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Capítulo 5: Entre susurros y caricias

La lluvia cesó tan repentinamente como había comenzado, dejando en el aire un aroma fresco y húmedo. Pero mi corazón seguía latiendo con fuerza, como si quisiera salir de mi pecho. Adrián me mantenía contra la pared, sus manos firmes en mis caderas, sus ojos fijos en los míos como si pudiera ver todos mis secretos.

—Estás temblando —murmuró, su voz ronca y cargada de deseo.

—Es por ti —respondí sin pensar, y la verdad de mis palabras me golpeó con la fuerza de una confesión.

Él sonrió, una sonrisa oscura y peligrosa que me hizo temblar aún más. Con un gesto lento, sus dedos se deslizaron por mi brazo, dejando un rastro de calor en mi piel húmeda. Sus caricias eran suaves, pero tenían la promesa de algo más profundo, algo que me asustaba y me atraía a partes iguales.

—No tienes que tener miedo de mí, Lucía —dijo, su tono bajo, casi un susurro—. A menos que eso te guste.

El atrevimiento en su voz hizo que mi respiración se acelerara. Él sabía el efecto que tenía en mí, y lo usaba sin piedad. Pero lo peor… o lo mejor… era que yo lo deseaba. Lo deseaba con una intensidad que me quemaba desde dentro.

—No sé lo que me haces —susurré, y mi voz tembló al pronunciar esas palabras—. Pero no puedo… no puedo detenerlo.

—No quiero que lo detengas —replicó, y sus labios rozaron mi mejilla, dejando un beso húmedo que me hizo gemir—. Quiero que lo sientas. Quiero que me sientas.

Su mano subió hasta mi cuello, y el pulgar rozó mi labio inferior. Lo miré a los ojos, y en ese momento supe que estaba perdida. Él era mi perdición, y yo ya no quería salvarme.

—Adrián… —mi voz era apenas un susurro, pero él la escuchó, y su mirada se volvió más intensa.

—Dime que me deseas—pidió, su voz grave, sus dedos acariciando mi mejilla con ternura.

—Te deseo —admití, aunque sabía que era una locura.

Sus labios encontraron los míos con un hambre que me dejó sin aliento. El beso era profundo, húmedo, lleno de una pasión que no podía controlar. Sus manos me sostuvieron con fuerza, y cuando nuestras lenguas se encontraron, un gemido escapó de mi garganta.

Sentía su deseo en cada caricia, en cada beso. Sus manos bajaron por mi espalda, apretándome contra su cuerpo. Podía sentir la dureza de sus músculos, el calor que irradiaba, y todo mi cuerpo respondió, temblando de anticipación.

—Dime lo que quieres, Lucía —murmuró contra mi boca—. Dímelo y será tuyo.

—Quiero… —jadeé, y mis palabras se ahogaron cuando sus labios descendieron por mi cuello, dejando un rastro de besos ardientes.

—¿Sí? —insistió, su aliento cálido sobre mi piel—. ¿Qué quieres, Lucía?

—Quiero… quiero que me hagas tuya —confesé, y un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo.

Sus ojos brillaron con un fuego salvaje al escucharme. Sus manos bajaron hasta el borde de mi vestido, levantándolo apenas para rozar la piel de mis muslos. Mi respiración era errática, y cada caricia suya me hacía enloquecer un poco más.

—Eres tan hermosa —susurró, sus labios rozando mi oído—. Y ahora eres mía.

Su voz era una promesa y una amenaza, y me dejé llevar por completo. Cerré los ojos, dejándome envolver por sus caricias, por el calor de su cuerpo contra el mío. Sentía sus dedos explorando, deslizándose por mi piel con una mezcla de ternura y posesividad que me hacía derretirme.

El sonido de la lluvia cesando, el murmullo de nuestras respiraciones… todo lo demás desapareció. Solo quedábamos nosotros, atrapados en un momento que era demasiado intenso para ser real.

—Lucía… —susurró mi nombre como una oración, y entonces sus labios encontraron los míos de nuevo, reclamándome por completo.

Y allí, entre susurros y caricias, supe que ya no había marcha atrás. Porque lo que sentíamos el uno por el otro era demasiado fuerte para negarlo, demasiado profundo para esconderlo. Y aunque sabía que todo estaba en contra nuestra, en ese instante no me importaba.

Solo quería que me siguiera besando.

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