—Está despertando, padre —avisó un adolescente de piel pálida, dirigiéndose a su padre, quien tallaba una pieza de madera. Ante la sorpresa de que la niña, que una semana atrás había sido encontrada por su hijo Hernán en estado grave, estaba reaccionando, el hombre se levantó para comprobarlo. Efectivamente, la pequeña castaña comenzaba a abrir los ojos, y sus labios se entreabrían como si intentara decir algo. —Hola, muchacha. Has despertado —saludó el hombre, pero la antes inconsciente solo pestañeó, tratando de acostumbrarse a la tenue luz de la habitación. —Creo que aún no puede hablar, papá —susurró Hernán. Su padre asintió con comprensión. Era una situación lamentable. Su esposa estaba muy mal de salud, y apenas tenían dinero suficiente para cubrir sus medicamentos. Ahora, además, estaba la niña, en un estado deplorable. Intentaron llevarla a un hospital, pero los públicos pedían cita, y los privados eran demasiado costosos. No tuvo más opción que atenderla con remedio
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