Mundo ficciónIniciar sesiónDanna no recordaba cómo logró conciliar el sueño, pero cuando despertó con el sol filtrándose por su ventana, todo parecía una pesadilla distante. Hasta que vio su teléfono y los mensajes de Liam seguían ahí, tan reales como el dolor de cabeza que latía en sus sienes.
Nerea ya se había ido al hospital. Mejor. No tenía energía para inventar explicaciones.
Se duchó dejando que el agua caliente destensara sus músculos. Hoy era el día. Editorial Vidal. La reunión que podía cambiar su vida. Debería estar emocionada, nerviosa por las razones correctas.
En cambio, solo sentía pavor.
Se vistió con su único traje—pantalón negro y blusa blanca. Nada especial, pero presentable. Se recogió el pelo en un moño bajo y apenas se maquilló. En el espejo, vio a una mujer que parecía estar yendo a su ejecución, no a su gran oportunidad.
A las nueve y media bajó del metro frente al edificio de cristal y acero donde estaba Editorial Vidal. Imponente. Intimidante. Las puertas giratorias la escupieron a un vestíbulo de mármol donde una recepcionista perfectamente maquillada le sonrió con dientes demasiado blancos.
—Danna Arnes. Tengo cita con el señor Vidal.
—Por supuesto. Piso doce. La asistente del señor Vidal la está esperando.
El ascensor subió demasiado rápido. Danna tuvo que aferrarse a la barra de metal mientras su estómago se retorcía. Las puertas se abrieron a un espacio abierto con escritorios de diseño y gente hablando en tonos profesionales.
Una mujer de unos treinta años, cabello rubio recogido impecablemente, se acercó con una sonrisa.
—Danna. Soy Claudia, hablamos por teléfono. El señor Vidal la espera en su oficina. Por aquí.
La siguió por un pasillo con paredes de cristal. A través de ellas vio a Stephano en una sala de juntas, hablando por teléfono. Cuando pasaron frente a la puerta, él levantó la vista y sus ojos se encontraron.
Le dedicó una sonrisa lenta, deliberada.
Danna apartó la mirada.
Claudia la condujo a una oficina esquinera con vistas panorámicas de Madrid. Escritorio de nogal oscuro, estanterías llenas de libros, cuadros que probablemente valían más que su apartamento entero.
—Toma asiento. El señor Vidal terminará su llamada en un momento. ¿Puedo ofrecerte café? ¿Agua?
—Agua está bien. Gracias.
Se quedó sola. Miró por la ventana hacia la ciudad que se extendía bajo sus pies. Desde aquí, todo parecía pequeño, manejable. Una ilusión peligrosa.
La puerta se abrió.
—Danna. —Stephano entró con su traje gris impecable, trayendo consigo ese aroma a colonia cara y poder—. Gracias por venir.
Se sentó frente a ella, no detrás del escritorio. Una táctica para parecer menos intimidante. No funcionó.
—Vayamos directo al punto. —Stephano abrió una carpeta—. Tu manuscrito es excepcional. Crudo, honesto, con una voz única. Quiero publicarlo. Contrato por tres libros, adelanto de cincuenta mil euros, campaña de marketing completa. Te convertiré en la nueva sensación literaria de España.
Danna parpadeó. Cincuenta mil euros. Era más dinero del que había visto en su vida.
—Yo... no sé qué decir.
—Di que sí. —Stephano se inclinó hacia adelante—. Di que sí y tu vida cambia hoy mismo.
—¿Por qué? —Las palabras salieron antes de que pudiera filtrarlas—. ¿Por qué yo? Hay miles de manuscritos mejores que el mío.
—Porque veo potencial. Y porque... —hizo una pausa calculada—. Porque Liam Veyne te quiere. Y cualquier cosa que él quiera, yo quiero arrebatársela.
Ahí estaba. La verdad desnuda.
—Entonces no es por mi talento. Es por venganza.
—Es por ambas cosas. —Stephano no mintió—. Tu talento es real, Danna. Pero sería hipócrita negar que lastimar a Liam es un incentivo adicional. Sin embargo, eso no cambia que puedo hacer de ti una estrella. La pregunta es: ¿estás dispuesta a aceptar mi ayuda aunque venga con complicaciones?
Danna se levantó, furiosa.
—No soy un objeto que ustedes puedan pasarse para joderle la vida al otro.
—Lo sé. Y eso es lo que te hace perfecta. —Stephano también se levantó—. Pero escúchame bien, cara. Ya estás en medio de esta guerra, te guste o no. Puedes estar de mi lado, con un contrato millonario y protección. O puedes rechazarme y quedarte sola contra Liam. Porque él no te dejará ir. Nunca.
—Entonces me voy. —Danna caminó hacia la puerta.
—Tu madre. —Las palabras la detuvieron en seco—. Elena Arnes. ¿Sabes realmente cómo murió?
Danna se volvió lentamente.
—Fue un accidente. Se cayó por las escaleras.
—¿Eso te dijeron? —Stephano sacó una carpeta de su escritorio—. Porque yo tengo el informe de autopsia real. El que la policía ocultó. Y dice que había hematomas defensivos en sus antebrazos. Que el ángulo de la caída era inconsistente con un accidente.
El mundo se inclinó.
—Está mintiendo.
—¿Lo estoy? —Stephano extendió la carpeta—. Lee. Y luego dime quién miente.
Con manos temblorosas, Danna abrió la carpeta. Fotos. Documentos médicos. Cada palabra era un puñal.
—¿Quién? —susurró—. ¿Quién la mató?
—Esa es la pregunta correcta. Y la respuesta está conectada con Liam. Con el mundo oscuro del que él forma parte. —Stephano se acercó—. Ayúdame a destruirlo, Danna. Y juntos descubriremos la verdad sobre tu madre.
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe.
Liam entró como un tornado. Dos guardias de seguridad intentaron detenerlo, pero los apartó con facilidad brutal.
—Aléjate de ella. —Su voz era hielo y fuego—. Ahora.
—Liam. —Stephano sonrió—. Siempre tan dramático. Estamos en medio de una reunión de negocios.
—Negocios. —Liam se rio sin humor—. ¿Es así como llamas a llenar su cabeza de mentiras?
—¿Mentiras? —Stephano señaló la carpeta—. Muéstrale tu carpeta, Liam. La que tienes sobre Elena Arnes. Dile por qué estabas en Madrid el día que ella murió.
El silencio fue ensordecedor.
Danna miró a Liam, buscando una negación. Esperando que dijera que era una locura.
Pero su expresión—culpable, atormentada—lo confirmó.
—¿Es verdad? —su voz se quebró—. ¿Tú... tú mataste a mi madre?
—No. —Liam dio un paso hacia ella—. Danna, escúchame...
—¡No te acerques! —Retrocedió hasta chocar con el escritorio—. Responde. ¿Estabas ahí el día que murió?
Un músculo se tensó en su mandíbula.
—Sí.
El mundo se derrumbó.
—Pero yo no la maté. —Liam siguió hablando, desesperado—. Llegué tarde. Ella ya estaba muerta cuando...
—Mentiroso. —Stephano intervino—. Tienes el reporte de tiempo. Llegaste treinta minutos antes de que se reportara el accidente.
—Porque estaba intentando salvarla, maldito seas. —Liam se volvió hacia Stephano con pura furia—. Tú la mataste. Y ahora intentas voltear a Danna contra mí.
—Pruébalo.
Danna no pudo más. Tomó su bolso y corrió hacia la salida. Ambos hombres se volvieron hacia ella.
—Danna, espera. —Liam la alcanzó en el pasillo, tomándola del brazo.
—¡Suéltame! —Lo empujó con toda su fuerza—. No quiero volver a verte. Ni a ti ni a él. Los odio a ambos.
Corrió hacia el ascensor. Las puertas se cerraban cuando vio a Liam intentando alcanzarla. La expresión en su rostro—devastación absoluta—casi la hizo dudar.
Casi.
Salió del edificio tropezando. Necesitaba aire. Necesitaba espacio. Necesitaba...
—¿Estás bien?
Una chica joven se había acercado. Cabello negro corto, ojos azules sorprendentemente familiares, expresión preocupada. Llevaba una mochila de universidad y audífonos alrededor del cuello.
Danna se dio cuenta de que estaba llorando.
—Yo... sí. Estoy bien.
La chica sacó un pañuelo de su bolso y se lo ofreció. Luego sacó su teléfono y escribió rápidamente.
Le mostró la pantalla: "No pareces estar bien. ¿Necesitas sentarte? Hay un café en la esquina."
—No hablas. —Danna se limpió las lágrimas, intentando recomponerse.
La chica negó con la cabeza, sonriendo con tristeza. Escribió de nuevo: "Soy Sophia. Y sé que esto va a sonar raro, pero creo que necesitas una amiga ahora mismo."
Había algo genuino en su expresión. Algo que no parecía calculado o peligroso como todo lo demás en los últimos días.
—¿Por qué querrías ayudar a una desconocida que está teniendo un colapso en la calle?
Sophia escribió: "Porque yo también he estado ahí. Y porque reconozco a alguien que está perdida entre personas que dicen amarla pero que solo quieren usarla."
Las palabras golpearon demasiado cerca.
—Café suena bien —admitió Danna.
Sophia sonrió y la guió por la calle. No vio cómo la chica enviaba un mensaje rápido antes de guardar su teléfono.
"La tengo. Está destrozada. ¿Qué tan lejos dejamos que caiga? —S"
La respuesta de Liam llegó instantánea.
"Todo lo necesario. Pero no la pierdas de vista ni un segundo. Si Stephano se acerca, llámame de inmediato."
Sophia borró los mensajes y alcanzó a Danna, que caminaba como autómata.
En su oficina, Liam observaba por la ventana cómo su hermana desaparecía con Danna en la distancia.
Stephano entró sin tocar, con una sonrisa de satisfacción.
—Juego, set y partido. La acabas de perder.
Liam se volvió. Su expresión era la de un hombre que no tenía nada más que perder.
—Esto recién comienza, Stephano. Y cuando termine, uno de los dos estará muerto.
—Siempre tan dramático. —Stephano se sirvió whisky del bar—. Pero esta vez, viejo amigo, yo tengo todas las cartas. Ella piensa que mataste a su madre. Me ve como su salvador. Y tu hermana... —se detuvo, saboreando el momento—. ¿Cuánto crees que tardará Sophia en decirle la verdad? ¿Que tú me enviaste a matar a Elena? ¿Que sus manos están tan manchadas de sangre como las mías?
Liam cruzó la distancia entre ellos en dos zancadas y estampó a Stephano contra la pared, su antebrazo presionando su garganta.
—Vuelve a mencionar a Sophia y te mato aquí mismo.
—Adelante. —Stephano sonrió incluso mientras se ahogaba—. Hazlo. Y pierde a Danna para siempre cuando la policía te arreste.
Liam lo soltó con un gruñido de frustración.
—Esto no termina aquí.
—No. —Stephano se ajustó el cuello—. Pero ya sabes cómo termina. Con ella en mi cama, susurrando mi nombre mientras olvida que tú exististe.
Liam salió dando un portazo que hizo temblar las paredes.
Stephano se dejó caer en su silla, tocándose el cuello magullado.
Claudia entró corriendo.
—Señor, ¿está bien? ¿Llamo a seguridad?
—No es necesario. —Se sirvió más whisky—. Liam ya se fue. Y acaba de cometer su primer error real.
—¿Cuál?
Stephano sonrió, mirando por la ventana.
—Subestimar cuánto odio he cultivado durante cinco años. Y sobrestimar cuánto control tiene realmente sobre esa chica.
Levantó su copa en un brindis silencioso.
—Por la venganza. La más dulce de todas las victorias.







