En la mansión de Alexander parecía que el caos había sido contenido. El eco de las sirenas policiales resonaba a lo lejos anunciando la llegada de refuerzos mientras el salón principal se llenaba de agentes, luces intermitentes y murmullos nerviosos. Los cuerpos inmóviles eran retirados uno por uno, y algunos de los atacantes que acompañaron a Viktor estaban siendo esposados. Los invitados, visiblemente afectados, respondían las preguntas de los oficiales.
El aire olía a sudor, metal y pólvora.
Ivan, con rastros de polvo y sangre sobre su cuerpo, observaba la escena desde un rincón. Su postura tensa, y sus ojos escudriñaban cada detalle con precisión militar, conteniendo las ganas de encender un cigarrillo. No mostraba ninguna emoción visible, pero por dentro ya estaba calculando los próximos pasos necesarios para proteger los negocios de Alexander. Cerca de él, a un escaso metro, Katerina estaba sentada en una butaca, con una copa de licor ambarino entre las manos, cuyo leve temblor