo como invitado, quien, a pesar de las reticencias iniciales, logró encajar muy bien en esa extrovertida y agradable familia. Él le llevó regalos para el bebé de Maritza y de Xiomara, pese a que no la conocía, “pero”, dijo, “conozco a Nelson y él es el padre”.El Año nuevo, la fiesta fue en casa de la madre de Ulises, quien también invitó a Leonardo, le había caído muy bien y le tomó cariño, dijo que lo había sentido como a un hijo, y no le gustaría que estuviera solo en fechas tan especiales.Como sorpresa, la familia de Maritza, en pleno, viajaron a visitarlos, por lo que la cantidad de gente era mucha, sin embargo, parecía no notarse pues la casa de la mujer era tres veces más grande que la de Ulises.Poco antes de las doce de la noche, en la despedid
La Navidad llegó en todo su esplendor. Las luces adornaban las calles, casas y edificios de la ciudad, el centro estaba lleno de gente haciendo sus compras de última hora.―Bien, creo que ya tenemos todo ―meditó Maritza, casi para sí misma, mientras se movía por la cocina guardando todo, Ulises la seguía con la mirada, incapaz de seguirla con su cuerpo―. Leche, crema, pollo, carne… Lástima que aquí no haya pan de Pascua, espero que me resulte el que estoy haciendo. El Cola de mono, infaltable. ¡Ojalá mi nana estuviera aquí para hacer su rico Cola de mono! ¿Qué más, qué más? Sí, al parecer está todo.―Supongo que recuerdas que la doctora te dijo que debías tratar de descansar, ¿o no lo recuerdas?―Pero si me levanté tarde. Mañana es Navidad, ahora guardo esto y estamos. Me iré
Leonardo llegó a la hora indicada a la casa que compartían Ulises y Maritza, allí los esperaban los tres con Jorge, o Nelson, como lo conocía el visitante.―¿Te molesta que estén ellos presentes? ―le preguntó la mujer luego de servirle un jugo y acomodarse en la sala.―No, no, para nada.―Tú dirás, la última vez que nos vimos no parecías dispuesto a hablar.―Bueno… Yo… Lo que pasa es que este tiempo me ha servido mucho para pensar en lo sucedido y creo que te debo una explicación.―¿A mí? ¿Por qué?―Porque tú eras su esposa, su mujer.―Título que él no respetó.―Sí, lo sé, quiero que sepas que yo no sabía que él te maltrataba, de haberlo sabido… No, en realidad no habría servido de mucho. Yo sabía que
Bruno se acercó a su excompañero que entraba al aeropuerto en ese momento.―Ahora ya no sé ni cómo te llamas ―le dijo en tono de broma.―Sabes que en esta profesión no tenemos nombre.―Tú dejarás esto, sobre todo ahora que serás padre.―Sí. ¿Tú qué harás?―También me saldré. Me aburrí de ser el perro guardián de tipos sin moral. Me ha costado mucho darme cuenta de que esta no es la vida que quiero. Murió mucha gente por mi culpa y lo lamento tanto.―Te diste cuenta y cambiaste tu camino, eso es lo importante.―Sí, aunque tengo que hacer un último trabajo.―¿Cuál?―El curita, él fue quien hizo explotar el barco, yo le dije que aprovecháramos la llegada de la familia de los Russo para sacar a Zegers, que la señora Maritza habría e
Un par de días después, Maritza fue dada de alta. En el departamento de Nelson, la esperaba Ulises, quien la apretó en un abrazo y luego la besó con profundidad, no le importó que estuviera su mamá, ni su hermano, ni la familia de ella.―Te extrañé tanto, condesa, tanto ―le dijo, emocionado, cuando la soltó―. Quería ir a verte, pero no me lo permitían, el lugar era de alta seguridad, no cualquiera entraba, querían estar seguros de que no había peligro para ti, al fin y al cabo, esa explosión fue para asesinarte a ti y el tipo que lo hizo seguía prófugo.―Sí, a lo que llegan algunas personas por ambición, pero bueno, nada que hacer, aquí estoy, vivita y coleando, como dicen en mi país.―Con que estés viva me conformo, mi bella condesa.La volvió a besar.―Tengo que saludar a
Una enfermera entró a la sala.―¿Cómo está, más tranquila? ―preguntó.―Sí, no recuerda nada, pero está calmada.―¿Sabes quién eres y por qué estás aquí? ―interrogó a la enferma como si fuera una niña que no entiende.―Sí, sé quién soy, pero no por qué estoy aquí, ¿qué pasó?―Se tomó una serie de pastillas que podrían haberla matado, ahora debe quedarse aquí hasta que se recupere ―le informó la enfermera.―No recuerdo nada, debí perder la razón.―Sí, estaba muy descompensada, es lógico, de todas maneras, luego de las experiencias vividas.―¿Cuándo podré irme?―Ya le dije que debe recuperarse, va a venir un siquiatra a verla, él decidirá si puede quedarse aqu&ia
Último capítulo