Mundo ficciónIniciar sesiónDanna no durmió en toda la noche.
Cada ruido la sobresaltaba. Cada sombra que la persiana proyectaba en las paredes le parecía la silueta de Liam observándola. Se quedó sentada en la cama, abrazando una almohada, con las luces encendidas y su teléfono en la mano lista para llamar al 112.
Pero no llamó.
Porque en algún rincón retorcido de su mente, las palabras de él resonaban como una verdad incómoda: una parte de ti ha estado esperando este momento.
¿Era cierto? ¿Había estado esperando que algo—o alguien—irrumpiera en la monotonía sofocante de su existencia y la sacudiera hasta los cimientos?
Cuando el amanecer tiñó su ventana de gris, Danna se arrastró a la ducha. El agua caliente no pudo lavar la sensación de sus ojos sobre ella, ni borrar el recuerdo de su voz—profunda, segura, peligrosamente seductora.
Llegó a la librería arrastrando su cansancio como una cadena invisible.
—Tienes cara de haber visto un fantasma —comentó Martín al verla entrar.
Si supiera.
—No dormí bien —murmuró, guardando su bolso bajo el mostrador.
—¿Sigues con el manuscrito? Deberías enviarlo ya. Es bueno, Danna. Realmente bueno.
Ella asintió sin fuerzas. Su manuscrito. Liam había mencionado algo sobre una oferta de publicación. Mañana a las tres en punto. ¿Cómo podía saberlo? A menos que...
No. Era imposible. Nadie sabía de su novela excepto ella y Martín. Ni siquiera Nerea la había leído completa.
Las horas se arrastraron con una lentitud agónica. Danna atendió clientes de forma automática, mirando el reloj compulsivamente. Dos y media. Dos cuarenta. Dos cincuenta y cinco.
A las tres en punto exactas, su teléfono sonó.
Número desconocido.
Con manos temblorosas, contestó.
—¿Danna Arnes? —Una voz femenina, profesional, eficiente.
—Sí...
—Le hablo de Editorial Vidal. Mi nombre es Claudia Ramos, asistente del señor Stephano Vidal. El señor Vidal revisó su manuscrito "Sombras en el Umbral" y está muy interesado en reunirse con usted para discutir una posible publicación.
El mundo se detuvo.
—¿Cómo... cómo tienen mi manuscrito? Yo nunca lo envié.
Una pausa.
—Entiendo su confusión, señorita Arnes. Un... contacto mutuo nos lo hizo llegar. El señor Vidal quedó impresionado con su prosa y cree que tiene potencial comercial. ¿Estaría disponible mañana a las diez de la mañana para una reunión en nuestras oficinas?
Danna sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Liam. Tenía que ser Liam. Pero ¿cómo había conseguido su manuscrito? Estaba en su apartamento, en su ordenador privado...
La comprensión la golpeó como un puño. Si tenía su manuscrito, significaba que había entrado a su apartamento antes. Quién sabe cuántas veces. Tocando sus cosas. Viendo su vida íntima.
—Señorita Arnes? ¿Sigue ahí?
—Yo... sí. Sí, puedo mañana a las diez.
—Perfecto. Le enviaré la dirección por mensaje. El señor Vidal la espera con muchas ganas de conocerla.
Colgó. Danna se quedó mirando el teléfono, sintiendo cómo su realidad se fragmentaba.
—¿Buenas noticias? —preguntó Martín, que había escuchado parte de la conversación.
—No lo sé —susurró ella—. Honestamente, no lo sé.
Esa noche, después de su turno, Danna no fue directo a casa. Caminó por Madrid sin rumbo fijo, necesitando procesar lo que estaba pasando. Una editorial prestigiosa quería publicar su libro. Su sueño hecho realidad. Pero entregado por las manos de un hombre que la acosaba.
¿Debería rechazarlo? ¿Aceptar significaba entrar en el juego de Liam?
Estaba tan perdida en sus pensamientos que no notó el Mercedes negro que se detuvo junto a ella hasta que la ventanilla bajó.
—Señorita Arnes.
Un hombre la miraba desde el asiento trasero. Pelo castaño oscuro, ojos verdes intensos, traje que probablemente costaba más que seis meses de su alquiler. Tenía un acento que no supo identificar de inmediato—italiano, quizás.
—¿Disculpe?
Él sonrió y fue como si el sol atravesara nubes de tormenta. Encantador. Peligrosamente encantador.
—Stephano Vidal. —Salió del coche con una elegancia fluida—. No pude resistir la tentación de conocer a la autora de esa prosa magnífica antes de nuestra reunión oficial.
Danna retrocedió instintivamente.
—¿Me está siguiendo también?
—¿También? —Stephano ladeó la cabeza, genuinamente curioso—. ¿Alguien más te está siguiendo, cara mia?
No debería decirle nada. No lo conocía. Pero había algo en su presencia—cálida, abierta, opuesta a la intensidad oscura de Liam—que la hizo bajar la guardia.
—Es... complicado.
—Las mejores historias siempre lo son. —Stephano miró su reloj—. ¿Has cenado? Permíteme invitarte. Podemos hablar de tu libro, de tu futuro como escritora publicada. Sin presiones, sin compromisos.
Cada alarma en su cabeza le decía que rechazara. Pero llevaba dos años viviendo con miedo y precaución, y ¿dónde la había llevado eso? A estar atrapada, estancada, invisible.
—De acuerdo —se escuchó decir—. Pero en un lugar público.
La sonrisa de Stephano se ensanchó.
—Por supuesto. Conozco un restaurante perfecto. Mi coche está aquí.
La condujo a un Mercedes impecable. El interior olía a cuero y colonia cara. Mientras se alejaban del bordillo, Danna no vio al hombre que emergió de las sombras al otro lado de la calle.
Liam observó el Mercedes desaparecer entre el tráfico. Su mandíbula se tensó hasta que sus dientes crujieron.
Stephano Vidal.
Su mano se cerró en un puño que deseaba estrellar contra algo. Contra alguien. Ese hijo de puta la había encontrado primero. Había movido pieza antes de lo planeado.
Sacó su teléfono y marcó.
—Igor. Necesito toda la información sobre los movimientos de Vidal en las últimas 48 horas. Y quiero vigilancia en el restaurante Almodóvar. Ahora.
Colgó y caminó hacia su Aston Martin. Las reglas del juego acababan de cambiar. Stephano no era solo un editor interesado en el talento de Danna.
Era el único hombre en el mundo que conocía sus secretos más oscuros. El hombre al que había traicionado cinco años atrás. El hombre que juró destruir todo lo que Liam amara.
Y ahora tenía sus garras sobre Danna.
Liam arrancó el motor con un rugido. En el asiento del pasajero, su teléfono vibró con un mensaje entrante. Lo abrió.
Era de Stephano. Una foto de Danna entrando al restaurante del brazo del italiano, riendo por algo que él le había dicho.
Debajo, un mensaje:
"Gracias por el regalo, viejo amigo. Siempre supe que tenías buen gusto. Cuidaré muy bien de ella. —S"
Liam estrelló el teléfono contra el tablero con tanta fuerza que la pantalla se hizo añicos.
En el restaurante, Danna no sabía que estaba cenando con el segundo hombre más peligroso de su vida.
Stephano era todo encanto. Le hablaba de literatura, de su visión para su libro, de cómo la convertiría en una autora bestseller. Sus ojos verdes la estudiaban con un interés que parecía genuino pero que había algo más debajo—algo calculado, frío.
—Tu manuscrito tiene algo especial, Danna. —Vertió más vino en su copa—. Habla de obsesión, de amores imposibles. ¿Es autobiográfico?
Ella se rio nerviosamente.
—No. Mi vida es demasiado aburrida para convertirse en novela.
—¿Estás segura? —Stephano se inclinó hacia adelante—. Porque tengo la sensación de que tu vida está a punto de volverse muy interesante.
Algo en su tono la puso alerta.
—¿Qué quiere decir?
—Dime, cara. ¿Conoces a un hombre llamado Liam Veyne?
El vino se atragantó en su garganta. Tosió.
—¿Cómo...?
La sonrisa de Stephano se volvió afilada.
—Liam y yo tenemos... historia. Y si estás en su radar, pequeña, significa que tu vida acaba de complicarse exponencialmente. —Tomó su mano sobre la mesa—. Pero puedo protegerte. Si me dejas.
Danna retiró su mano bruscamente.
—No necesito protección de nadie.
—Aún no lo sabes. —Stephano se recostó, estudiándola—. Pero lo harás. Liam Veyne no es el hombre encantador que aparenta. Es un monstruo, Danna. Y los monstruos siempre devoran lo que aman.
Antes de que pudiera responder, una conmoción en la entrada del restaurante los interrumpió. Voces alzadas. El gerente intentando calmar a alguien.
Liam atravesó el salón como una tormenta. Cada músculo de su cuerpo emanaba violencia contenida. Los comensales se apartaban instintivamente de su camino.
Llegó a su mesa y clavó sus ojos de hielo en Stephano.
—Aléjate de ella.
Stephano sonrió, recostándose con tranquilidad estudiada.
—Liam. Qué sorpresa tan... desagradable.
—Dije que te alejes. —Liam pasó la mirada a Danna y algo en su expresión se suavizó apenas—. Nos vamos. Ahora.
—No voy a ninguna parte con usted —Danna se puso de pie, temblando de rabia y miedo—. Ambos están locos. Ambos me dan miedo.
Stephano se levantó también, interponiéndose entre Liam y Danna.
—La dama ha hablado, viejo amigo. Vete.
La tensión entre ambos hombres era eléctrica, peligrosa. Danna sintió que presenció algo más grande que ella—una guerra antigua que apenas comenzaba a comprender.
Liam dio un paso adelante. Stephano no retrocedió.
—Esto no termina aquí —dijo Liam en voz baja, letal.
—Nunca lo hace contigo. —Stephano sonrió con frialdad—. Pero esta vez, yo gano.
Liam miró a Danna una última vez. Lo que vio en sus ojos—posesión, furia, algo cercano al dolor—la atravesó como un cuchillo.
—No confíes en él, Danna. Te destrozará solo para joderme a mí.
Se dio la vuelta y salió del restaurante dejando un silencio pesado tras él.
Danna se dejó caer en su silla, temblando.
—¿Alguien me va a explicar qué demonios está pasando?
Stephano se sentó frente a ella, su máscara encantadora de vuelta en su lugar.
—Todo a su tiempo, cara mia. Por ahora, solo necesitas saber una cosa. —Sus ojos verdes brillaron con algo oscuro—. Estás en el centro de una guerra. Y los dos bandos te queremos para nosotros.
Levantó su copa en un brindis burlón.
—Bienvenida al infierno, Danna Arnes. Espero que tu pluma esté lista para escribir la historia más peligrosa de tu vida.
Porque ahora, la estás viviendo.







