Cuando Lucía, una joven fuerte y decidida, se ve atrapada en la guerra sin fin entre su hermano mayor, el temido líder de una banda urbana, y su rival más letal, el misterioso y peligroso Adrián, jamás imaginó que su corazón la traicionaría. Lo que empieza como un encuentro lleno de odio y deseo, termina convirtiéndose en un amor prohibido que podría destruirlos a todos.
Leer másLa noche había caído completamente sobre nosotros, y la tensión del enfrentamiento con Alejandro aún flotaba en el aire. Pero en medio de ese caos, Adrián era el único ancla que mantenía mi mundo firme.Me llevó de la mano hacia la parte más apartada del jardín, un rincón donde la luz de la luna se filtraba a través de los árboles, proyectando sombras que parecían bailar con cada ráfaga de viento. Allí, el silencio era casi sagrado, como si el universo mismo hubiera decidido darnos un respiro.—¿Estás bien? —preguntó Adrián, su voz baja y cargada de una ternura que contrastaba con la intensidad de su mirada.—No lo sé —admití, con un suspiro tembloroso—. Todo se siente tan… irreal.—No lo es —dijo, y sus dedos rozaron mi mejilla con delicadeza—. Esto, lo que hay entre nosotros, es lo único real que he sentido en mucho tiempo.Mis labios se separaron, y el aliento se me quedó atrapado en la garganta. Sus palabras eran como un bálsamo para el miedo que me consumía. Sin pensarlo, me incl
El aire parecía tan denso que podía sentirlo en mi piel, cargado de amenaza y deseo. Mi hermano Alejandro y Adrián se enfrentaban con miradas tan intensas que me sentí como un hilo frágil a punto de romperse.—Te lo advierto por última vez, Adrián —dijo Alejandro, con voz fría como el acero—. Ella no es un trofeo. No es un capricho que puedas tomar y desechar.—¿Y tú qué sabes de lo que ella quiere? —replicó Adrián, sus palabras llenas de un fuego que me hizo estremecer—. ¿Qué sabes de lo que sentimos el uno por el otro?El corazón me golpeaba en el pecho, cada latido resonando en mis oídos. Las palabras de Adrián eran como un susurro ardiente que me atravesaba el alma. Yo no era un peón para ninguno de los dos. Era mi propia mujer, y estaba cansada de vivir a la sombra de los hombres que creían que podían decidir mi destino.—Basta —dije, mi voz firme aunque mis piernas temblaban—. Esto no es una guerra. Esto es mi vida. Mi decisión.Alejandro me miró como si acabara de traicionarlo.
El beso terminó con un suspiro compartido. Mis labios ardían, mi corazón latía como un tambor en mi pecho, y mis manos aún estaban enredadas en su cabello oscuro. Pero antes de que pudiera encontrar las palabras para lo que sentía, un ruido seco rompió el hechizo.Un chasquido, apenas perceptible, como el crujido de una rama. Mi cuerpo se tensó, y Adrián lo notó de inmediato. Sus ojos se oscurecieron, y su mandíbula se endureció.—¿Qué fue eso? —pregunté, mi voz temblando mientras miraba hacia los arbustos cercanos.—Nada —dijo rápido, pero sus manos se deslizaron hasta mi cintura, con una fuerza protectora que me hizo temblar. Su voz era tranquila, pero sus ojos escudriñaban las sombras—. Probablemente un animal.Pero en su mirada había algo más. Algo que me hizo comprender que no era solo un juego para él. Había un peligro real acechando entre las sombras.—Adrián… —intenté apartarme, pero su agarre se mantuvo firme.—No te preocupes, Lucía —susurró con una ternura que me desarmó—.
La lluvia había dejado tras de sí un silencio expectante, como si el mundo entero contuviera el aliento. Adrián y yo seguíamos atrapados en ese instante robado, nuestros cuerpos pegados, nuestros corazones latiendo al unísono.Cuando me aparté apenas para mirarlo, sus ojos ardían con una intensidad que me hacía temblar. La forma en que me observaba… como si fuera un secreto demasiado precioso para ser compartido… me dejaba sin fuerzas para resistirlo.—Lucía —dijo mi nombre con una suavidad que contrastaba con la fuerza de sus manos en mis caderas—. No sabes cuánto he deseado este momento.—¿Desde cuándo? —pregunté, mi voz apenas un susurro.Él sonrió, esa sonrisa peligrosa que siempre me hacía perder la razón.—Desde la primera vez que te vi —confesó, inclinándose para rozar mi cuello con sus labios—. Supe que serías mi perdición.Sus palabras me hicieron estremecer. Era como si su voz pudiera encender cada parte de mí. Sus besos descendieron lentamente por mi cuello, cada uno más ha
La lluvia cesó tan repentinamente como había comenzado, dejando en el aire un aroma fresco y húmedo. Pero mi corazón seguía latiendo con fuerza, como si quisiera salir de mi pecho. Adrián me mantenía contra la pared, sus manos firmes en mis caderas, sus ojos fijos en los míos como si pudiera ver todos mis secretos.—Estás temblando —murmuró, su voz ronca y cargada de deseo.—Es por ti —respondí sin pensar, y la verdad de mis palabras me golpeó con la fuerza de una confesión.Él sonrió, una sonrisa oscura y peligrosa que me hizo temblar aún más. Con un gesto lento, sus dedos se deslizaron por mi brazo, dejando un rastro de calor en mi piel húmeda. Sus caricias eran suaves, pero tenían la promesa de algo más profundo, algo que me asustaba y me atraía a partes iguales.—No tienes que tener miedo de mí, Lucía —dijo, su tono bajo, casi un susurro—. A menos que eso te guste.El atrevimiento en su voz hizo que mi respiración se acelerara. Él sabía el efecto que tenía en mí, y lo usaba sin pi
El cielo gris y cargado de nubes parecía reflejar el caos que sentía por dentro. Una brisa fresca me erizaba la piel mientras me quedaba allí, frente a Adrián, incapaz de moverme. Cada latido de mi corazón era un eco de su mirada intensa, como si pudiera ver hasta el fondo de mi alma.—Lucía —dijo mi nombre con un susurro que me heló y me encendió al mismo tiempo—. Ven aquí.Tragué saliva, la garganta seca. Mi cuerpo se movía antes de que pudiera detenerlo, dando un paso hacia él. Era como si su voz fuera un hilo invisible que me arrastraba, que me ataba a su voluntad.La lluvia comenzó a caer, primero suave, luego más fuerte, empapando mi vestido y haciendo que se pegara a mi piel. Pero no me importaba. Lo único que existía era Adrián, con esos ojos oscuros que me consumían y esa sonrisa que prometía peligro y placer.—Estás jugando con fuego —dije, mi voz temblando tanto como mi cuerpo.—Lo sé —respondió, su sonrisa ensanchándose—. Pero tú también quieres arder, ¿no es cierto?Su ma
Último capítulo