POR AMARTE

POR AMARTEES

Romance
Última actualización: 2025-07-24
Frida  En proceso
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Resumen
Índice

Milenne Daurella, una chica de 23 años conoce a Hernán Castillo desde los 13 años, por tanto, ambos crecen en el ceno de una familia humilde, al no tener parentesco alguno, empiezan a tener una relación romántica, sin embargo todo cambia desde el momento en el que deciden ir a la ciudad, con el objetivo de progresar a nivel económico. Pues Miles de infortunios se cruzarán en su camino a la felicidad. ¿Podrán derribar todo obstáculo para continuar y cumplir todas sus metas juntos?. Por otro lado tenemos a Gerald Moguer quien esta a cargo del conglomerado Moguer pues es el heredero, sus padres lo instruyeron desde los 8 años para poder hacerse cargo de todo, una vez ellos den un paso al costado. Actualmente tiene 26 años, ya con una amplia experiencia en el mundo de los negocios. Con su imperio creciendo cada día más, solo le falta formar una familia. La duda está en quien es la indicada.

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Capítulo 1

01

—Está despertando, padre —avisó un adolescente de piel pálida, dirigiéndose a su padre, quien tallaba una pieza de madera.

Ante la sorpresa de que la niña, que una semana atrás había sido encontrada por su hijo Hernán en estado grave, estaba reaccionando, el hombre se levantó para comprobarlo. Efectivamente, la pequeña castaña comenzaba a abrir los ojos, y sus labios se entreabrían como si intentara decir algo.

—Hola, muchacha. Has despertado —saludó el hombre, pero la antes inconsciente solo pestañeó, tratando de acostumbrarse a la tenue luz de la habitación.

—Creo que aún no puede hablar, papá —susurró Hernán. Su padre asintió con comprensión.

Era una situación lamentable. Su esposa estaba muy mal de salud, y apenas tenían dinero suficiente para cubrir sus medicamentos. Ahora, además, estaba la niña, en un estado deplorable. Intentaron llevarla a un hospital, pero los públicos pedían cita, y los privados eran demasiado costosos. No tuvo más opción que atenderla con remedios caseros, confiando en que solo estuviera inconsciente.

Ahora que había despertado, sabía que no se había equivocado. Pronto podría saber de dónde venía y qué le había pasado, para así llevarla a la ciudad y que pudiera volver con su familia. No parecía una niña del campo como ellos.

—¿D-dónde e-estoy? —preguntó con voz ronca y apenas audible.

—¡Oh! ¡Ya habló! —exclamó Hernán, sonriente. Cuando la encontró en la orilla del río, totalmente herida y pidiendo ayuda, no dudó en llevarla a casa. Verla hablar ahora le llenaba de alegría.

—Mi hijo te trajo a nuestra casa, pequeña —dijo el señor Castillo, sentándose con cuidado en una banca de madera para evitar el dolor de espalda—. ¿Cómo te llamas?

La pequeña entrecerró los ojos. No recordaba cómo había llegado ahí, ni quiénes eran esas personas. Su mente se sentía vacía. Sin recuerdos. Nada. Pero entonces escuchó al hombre preguntarle su nombre. Y, como un susurro de su mente, surgió una palabra:

—Me lla-amo Mil... Milenne —respondió, con inseguridad. No sabía si era su verdadero nombre, pero su mente lo trajo en ese momento, y eso le bastó.

—Milenne... Vaya, tienes un bonito nombre —comentó, pensativo, el jovencito de piel pálida.

—Muchacha, ¿sabes cómo llegaste al río? —preguntó el adulto, pero al notar su expresión confusa reformuló—: ¿Sabes qué te pasó? ¿Recuerdas algo?

La niña negó con la cabeza, pero el gesto le provocó un dolor terrible. Intentó mover los brazos y sintió que sus hombros se quebraban por dentro. La frustración la venció. No entendía por qué su cuerpo dolía tanto. No sabía quién era, ni de dónde venía, ni qué había ocurrido. ¿Tenía familia? ¿Cuántos años tenía?

Y rompió en llanto.

—Pequeña, será mejor que sigas descansando. Trataré de conseguir medicamentos para que te recuperes pronto. Seguro que, con el tiempo, recordarás y podrás volver con tu familia —dijo el señor Castillo con una sonrisa cálida. Hernán la acompañó con la misma calidez, intentando hacerla sentir segura.

---

Pasaron días, semanas… y finalmente, meses.

Milenne no recordó nada. Al avanzar su recuperación, comenzó a hablar con más soltura. La señora Castillo le daba sopa y agua, y poco a poco logró levantarse por sí sola. Al primer mes, ya caminaba, aunque con cicatrices y hematomas visibles.

Confirmaron que su nombre era Milenne porque lo repetía incluso en sueños. A veces soñaba con alguien que le cantaba "feliz cumpleaños", y en uno de esos sueños supo que tenía trece años. La voz sonaba a la de una mujer adulta, quizá su madre. Pero nunca veía su rostro.

Fueron a la policía. Nadie la había reportado como desaparecida. Nadie parecía buscarla.

La niña pensó que quizá no tenía familia. ¿Y si la habían abandonado?

Así, Milenne se quedó con los Castillo. La acogieron como una más. La señora Cata le enseñó a cocinar y otras tareas del hogar. El señor Castillo la llevaba a la carpintería. Y con Yoongi, el hijo mayor, forjó una hermosa amistad. Él la cuidaba como un hermano.

La cadena con jade en forma de corazón que llevaba desde que la encontraron era el único objeto que la conectaba con su posible pasado. La guardaba como un tesoro, con la esperanza de que, algún día, le devolviera respuestas.

Milenne era feliz con los Castillo. Sentía su cariño, y aunque no recordaba su vida anterior, estaba agradecida con la nueva que le habían regalado.

---

Actualidad

—Ya son cinco años, Hernán —dijo Milenne, acurrucada bajo la manta junto a su novio—. Y aún faltan muchos más por vivir juntos.

—Y no olvides a nuestros hijos. Tendremos cinco bebés, como siempre soñaste —respondió él, sonriendo.

Ambos se acariciaron las mejillas con ternura, y luego se besaron.

—Sí, Hernán. Soy tan feliz de saber que tú serás el padre de mis hijos —respondió Milenne, aún con el nerviosismo de una adolescente enamorada.

—Otra vez estás nerviosa, cariño. Vamos, nos conocemos desde pequeños —él le alzó el rostro con dulzura y la besó—. Pronto nos casaremos. No quiero que te sientas cohibida, ¿de acuerdo?

Ella asintió, se destapó y salió de la cama.

—Vamos a casa de tus padres. Quiero verlos antes de irnos a la ciudad —pidió, haciéndole señas.

Vivían cerca, en una casita que llamaron “Eterno”, construida para tener privacidad.

—Está bien, vamos —respondió Hernán, vistiéndose.

Llevaban cinco años de relación. El amor nació cuando Milenne tenía 16 y Hernán, 18. Los Castillo aprobaron la relación sin dudar. Ahora, querían ir a la ciudad para trabajar y construir un futuro.

—Te amo mucho. ¿Verdad que siempre estaremos juntos? —preguntó Milenne, con un dejo de melancolía.

—Claro, cariño. Trabajaré mucho para darte todo lo que mereces.

—No quiero estar lejos de nuestra familia... los extrañaré mucho.

—Ellos están felices por nosotros, Mile. No estés triste, ¿sí?

Ambos se apresuraron. El vuelo salía en tres horas, y no podían perderlo.

—¿Cómo estás, hijo? —la señora Cata abrazó a su hijo—. ¿Estás seguro de esta decisión?

—Lo estoy, madre. Quiero cuidar de Mile y ayudarla a encontrar a su verdadera familia. Por favor, bendícenos.

—Los extrañaremos, pero trabajaremos duro para cumplir nuestras metas —aseguró Milenne, con lágrimas contenidas.

—Estamos muy orgullosos de ustedes. Que Dios los bendiga, mis niños —dijo la señora Castillo, llorando.

—No nos llamen hasta que hayan cumplido sus metas —añadió el señor Alfonso antes de retirarse. No le gustaban las despedidas; prefería llorar en privado.

Con las maletas en mano, los chicos se dirigieron al aeropuerto, rumbo a una nueva vida. Una vida de desafíos, de cambios, de crecimiento.

—Te amo tanto, Hernán —susurró Milenne, con miedo.

—Estaremos juntos. Nos casaremos y tendremos nuestros hijos —susurró él también, con la misma incertidumbre.

Y al tomarse de la mano, supieron que el destino ya estaba en marcha.

En casa, los Castillo solo podían pensar:

“Que el destino los lleve a donde deban ir… pero que sean felices, por favor.”

---

Por otro lado...

Conglomerado Moguer

—Presidente Moguer —tembló la secretaria mientras él arrojaba al suelo la taza de café—. Lo lamento...

—Una sola cosa te pedí, ¡una! ¿Y ni eso puedes hacer bien? —rugió Gerald, frustrado—. Despídela.

—Sí, señor —respondió Johnson, su fiel asistente.

—Por favor, señor Johnson, no me despida. Necesito este trabajo —suplicó la joven.

—Sabes cómo es el presidente. No se retracta. Estás despedida. Pasa por tu liquidación y retírate.

Ella se fue llorando. Perdía un buen salario, pero también se libraba del temperamento del presidente Moguer.

—Increíble que no duren ni un mes bajo mis órdenes —murmuró Gerald, encendiendo un cigarro.

—Señor Moguer, por favor, ya no despida a más secretarias. No nos quedan postulantes —dijo Johnson, desesperado.

—Entonces consigue una competente. Y no vuelvas a decirme qué hacer —espetó. Johnson tragó saliva con miedo—. ¿A qué hora viene mi madre?

—En quince minutos. Ya cancelé sus reuniones.

Gerald asintió. Su madre venía otra vez, seguramente con propuestas de matrimonio que él, una vez más, rechazaría.

Cuando llegó, fingió una sonrisa.

—Bienvenida, madre. ¿Cómo estás?

—El viaje fue terrible, tu padre no deja de hablar. Un suplicio.

Tras intercambiar saludos y quejas, su madre fue directa al punto:

—Gerald, tienes tres meses para encontrar con quién casarte. Si no lo haces, intervendré. Sabes que no es broma.

Y se marchó.

Él estaba harto. Siempre lo mismo. Necesitaba escapar, así que llamó a su mejor amigo para salir esa noche y ahogar su frustración en placeres pasajeros.

Pero aún no sabía que su destino ya se estaba escribiendo…

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