La oficina de Stephano olía a poder y cuero caro cuando Danna entró sosteniendo el ramo de rosas como escudo. Él ya la esperaba con dos copas de champagne sobre el escritorio de caoba, los papeles del contrato dispuestos entre ellas como promesas tangibles.
—Adelante, cara mia. —Stephano señaló el sofá italiano frente a su escritorio—. Hoy cambiamos tu vida.
Danna se sentó rígida, hiperconsciente de cómo el vestido azul marino se ajustaba a sus muslos. Stephano tomó asiento junto a ella, cerca pero no invasivo. Una rodilla rozándose con la suya. Casual. Calculado.
—Cincuenta mil euros de adelanto. —Pasaba páginas con dedos elegantes—. Tres libros. Royalties del quince por ciento. Campaña completa de marketing. Traducciones garantizadas a cinco idiomas.
Las palabras nadaban frente a los ojos de Danna. Todo parecía real, legítimo. Demasiado bueno para ser cierto.
—¿Por qué arriesgar tanto en mí? —Las palabras escaparon antes de que pudiera filtrarlas.
Stephano dejó los papeles y tomó una