La lluvia cesó tan repentinamente como había comenzado, dejando en el aire un aroma fresco y húmedo. Pero mi corazón seguía latiendo con fuerza, como si quisiera salir de mi pecho. Adrián me mantenía contra la pared, sus manos firmes en mis caderas, sus ojos fijos en los míos como si pudiera ver todos mis secretos.—Estás temblando —murmuró, su voz ronca y cargada de deseo.—Es por ti —respondí sin pensar, y la verdad de mis palabras me golpeó con la fuerza de una confesión.Él sonrió, una sonrisa oscura y peligrosa que me hizo temblar aún más. Con un gesto lento, sus dedos se deslizaron por mi brazo, dejando un rastro de calor en mi piel húmeda. Sus caricias eran suaves, pero tenían la promesa de algo más profundo, algo que me asustaba y me atraía a partes iguales.—No tienes que tener miedo de mí, Lucía —dijo, su tono bajo, casi un susurro—. A menos que eso te guste.El atrevimiento en su voz hizo que mi respiración se acelerara. Él sabía el efecto que tenía en mí, y lo usaba sin pi
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